DOMINGO QUINTO DURANTE EL AÑO  Ciclo A
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Jesucristo, que era un gran pedagogo, nos habla de manera muy sencilla y adaptada a todos los públicos y edades. Jesús quiere decirnos cómo ha de ser un cristiano, y nos lo explica con una comparación muy bonita e inteligible. Nos dice: vosotros, mis discípulos “sois”, no dice tenéis que “ser”, sino sois la sal de la tierra y la luz del mundo (Mt 5,13-16).

Hablemos primero de la sal y después de la luz

La sal es algo muy importante, la sal da sabor a la comida, la comida sin sal no es muy buena. Sin duda que, la comida con sal es mejor que sin sal. Las personas que tienen la tensión alta y tienen que comer sin sal, se lamentan continuamente.

En el mundo hay muchas personas que viven solas, que padecen mucho, que desean morirse, y esto no solamente les pasa, a las personas ya mayores, sino también a algunas jóvenes que viven aburridas, a pesar de tener muchas diversiones y la vida fácil.

¡Cuántas veces hemos oído decir que la vida es muy triste, pesada e insoportable!

¿Qué les falta a estas personas? Yo diría que les falta la sal que da gusto a la vida, les falta amar y ser amadas. No sólo ser amadas, sino también amar.

Jesús, que para nosotros ha de ser nuestro modelo, nos dice: Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo (Jn 9,5) y, antes de darnos el mandamiento del amor, que es la esencia del cristianismo, él lo practicó primero y de verdad. Toda su vida fue un acto de amor. Amó a sus padres, a sus amigos, a los apóstoles, a los pecadores y a sus enemigos. Cuando Judas lo entregó, le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? (Lc 22,48), y cuando estaba en la cruz, se dirigió al Padre y le dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).

Si quieres ser sal de la tierra, ama de verdad

Pero no basta con poner en práctica lo que se nos ha dicho en la primera lectura: dar de comer al que pasa hambre, posada al pobre, vestir al desnudo; cosas que tenemos que hacer. Pero además de estas cosas materiales, hemos de demostrar nuestro amor en las cosas más sencillas e íntimas, aunque sean muy pequeñas. Por poner algún ejemplo práctico: La persona que ama procura estar siempre contenta, no tiene mal carácter, no se enfada, soporta los defectos de los demás, sabe perdonar de corazón. Hay personas que viven amargadas y amargan la vida a los demás. La vida es bonita, la vida es amable cuando hay amor.

Si hiciéramos una encuesta entre las personas que se separan o se divorcian, fácilmente se vería que la separación empezó por cosas pequeñas y, poco a poco, se fue haciendo una montaña, hasta que desapareció totalmente el amor, y entonces, ya no podían vivir juntas. Un esposo decía a su esposa. "Ya sé que me quieres, pero me lo tienes que demostrar". Yo creo que tenía razón. Concretando, la sal que da sabor a la vida es el amor, amar y dejarse amar, y demostrarlo, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. Si se pierde el amor, difícilmente se recupera, como la sal cuando pierde el sabor.

Hablemos ahora de la luz.

El mismo Jesucristo nos dice que Él es la luz del mundo. Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas. Hoy nos dice que nosotros somos la luz del mundo.

Del mismo modo que os decía que la sal es el amor que da sabor a la vida, ahora os digo que la luz es el testimonio de nuestra vida.

Nosotros seremos luz del mundo si somos capaces de transmitir nuestra fe, de dar a conocer a Jesucristo, si sabemos hablar de Él. No podemos escondernos, no podamos disimular nuestra fe. Jesús lo dice bien claro: No se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa (Mt 5,15). No hemos de tener vergüenza de ser cristianos, de dar testimonio de nuestra fe. San Pablo dice a los romanos: La noche está muy avanzada y el día se acerca; despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz… Revestíos de Jesucristo, el Señor, y no fomentéis vuestros desordenados apetitos (Rm 12-14).

Jesús pasó su vida haciendo el bien. Él mismo nos dice que los hombres, cuando vean nuestras buenas obras, darán gloria al Padre que está en los cielos (Mt 5,16). Nuestro testimonio de fe ha de ser como la sal que no aparece, se diluye, pero da sabor a la comida. Cuando uno come no ve la sal pero la nota en el gusto.

Las palabras vuelan, el ejemplo arrastra

Acabo con un ejemplo. Un padre, que era un cristiano de verdad, sufría porque su hijo no frecuentaba los sacramentos. Nunca le decía que había de ir a confesarse, sino que le rogaba lo acompañara. Un día, por Pascua, su hijo le dijo que le acompañaría, y, al ver que su padre se confesaba, él también se confesó. Después, el padre dijo que, al ver que su hijo se confesaba, fue una de las alegrías más grandes que había recibido en su vida.

¡Si hubiera muchos padres como este, de otra manera irían las cosas!

Pidamos a María que seamos siempre sal de la tierra y luz del mundo