Cuarto
Domingo de Cuaresma Ciclo A
Hermanos
y hermanas en el Señor,
Faltan
sólo tres semanas para la gran fiesta de la Pascua, y la Iglesia, que presupone
que hacemos penitencia, ayuno y limosna, en este cuarto domingo de Cuaresma
parece que nos quiera decir: ¡descansad un poco!, y por eso permite que
discretamente haya flores en el altar y que se pueda tocar el órgano.
Preparémonos
para la gran fiesta de la Pascua
El
evangelio que acabamos de leer está lleno de enseñanzas si las queremos
aprender.
En
los primeros siglos de la Iglesia, este evangelio tan bonito se leía y se
comentaba en la catequesis que se hacía para las personas mayores que asistían
al catecumenado, era durante un tiempo prudencial para prepararse a recibir el
bautismo. Era una catequesis bautismal.
Imaginémonos
a Jesús haciendo barro con su saliva y untando los ojos de aquel hombre que era
ciego de nacimiento y diciéndole: Ahora
vé a lavarte a la piscina de Siloé (que significa “Enviado”). El ciego
fue, se lavó y, cuando regresó, ya veía (Jn 9,7) Imaginémonos también
la alegría de aquel hombre al comprobar que veía muy bien.
En
este caso, Jesús no pide fe, para curar a esta persona, sino que es su bondad;
los discípulos le preguntan: Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Fue por un pecado suyo o
de sus padres? (Jn 9,2). La respuesta de Jesús es evidente: La
causa de su ceguera no ha sido ni un pecado suyo ni de sus padres. Nació así
para que el poder de Dios pueda manifestarse en él (Jn 9,3).
Las
enfermedades no son siempre consecuencias del pecado; algunas veces, sí. ¿Quién
puede afirmar que el sida, por ejemplo, no es, alguna vez, consecuencia del
pecado? Todos conocemos la historia de Job, cargado de llagas y enfermedades, y
la palabra de Dios nos dice que, en la tierra, no había nadie como él,
entregado y recto, temeroso de Dios y apartado del mal (Job 1,8).
La
mayoría de nosotros hemos recibido las aguas bautismales cuando éramos pequeños
y no aportamos nada, sólo nuestra debilidad de niños pequeños. Todo lo puso
Dios; todo fue gracia suya.
Y,
desde entonces, a medida que fuimos creciendo, hemos adelantado en el camino de
la vida; aquella luz que nos iluminó se ha ido haciendo cada vez mayor y se ha
convertido en una luz capaz de hacernos descubrir el camino de Jesucristo, de
hacernos amar el Evangelio, de enseñarnos a vivir como cristianos y poner
nuestra confianza en el amor de Dios.
Pero
no todos los bautizados reaccionan del mismo modo, como no reaccionaron, del
mismo modo, los judíos que vieron el milagro de la curación del ciego de
nacimiento.
Tres
actitudes:
Vemos
a los fariseos, que cierran los ojos y no aceptan de ninguna de las maneras, a
Jesús. No sólo no lo aceptan, sino que lo ven como a un gran pecador, porque
ha hecho una obra de misericordia en sábado. Es el pecado contra el Espíritu
Santo. Cerrar los ojos para no ver la luz. Jesús dijo: Os
digo que si no sois mejores que los maestros de la ley y los fariseos, no entraréis
en el reino de los cielos (Mt 5,20).
Los
padres del ciego, que al preguntarles si su hijo había nacido ciego y como era
que ahora veía, contestaron con algo de picardía: Sabemos
que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve no lo
sabemos, ni sabemos quien le ha dado la vista. Preguntádselo a él; tiene edad
suficiente para responder por sí mismo (Jn 9,20-21). Dicen que él ya es
mayor de edad, que se lo pregunten a él, porque tenían miedo a los judíos y
no se querían comprometer. También nosotros, en nuestra vida, a veces no nos
queremos comprometer y disimulamos, y quizás no lo tendríamos que hacer.
La
reacción del ciego que, poco a poco pasa, de no saber quién era Jesús, a
adorarlo. El ciego es dócil a la palabra del Señor. Hace lo que Jesús le
dice. Va a la piscina y se lava, reconoce que Jesús es un profeta y que Dios no
escucha a los pecadores, es testigo de la verdad, y en cierto sentido, es
torturado, puesto que fue excluido de la sinagoga. Jesús lo ha curado
corporalmente y espiritualmente. Ahora es un hombre que ve y que cree.
También,
entre las personas del mundo y de nuestros cristianos, encontramos algunas que
no han creído nunca o que han renegado de Jesús. Han perdido la fe y querrían
que Jesús desapareciera. ¿Cuánta persecución religiosa no ha habido, y no
hay, para hacer desaparecer a Jesucristo? Pero Jesús siempre triunfa. Nosotros
somos testigos del triunfo del Cristo en las muchas persecuciones que ha tenido
lo Iglesia.
Permitidme
una anécdota. Un día vino a verme una chica, que me dijo que había perdido la
fe. Después de una larga conversación, me dijo: yo querría tener la fe que
usted tiene. Yo le contesté que la fe es un don de Dios y que yo querría tener
más aún.
Algunos
cristianos, como los padres del ciego, no quieren comprometerse y viven un
cristianismo ‘descafeinado’. Admiran a Jesucristo y su mensaje, pero no están
dispuestos a comprometerse.
El
precepto dominical no existe y ya no hablemos de ir a comulgar y confesar. Ahora
que se acerca la Semana santa, para muchos serán días libres, de vacaciones y
no se acordarán de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Pero
hay un gran grupo, que ama de verdad a Jesucristo, de estos hemos de ser
nosotros, que, como el ciego, hemos de confesar nuestra fe en Jesucristo, hemos
de amarlo y adorarlo, ya que murió por nuestros pecados; resucitaremos con Él
en el gran día de la Pascua.
La
misión de Jesús es iluminar y dar la vista a los ciegos. En la sinagoga de
Nazaret Jesús se atribuye estas palabras del profeta Isaías:
El
espíritu del Señor está sobre mí,
porque
me ha ungido
para
anunciar
la
nueva noticia a los pobres;
me
ha enviado a proclamar
la
liberación a los cautivos
y
dar la vista a los ciegos,
a
libertar a los oprimidos
y
a proclamar
un
año de gracia del Señor (Lc
18,41-42).
Que
nuestra oración de hoy sean las palabras del ciego de Jericó: Señor,
que recobre la vista. Jesús le dijo: ‑Recóbrala; tu fe te ha salvado (Lc
18, 41-42) Que el Señor nos diga: "recobrad la vista" porque vuestra
fe es grande.
Nota:
Son de alabar las parroquias que hacen una colecta simbólica, un pequeño
donativo, para comprar el cirio pascual.