Domingo
Primero de Cuaresma (II) Ciclo A
El
miércoles de Ceniza comenzamos la santa Cuaresma, es un camino de preparación
para la celebración de la Pascua. Cuarenta días en los cuales los cristianos
de todo el mundo nos preparamos para esta gran fiesta. No es un recorrido
triste, todo lo contrario, esta preparación para la Pascua nos puede
proporcionar una felicidad profunda. ¿Por qué? Porque es el mismo Jesús el
que nos aporta esta felicidad. Creer que nos ama, amarle, seguirle, intentar
vivir con Él y como Él, es la fuente de la verdadera felicidad. La cuaresma es
precisamente esto: tiempo en el que resuena de una forma especial, esta llamada
a seguir Jesús; caminar a su lado, mejor dicho, él es el que camina a nuestro
lado, el que puede transformar nuestra vida si nos dejamos, si permitimos que él
se esté siempre con nosotros. Tiempo de cuaresma, tiempo de tomarnos en serio
nuestra vida cristiana.
Podamos
preguntarnos:
¿Cómo
nos presenta la Iglesia a Jesús y qué nos pide en este primer domingo de
Cuaresma?
La
liturgia nos relata, en la primera lectura, la creación del hombre, para que
conozcamos quienes somos. En esta lectura del Génesis se describe al hombre
como obra artesana de Dios, obra máxima de la creación, materia ennoblecida
por su aliento, que es vida, la vida del espíritu en nosotros, de inteligencia
y de amor. El hombre es semejante a Dios por su inteligencia y su capacidad de
amar. Tiene necesidad de comunicarse con Dios y con sus semejantes. Esta vida,
que en sí misma, desea una felicidad sin fin, está por encima de la muerte.
También
se nos presenta a la persona humana libre y responsable, capaz de obrar el bien
y el mal.
Aquí
tenéis, hermanos, una pequeña descripción de la persona humana, como se nos
narra en la primera lectura. El hombre débil por naturaleza, de barro, pero
lleno de vida, que desea una vida eterna, y que está dotado de libertad y
responsabilidad.
Pasamos
ahora a comentar el Evangelio. Vemos a Jesús movido por el espíritu que le
lleva al desierto para ser tentado por el diablo.
No
son necesarias muchas palabras para demostrar que existe la tentación. Tentar
es poner a prueba, es incitar al mal. Nuestros primeros padres fueron tentados,
Noé fue tentado, Job también y los santos y todos nosotros experimentamos la
tentación, porque como dice san Pedro: El
diablo, vuestro enemigo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar (1
Pe. 5, 8) y san Pablo dice: No soy yo
quien lo hace, sino la fuerza del pecado que actúa en mí (Rom 7,17). Jesús,
que era un gran pedagogo, nos invita a rezar en el Padrenuestro: No
nos dejes caer en la tentación. Todos somos tentados, pero todos podamos
resistir a la tentación, como lo hizo Jesús. Es necesario que lo entendamos
bien: el pecado no consiste en la tentación, sino en consentirla. Mientras
luchas por no caer, no pecas.
También
vemos la existencia del diablo, espíritu del mal, el adversario de Dios que nos
tienta, pero no nos puede morder, como un perro atado con una cadena no puede
morder sino no nos acercamos a él.
Levantemos
nuestros ojos, miremos a Jesús en el desierto y escuchamos su voz
Jesús
resiste la primera tentación diciendo: Está
escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios (Mt 4,4). El hombre es tentado por los bienes materiales, si
escuchamos la palabra de Dios y la ponemos en práctica venceremos la tentación.
En
la segunda tentación el diablo sugiere a Jesús una exhibición espectacular,
le dice que se tire desde alero del templo: Si
eres Hijo de Dios, tírate abajo (Mt 4, 5) La forma de actuar de Dios no es
esta, sino que es humilde y discreta.
En
la tercera tentación, el diablo le pide que lo adore, después de mostrarle
todos los reinos del mundo: Todo esto te daré, si te postras y me adoras (Mt 4, 9) Sólo hemos
de adorar a Dios, no a otras cosas, como pueden ser el dinero, el placer, o
también el considerarnos superiores a los demás, etc.
¿Que
podemos hacer durante este tiempo de cuaresma? El Prefacio nos lo explica así: Por
él concedes a tus hijos anhelar, año tras año, con el gozo de habernos
purificado, la solemnidad de la Pascua, para que, dedicados con mayor entrega a
la alabanza divina y al amor fraterno, por la celebración de los misterios que
nos dieron nueva vida, llegaremos a ser con plenitud hijos de Dios.
La
actitud del cristiano, durante la cuaresma, se define como la ‘esperar’, en
cada año, de la celebración de la Pascua. Es el deseo y la preparación de la
Pascua. Esta Pascua no es lo que ya pasó en la Pascua histórica de Cristo,
sino que es un hecho real y vivo que ocurre ahora, en este siglo, en este año,
en este día. Lo pasado no se prepara, no se desea. Aquí se trata de la
celebración DE LA PASCUA de este año, de su actualización, del acto
sacramental, sobre todo la Noche Pascual.
¿Cómo
hemos de prepararnos? Con alegría y conversión de corazón.
Una
nota característica del cristiano es la alegría, a pesar de reconocernos
pecadores, pero nos convertimos y hacemos penitencia. La alegría nunca ha de
faltar en nuestro corazón.
Esta
alegría la tendremos si en este tiempo de cuaresma, y ahora más que nunca,
buscamos tiempos, más o menos largos, para estar con el Señor, para dedicar más
tiempo a la oración y, si podamos, asistir a la participación diaria de la
Santa Misa.
Dedicados con mayor entrega a
la alabanza divina y al amor fraterno. Este
amor a los hermanos lo podamos concretar en visitar a algún enfermo, a personas
que viven solas, o trabajando en tareas de voluntariado y otras actividades
sociales o eclesiales.
Recordemos
a los pobres en sus necesidades y démosles algo con especial delicadeza,
tratemos también con bondad a las personas que nos rodean, con un gran amor,
como lo haría el mismo Jesús.
La
finalidad a la cual tiende este proceso cuaresma-pascua es llegar a
ser con plenitud hijos de Dios. Dice, plenamente, porque ya lo somos por el
sacramento del Bautismo, pero no lo somos totalmente como hijos que el Padre ama
y esperando gozar de su presencia eternamente en el cielo.