CUARTO DOMINGO DURANTE EL AÑO - Ciclo A
El
pasado domingo os decía que hemos de ser discípulos de Cristo de verdad, y que
el Señor nos pide, muchas veces, renunciar a muchas cosas para seguirle. Los
discípulos de Jesús, Juan y Santiago, dejaron la barca, sus herramientas de
trabajo, y a su padre, es decir, la familia, y le siguieron. Así que oyeron la
llamada de Jesús, cambió completamente sus vidas.
En
el día de hoy, quiero destacar algunas cualidades que debe tener el discípulo
de Jesús, si quiere serlo de verdad.
Estas
cualidades, las encontramos en este pasaje del evangelio que acabamos de
escuchar: Las Bienaventuranzas.
Las
Bienaventuranzas son un resumen magnífico de toda la predicación de
Jesucristo. Nos habla de felicidad, de la felicidad de una forma muy distinta de
como nos la presenta el mundo. El mundo ofrece la felicidad si el hombre puede
complacer sus deseos, que van encaminados hacia el placer, el prestigio social,
el triunfo personal, el dinero, el poder, la salud, etc. Por obtener alguna de
estas cosas es capaz de cometer las mayores barbaridades.
Jesús
conocía a los hombres, sabía cómo eran y qué experimentaban diariamente, sus
inquietudes, sus deseos y aspiraciones; a pesar de todo esto, no duda a
presentar su programa electoral con las Bienaventuranzas.
El
Señor pide, a los que queremos ser discípulos suyos, que seamos pobres de espíritu.
El cristiano reconoce su pequeñez, sus limitaciones, que es poca cosa y que, si
tiene algo bueno, es porque lo ha recibido del Señor, como dice san Pablo: Pues, ¿quién te hace superior a los demás? ¿Qué tienes que no hayas
recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras
recibido? (1Cor 4,7).
Sentirse
pobre delante de Dios y reconocer su pobreza, ha de ser la primera condición
para ser discípulos de Jesús. Todos conocemos personas que han podido ser muy
brillantes y, sea por una enfermedad o por la vejez, se han vuelto como unos
pobres niños.
También
nos pide que seamos humildes. Es el fruto de ser pobres. Bienaventurados los
mansos, los humildes, porque ellos poseerán la tierra. Si eres pobre de espíritu,
serás humilde. La humildad, decía santa Teresa, es la verdad. La persona que
es humilde reconoce la grandeza de Dios en su misma debilidad, y cuando está
ante su hermano, reconoce su dignidad de hijo de Dios. Actualmente, se habla
mucho de los derechos de la persona, que se le reconozcan sus derechos. Estos
derechos pueden ser reconocidos fácilmente si ponemos en práctica las palabras
de Jesús: Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra (Mt 5,5).
Jesús
también nos dice: Dichosos los que
lloran, los que tiene hambre y sed de justicia, los compasivos, los limpios de
corazón, los que construyen la paz.
Permitidme
que hable un poco de esta Bienaventuranza tan bonita: Dichosos los que
construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). No puedes
Construir la paz si no la tienes. Paz con Dios y paz con tus hermanos. ¿Y qué
podemos entender cuando decimos ser portadores de paz? No lo diré con palabras
mías, sino con las palabras de san Francisco de Asís, el santo que amaba de
verdad a Jesús:
Señor,
haz de mi un instrumento de tu paz.
Donde
haya odio, ponga amor.
Donde
haya injuria, ponga perdón.
Señor,
donde haya duda, claridad.
Que
no busque tanto ser consolado como consolar.
Ser
comprendido como comprender.
Ser
amado como amar.
Haz
de mí un instrumento de tu paz.
Donde
haya tristeza, ponga alegría.
Donde
reine la oscuridad yo ponga luz.
Donde
haya desánimo, ponga ilusión.
Haz
de mí un instrumento de tu paz.
Sé
que, al perdonar, soy perdonado,
si
doy, todavía recibo más;
y
que nos das la gracia de llevarnos al cielo.
Dejadme
decir, para acabar, que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús,
seremos insultados, perseguidos y calumniados. Tres verbos muy fuertes: Insultados,
perseguidos y calumniados. El Señor fue insultado, perseguido, calumniado y
muerto en una cruz. El discípulo no puede ser menos que el Maestro.
Y,
¿qué recompensa nos promete el Señor? El Señor nos promete la recompensa del
Reino del cielo, y también paz interior, alegría espiritual y un gozo que
solamente tienen aquellos que ponen en práctica el sermón de la montaña.
Hace
unos años, una señora que iba cada semana a un hospital a dar la comida a los
enfermos y hacerles un bueno rato de compañía, me decía que cuándo hacía
esta obra de caridad sentía una gran alegría. Es la recompensa de hacer el
bien.
"La
bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita
a purificar nuestro corazón de sus malos instintos y a buscar el amor de Dios
por encima de todo. Nos enseña que la verdadera felicidad no reside ni en la
riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra
humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en
ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor"
(Del Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1723)
ORACIÓN
DE SAN FRANCISCO.
Hazme
instrumento de tu paz, donde haya odio lleve tu amor, donde haya injuria, tu
perdón, Señor, donde haya duda, fe en TI.
Hazme
instrumento de tu paz, que lleve tu esperanza por doquier, donde haya oscuridad,
lleve tu luz, donde haya pena, tu gozo, Señor.
Maestro,
ayúdame a nunca buscar querer ser consolado, sino consolar, ser comprendido
sino comprender, ser amado sino amar.
Hazme
instrumento de tu paz. Yo sé que al perdonar Tú nos das perdón, al dar, Tú
nos das todavía más, y muriendo se que volvemos a nacer.
Hazme,
Señor, instrumento de tu paz.