Domingo Veinticinco Durante El Año Ciclo A

 

Nuestro Es Rico En Generosidad

La parábola del evangelio presenta una escena típica de Palestina. Había un propietario que salió a contratar algunos obreros para que fueran a su viña a trabajar. Los encontró en la plaza y quedaron de acuerdo en el salario que había de darles.

Yo, aún recuerdo que esto también ocurría en Barcelona, en la plaza de Urquinaona, no hace muchos años.

El propietario que nos narra el evangelio realiza la misma operación Va a buscar jornaleros a las nueve de la mañana, al mediodía, a las tres y a las cinco de la tarde, cuando sólo faltaba una hora para acabar la faena que terminaba a las seis: Salió por fin a media tarde, encontró a otros que estaban sin trabajo y les dijo: “¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada?”. Le contestaron: “Porque nadie nos ha contratado”. El les dijo: “Id también vosotros a la viña” (Mt 20,6-7).

Al acabar la jornada todos recibieron la misma paga. Entonces surgieron las protestas de algunos jornaleros: Al recibirlo, se quejaban del dueño, diciendo: “Estos últimos han trabajado sólo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor” (Mt 20,11-12).

Al leer esta parábola, muchas veces, he pensado que los primeros tenían razón al protestar, puesto que habían soportado el calor y la dureza del trabajo de todo el día, y después cobraban igual que los que habían trabajado sólo una hora. Bien mirado, la protesta procedía de la envidia que tenían, puesto que habían cobrado el jornal acordado y justo. La envidia es el cáncer del amor fraterno. Sin amor fraterno no hay cristianismo de verdad. Los cristianos nos hemos de reconocer por el amor.

Quizás humanamente tenían razón. A nivel de relaciones humanas se podría discutir la conducta del propietario. Escuchamos a san Pedro: Porque es digno de alabanza soportar por amor a Dios las vejaciones injustas. Si hubieseis de sufrir castigo por haber faltado, ¿qué mérito tendríais? Pero si hacéis el bien y por ello sufrís pacientemente, eso sí agrada a Dios (1Pe 2,19-20).

En un caso semejante, en el siglo veintiuno, quizás se hubiera organizado una huelga o una manifestación de protesta, sin recurrir al diálogo y sin ceder algo por ambas partes.

Profundizando en la parábola, cada vez estoy más convencido de que los caminos de Dios no son los mismos que los caminos de los hombres. Jesús dijo a Pedro, cuando quiso apartarlo de su pasión y muerte: Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres (Mt 16,23).

En la primera lectura hemos escuchado estas palabras: Mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos (Is 55,8). No podemos juzgar a Dios con la misma medida que medimos a los hombres, porque el amor de Dios no puede medirse con la misma regla.

Cuando levanto los ojos y contemplo a Jesús crucificado: Mirad al que traspasaron (Jn 19,37), puedo comprender algo más el amor de Dios, y cuando escucho al buen ladrón: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey. Jesús le dijo: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,42), no puedo menos que exclamar: ¡Qué grande eres Jesús, que admites al buen ladrón en el paraíso! Algunos dicen que fue ladrón hasta el último momento de su vida, puesto que robó el cielo a Jesús.

  Semejante al amor de Dios es el amor de una madre. Las madres siempre perdonan a sus hijos y los disculpan. Para una madre no hay ningún hijo malo. Como decía anteriormente, Dios es amor y bondad, y el amor no tiene reglas, pero, a veces, no comprendemos la actitud de Dios y protestamos, como los jornaleros que no comprendían la actitud del propietario de la viña.

¿Somos capaces de aceptar la bondad de Dios? ¿De no protestar cuando Dios perdona, se compadece, olvida, disimula, da largas al castigo y se manifiesta bondadoso, generoso y paciente? ¿Nos parecemos a los jornaleros que no comprendían la bondad y la delicadeza del amo de la viña? El buen obrero mira su salario y la bondad de su amo.

Hay cristianos que solamente miran sus buenas obras, y en esto se basa su religiosidad. "Yo cumplo" dicen. No, la verdadera religión consiste en mirar la bondad de Dios, darle gracias por los dones recibidos de su generosa mano y cumplir siempre su voluntad. Quien obra solamente para ir al cielo, como si fuera una recompensa que Dios le hace, no obra bien. El cielo vendrá con el mismo Dios, por su bondad, como la herencia pasa de padres a hijos. El hijo que ama a sus padres sólo porque le dejan la herencia, no será un buen hijo. San Pablo dice: Lo que hagáis, hacedlo con el mayor empeño, buscando agradar al Señor y no a los hombres. Sabed que en recompensa recibiréis del Señor su herencia y que es a Cristo, el Señor, a quien servís (Col 3,23).

Dios llama a todo el mundo a trabajar. Nosotros hemos de estar agradecidos, porque nos ha llamado a primera hora, a la salida del sol. Nuestros padres eran cristianos, nos bautizaron y nos educaron cristianamente desde que nacimos. ¡Demos gracias a Dios!

Lo más importante en nuestra vida es llegar al final y poder escuchar estas palabras de Jesús: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo (Mt 25,34).

 

¡Que Paséis Un Buen Domingo y Una Buena Semana!

¡Hasta el Domingo Que Viene si Dios Quiere!