Domingo Veintidós Durante El Año Ciclo A

 

¿Os acordáis de la respuesta de Pedro, cuando el Señor preguntó?: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Pedro le respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le contestó: Dicho tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16,13-17).

Para comprender algo las palabras de Jesús y las de Pedro hemos de tener presente las circunstancias que en aquellos días estaban los apóstoles y el concepto que tenían del Mesías que había de venir. Entre los apóstoles había un ambiente de alegría, de mucha euforia y entusiasmo. Ya sabían que Jesús era el Mesías. Él mismo lo había confirmado, y los sucesos se centraban en la plenitud de todas las esperanzas colectivas, tanto las religiosas como las temporales. La mayor parte de ellos se imaginaban un Mesías como un rey, un caudillo, un profeta, un sacerdote, un reformador, o todo a la vez, que traería el pueblo de Israel a una gran prosperidad: todo menos pensar que el Mesías seria crucificado, que moriría y resucitaría. Nadie podía imaginarse que el Mesías fuera un mártir hundido en la humillación a la vista de todo el mundo.

Palabras De Jesús

Jesús comenzó entonces a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y lo maestros de la ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría.

Palabras De Pedro

Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a recriminarle: Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso.

Palabras De Jesús

 ¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres (Mt 16,21-24).

Primero Jesús dice a Pedro que es dichoso, y, en cambio, hoy le dice que es un demonio. ¡Ponte detrás de mí, Satanás!

Jesús explica claramente el proyecto de Dios sobre su persona. Jesús lo tenía claro pero como hombre lo quería evitar.

San Juan dice: Me encuentro profundamente abatido; pero, ¿qué es lo que puedo decir? ¿Padre, sálvame de lo que me vienes encima en esta hora? (Jn 12,27). En el monte de los Olivos exclama: Padre, si quieres aleja de mí esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22,42).

El proyecto de Dios era la cruz. Jesús sabía que era el Mesías, pero tenía que abrazarse a la cruz y morir en ella. Y lo dice claramente, había de ir a Jerusalén y padecer mucho. Fijaos en el "mucho". No solamente un sufrimiento físico, como el ser azotado, sino todavía más un sufrimiento moral, puesto que seria rechazado, repudiado por la clase dirigente del pueblo de Israel y por la gente importante:

Los senadores, que representan la aristocracia laica.

Los sumos sacerdotes, como Anás y Caifás.

Los maestros de la ley, los teólogos de su tiempo.

El poder religioso, el Sanedrín.

El poder civil. Entonces Pilato decidió que se hiciera como pedían. Soltó al que habían encarcelado por sedición y homicidio, es decir, al que habían pedido, y les entregó a Jesús para que hicieran con él lo que quisieran (Lc 23,24-25).

A este sufrimiento moral, podemos añadir lo de Judas, que lo vende; Pedro, que lo niega; los discípulos que le abandonan, y la voz del pueblo, que clamaba: ¡Nosotros y nuestros hijos nos hacemos responsables de esta muerte! (Mt 27,25). Han escogido a Barrabás, y Él sería clavado entre dos ladrones, como un gran malhechor, ejecutado, y al tercer día resucitará.

Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a recriminarle: ‑Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso. ¿Quién eres tú, Pedro, para amonestar a Jesús?

Hemos de comprender la reacción de Pedro. Pedro había visto muchos milagros de Jesús, sabía que era el Hijo de Dios, y no podía comprender que aquel Jesús tan grande fuera humillado, muriendo en un cruz y condenado por los grandes de Israel.

Jesús reacciona de este modo ‑ ¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres.

Jesús dice a Pedro que no piensa como Dios, sino como los hombres.

¿No es cierto que estas palabras de Jesús, si las meditamos seriamente, nos impresionan?

Más todavía impresionaron a Pedro. Pedro es consciente de las palabras de Jesús sobre su sufrimiento, pero no comprende las palabras "resucitar al tercer día". Ve el dolor de Jesús, su humillación y todo lo que pensaba de Jesús, como Mesías, se viene abajo.

Para Jesús la cruz no es un punto de llegada. Es simplemente un camino, aunque obligatorio, lo lleva a la resurrección. No podía resucitar sin morir.

Vosotros que me escuchas, y yo en más de una ocasión, ¿no nos hemos disgustado con Dios? Le hemos preguntado, por qué ha permitido algo que no nos ha gustado o algo que no comprendemos, como, por ejemplo: los campos de concentración, las guerras o la prosperidad de las personas que no son buenas. Solemos decir: los malos tienen más suerte que no los buenos. No argumentemos nunca con Dios en nuestra vida.

Más de una vez en la intimidad con el Señor, en nuestra oración, le hemos dicho que Él nos ha desilusionado, nos ha entristecido, nos ha acongojado, no nos ha escuchado. Pese a esto, siempre hemos de acabar diciendo: Hágase tu voluntad, como decimos en el Padre nuestro (Mt 6,10).

Existen dos maneras de pensar: pensar como Dios, o pensar como los hombres.

Jesús, como hombre, piensa como Dios. Carga con la cruz y la abraza, porque esta es la voluntad del Padre.

En la segunda lectura, san Pablo nos ha dicho: No os acomodéis a los criterios de este mundo, al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rm 12,2).

El salmista dice: Guíame por la senda de tus mandamientos, porque ella es mi gozo; inclina mi corazón a tus preceptos, y no al interés (Sal 118,36-37).

No tendríamos que salir de este templo sin preguntarnos cuál es nuestro modo de pensar, el del mundo o del Evangelio.

Una cosa es ser misericordioso, saber perdonar y ser comprensivo ante una persona drogadicta, un matrimonio civil, unas relaciones prematrimoniales, una injusticia, etc., y otra es tener una mente contraría al Evangelio que condena todas estas cosas, o tener una mente humana que las aprueba.

Una madre decía a su hija divorciada y casada nuevamente: hija, te comprendo, pero no te apruebo. ¡Mu

y bien dicho!

Señor, enséñame a pensar siempre como sea de tu agrado y que esté dispuesto a hacer tu voluntad.

Líbrame, Señor, de la ceguera interior que me impide ver tus designios en mí.

Señor, haz que siempre tenga presente:

*     la fidelidad al proyecto de Dios en mí;

*     la fidelidad a mi vocación cristiana de hijo de Dios;

*     la fidelidad a tu voluntad.

 

Que paséis un buen domingo y una buena semana