DOMINGO OCTAVO DURANTE EL AÑO Ciclo A
Jesús nos dice con claridad que no podemos servir a
dos señores: A Dios y al dinero.
Servir
al Señor, quiere decir, que Dios sea el centro de nuestra vida, que podamos
decir con las palabras de san Pablo: Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien
vive en mí (Gal 2,20).
¿De
quién hemos de ser servidores, de Dios o del dinero?
La
respuesta es evidente: Hemos de ser servidores de Dios. Servir a Dios quiere
decir que sea Él el centro de nuestra vida, como san Pablo, que vivía para
Jesucristo.
Modelos
a imitar
Jesús,
nuestro modelo, es el gran servidor de Dios. Está dispuesto a hacer la voluntad
del Padre, como dice san Pablo: Se humilló a sí mismo haciéndose obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz (Flp 2,8).
Jesús
no quiere las riquezas de este mundo. Cuando el demonio le propone darle todos
los reinos del mundo y su gloria, Jesús le contesta: ‑Márchate, Satanás,
porque está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y a él le darás culto
(Mt 4,11).
María,
nuestra madre, también es nuestro modelo. Ella se considera esclava del Señor:
–Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices (Lc
1,38).
Los
santos son personas que se han esforzado en servir al Señor, a pesar de sus
flaquezas. San Francisco de Asís es un ejemplo singular por su desprecio al
dinero y su amor a la pobreza.
Servid
al Señor con alegría
(Sal 100,2), nos dice el salmista. Yo también os digo a vosotros, cristianos: Servid
al Señor con alegría, y servir al Señor es hacer siempre su voluntad.
El
evangelio nos dice que no podamos servir Dios y al dinero. Hay contradicción
entre Dios y el dinero. ¿Por qué? Porque, como nos dice el libro del Eclesiástico:
Quien ama el oro no escapará al pecado; quien busca el lucro, en él se
perderá (Eclo 31,5).
Si
miramos nuestra sociedad, fácilmente veremos que la mayoría de las injusticias
que se comenten en el mundo es por el dinero.
Si
observamos en las familias, muchas están peleadas a causa del dinero. ¡La
historia de las herencias!
Si
nos fijamos en la juventud, necesitan dinero para la droga, por eso cometen
barbaridades.
Si
miramos los puestos de trabajo, el malestar viene generalmente por cuestiones de
los sueldos, o sea, por el dinero. Y así, podríamos continuar indefinidamente.
Personas
que han sido servidores del dinero
Judas
traicionó a Jesús por una pequeña cantidad de dinero. Entonces uno de los
doce, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes, y les
dijo: ‑¿Qué me dais si os lo entrego? Ellos le ofrecieron treinta
monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando ocasión para entregarlo
(Mt 26,14-16). Hasta aquí puede llegar el amor al dinero.
Los
jefes de los sacerdotes se reunieron con los ancianos y acordaron en consejo dar
una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: ‑Decid que sus
discípulos fueron de noche y robaron su cuerpo mientras dormíais. Y si el
asunto llega a oídos del gobernador, nosotros lo convenceremos y responderemos
por vosotros. Los soldados tomaron el dinero e hicieron lo que les habían dicho
(Mt
28,12-15).
Era un recaudador de impuestos pero se arrepintió, : Se
puso en pie ante el Señor y le dijo: Señor, la mitad de mis bienes se la doy a
los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más (Lc
18,8).
Vosotros
podéis decirme que sin dinero no es puede hacer nada. Naturalmente que
necesitamos dinero para vivir, pero el pecado está en tener demasiado afán por
el dinero.
Jesús,
en el Evangelio de san Lucas, nos dice que había un hombre muy rico y que tenía
muy buenas cosechas. Un día tuvo este pensamiento: Construiré los graneros más
grandes y estaré tranquilo, y me diré: Ahora ya tienes bienes almacenados
para muchos años; descansa, come, bebe y pásalo bien. Pero Dios le dijo: “¡Insensato!
Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién va a ser todo lo que has acaparado? (Lc
12,19-20).
Recuerdo
a un hombre que trabajaba muchas horas extras y ganaba mucho dinero, pero
descuidaba a su familia. Un día le dije que el dinero se le comía la vida, él
me contestó que no era verdad, que él se gastaba el dinero. Al poco tiempo se
puso enfermo y murió.
Jesús
no quiere que vivamos angustiados. Quiere que pongamos nuestra confianza en
Dios, que a la vez es Padre providencial, y Madre acogedora de todos, según la
bellísima expresión de Isaías, que acabamos de escuchar en la primera
lectura: ¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada del fruto de sus
entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré (Is 49,15).
Jesús
quiere que no nos preocupamos demasiado de las cosas materiales, sino que
pongamos nuestra confianza en nuestro Padre del cielo, que tiene providencia de
las cosas creadas.
¡Qué bonitas son estas palabras del evangelio de
hoy! Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en
graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta (Mt 6,26).
Jesús
acaba diciendo: Buscad ante todo el reino de Dios y lo que es propio de él,
y Dios os dará lo demás (Mt 6,33).
Buscar
primero el reino de Dios es dar preferencia a las cosas del espíritu.
El
domingo nos invita, por ejemplo, al descanso, al relax, a disfrutar de la
naturaleza, a dedicarnos a nuestros hobbies, pero también a participar
activamente en la Eucaristía y hacer alguna obra de caridad, como visitar algún
enfermo.