Quinto Domingo de Pascua Ciclo A
Hermanos, estamos preparando la gran fiesta de la Ascensión de Jesús
al cielo. Después de celebrar solemnemente la fiesta de la Resurrección de Jesús,
la Iglesia pone ante nuestra consideración las últimas palabras de Jesús en
el Cenáculo, el Jueves Santo en la vigilia de su muerte, que podríamos
llamarle, el testamento de Jesús antes de morir en la cruz.
Lo primero que nos dice es que se marcha. Y, ¿a dónde va Jesús?
Va a la casa del Padre: En la casa de mi
Padre hay lugar para todos; de no ser así, ya os lo habría dicho; ahora voy a
prepararos ese lugar (Jn 14,2). Jesús, el Hijo de Dios, que se encarnó en
las purísimas entrañas de María,
aceptó la cruz y se ofreció al Padre muriendo por nuestros pecados. Después
de haber cumplido su misión, se volvió glorificado a la casa del Padre. De
este modo lo celebraremos el gran día de la Ascensión.
Y ¿qué finalidad tiene esta partida del Señor? Nos lo dice con
claridad: se va para prepararnos un lugar. En
la casa de mi padre hay lugar para todos. Un motivo de alegría es pensar
que todos nosotros tenemos un lugar preparado en el cielo, que lo ha adquirido
Jesús muriendo por nosotros. No hay nadie que tenga preparado un lugar en el
infierno; todos lo tenemos preparado en el cielo.
Si os preguntara si deseáis ir al cielo, seguro que la respuesta
sería un sí unánime. En la vida hay dos caminos que podemos escoger: el
camino del bien y el camino del mal. El camino del bien conduce recto al cielo;
el camino del mal hacia la perdición. Somos libres, podamos escoger el camino
que queramos. El camino que nos conduce al cielo es el camino de la pobreza de
espíritu, de la humildad, del amor: Dichosos
los pobres en el espíritu, porque suyo es el reino de los cielos (Mt 5,3).
Jesucristo nos dice que el camino que conduce a la casa del Padre
no es un camino elaborado por los hombres, sino que Él mismo es el camino: Yo
soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). También nos dice que es el único
camino: Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí (Jn 14,6). San Pablo
nos lo dice con estas palabras: Sed,
pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos. Y haced del amor la
norma de vuestra vida, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí
mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios (Ef
5,1-2). Y más adelante dice: En otro
tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Portaos como hijos de
la luz, cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la verdad (Ef 5,8-9).
El cristiano es la persona que siempre tiene ante sí esta manera
de actuar de Jesús, y muchas veces ha de preguntarse cómo actuaría Jesús si
se encontrara en sus mismas circunstancias; y después de una reflexión así,
tomar una determinación. Hemos de pensar, sentir y obrar como lo haría el
mismo Jesús.
Jesús, además de ser camino, es vida: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Jesús lo manifiesta
claramente en la resurrección de Lázaro cuando dice a su hermana Marta: Yo
soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá (Jn
11,25). Jesús también es vida porque nos alimenta con su propia carne y su
propia sangre: Yo soy el pan vivo bajado
del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre (Jn 6,51).
Los cristianos sabemos muy bien que, si queremos tener vida
espiritual, nos hemos de acercar a recibir a Jesús con frecuencia. Creemos en
un Cristo muerto y resucitado, lo que quiere decir que vive y que está presente
entre nosotros en la Iglesia. Jesús dice: Donde
están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos (Mt
18,20). Y, de una manera singular en la Eucaristía, por esto lo recibimos, y
vamos a visitarlo en el sagrario.
Una última idea que deseo comentar es la que el mismo Jesús nos
da cuando dice a Felipe: El que me ve a mí,
ve al Padre (Jn 14,9). ¿Nos hemos preguntado alguna vez cómo es Dios?
Encontramos la respuesta en estas palabras de Jesús. Él es un reflejo real de
Dios, para que con nuestros ojos humanos podamos tener una pequeña noción.
También nosotros, cristianos, hemos de ser un reflejo de Jesús.
Ahora Él está en el cielo, no anda por las calles predicando y curando
enfermos, pero, pidámosle que se manifieste y que lo podamos ver en la familia,
en la comunidad religiosa, en el cristiano sencillo, pero valiente, porque a su
lado crece el amor a Dios, la fraternidad con los hermanos. Que se obran los
ojos para que muchos queden curados de sus heridas y frustraciones.
¿Cuántos años hace que hiciste la primera comunión? Que el Señor
no nos pueda decir las palabras que dijo a Felipe: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? (Jn
14,9).
Que Jesucristo sea, verdaderamente para nosotros, el camino, la
verdad y la vida; de esta forma todos podremos encontrarnos un día en el cielo.