Domingo Sexto de
Pascua Ciclo A
Todos recordamos el gran día
de la Resurrección de Jesús, y ahora, paso a paso, vamos avanzando hacia la
fiesta de Pentecostés, que es la culminación de la Pascua. Durante estos
domingos de Pascua hemos vivido sentimientos muy diferentes. En una primera
etapa era una explosión de alegría, por los diversos encuentros con el
resucitado; una segunda fase, más serena y contemplativa, mirando a Cristo
resucitado como pastor; y después en la vida de la comunidad eclesial. Hoy las
lecturas nos invitan a esperar la prometida venida del Espíritu Santo, al mismo
tiempo que seguimos experimentando la alegría pascual.
El cristiano nunca ha de
perder esta alegría. En la oración de la misa, la colecta, la Iglesia ha
rogado a Dios continuar celebrando con
fervor estos días de alegría.
Esta alegría de la Pascua
no ha de ser una alegría de puertas adentro, que sólo dure lo que dura la
celebración, es necesario que permanezca durante toda nuestra vida y que tenga
una manifestación externa.
Esta alegría del cristiano
es consecuencia de la fe: Quien a Dios
tiene, nada le falta, sólo Dios basta, nos dice santa Teresa, y Jesucristo
en el evangelio de hoy nos dice que se marcha, pero que no nos dejará huérfanos,
ni solos, ni abandonados, ni desamparados: No os dejaré huérfanos; volveré a estar con vosotros (Jn 14,18).
Jesús prometió
solemnemente que nos enviaría al Espíritu Santo cuando dijo: Yo
rogaré al Padre, para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con
vosotros. Es el Espíritu de la verdad que no puede recibir el mundo, porque ni
lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive en vosotros y
está en vosotros (Jn 14,15-17). La palabra griega Paráclito, que usa el
evangelista para designar al Espíritu Santo, es muy difícil de traducir y
significa aquel que está presente, que es invocado para aconsejar, dirigir,
defender y consolar (Dr. Gomá).
Este Espíritu Santo, que
descendió sobre los apóstoles y la Virgen María en el día de Pentecostés,
el Espíritu de la Verdad, hará plenamente actual en la Iglesia el magisterio
de Jesucristo. Dice Jesús: El Paráclito,
el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis
lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo (Jn 14,26). Jesús dice
que nos hará recordar y entender todo el que Él ha dicho.
Escuchamos a san Pablo: ¿O
es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habéis
recibido de Dios y que habita en vosotros? (1 Cor 6,19).
La cuarta plegaria eucarística
reza de esta manera: Y porque no vivamos
ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó,
envió, el Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de
santificar todas las cosas
Jesús nos dice que no nos
dejará huérfanos y que nos enviará al Espíritu Santo; san Pablo, dice que
este Espíritu Santo habita en nosotros, y en la Iglesia que acaba la obra de
Cristo, y es también el que lleva a cabo nuestra santificación. Si alguna vez
sentimos el deseo de ser mejores, o de hacer una obra buena, ¡esto es obra del
Espíritu Santo!
Todos sabemos de qué
manera Jesús se ha quedado con nosotros. Porque creemos en la presencia real de
Jesucristo. Hoy domingo, estamos todos en torno al altar para participar de esta
Eucaristía. Esta unión eucarística nos hace ver, con los ojos de la fe, la
presencia de Jesucristo; vivir su vida, experimentar su amor y penetrar en su
intimidad, todo esto gracias al Espíritu Santo.
Y ¿qué nos pide Jesús?
Que le amemos de verdad, que guardamos sus mandatos y que nos dejamos conducir
por el Espíritu Santo. Amor y obediencia. Obediencia sin amor es esclavitud, y
amor sin obediencia no es verdadero amor.
Para acabar, una anécdota
de san Pablo. Cuando el apóstol llegó a Éfeso, encontró a unos discípulos
que les preguntó: ¿Habéis recibido el
Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos respondieron: Ni siquiera hemos oído
hablar de que exista un Espíritu Santo (Hech 19,2).
¿Qué
responderíais vosotros si Cristo os hiciera esta misma pregunta?
Termino diciendo que
invoquemos mucho al Espíritu Santo, que Dios nos conceda la devoción al Espíritu
Santo, y a nosotros incluso más, ya que pertenecemos a esta comunidad del Espíritu
Santo. Que nos conceda sus dones y nos ayude para que vivamos su presencia
practicado el mandato del amor que Él nos ha dado:
Amaos
los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15, 12).