PENTECOSTÉS
(Sólo
texto, para imprimir)
Estamos,
hoy, hermanos y hermanas en la fiesta de Pentecostés, una fiesta muy importante
de la liturgia de toda el año, que nos hable del Espíritu Santo que recibimos
el día de nuestro bautismo, al ser bautizados en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo.
Todos
recordamos el gran día de la Resurrección de Jesús, y ahora, paso a paso,
vamos avanzando hacia la fiesta de Pentecostés, que es la culminación de la
Pascua. Durante estos domingos de Pascua hemos vivido sentimientos muy
diferentes. En una primera etapa era una explosión de alegría, por los
diversos encuentros con el resucitado; una segunda fase, más serena y
contemplativa, mirando a Cristo resucitado como pastor; y después en la vida de
la comunidad eclesial. Hoy las lecturas nos invitan a esperar la prometida
venida del Espíritu Santo, al mismo tiempo que seguimos experimentando la alegría
pascual.
El
cristiano nunca ha de perder esta alegría. En la oración de la misa, la
colecta, la Iglesia ha rogado a Dios continuar
celebrando con fervor estos días de alegría.
Esta
alegría de la Pascua no ha de ser una alegría de puertas adentro, que sólo
dure lo que dura la celebración, es necesario que permanezca durante toda
nuestra vida y que tenga una manifestación externa.
Esta
alegría del cristiano es consecuencia de la fe: Quien
a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta, nos dice santa Teresa, y
Jesucristo en el evangelio de hoy nos dice que se marcha, pero que no nos dejará
huérfanos, ni solos, ni abandonados, ni desamparados: No os dejaré huérfanos; volveré a estar con vosotros (Jn 14,18).
Jesús
prometió solemnemente que nos enviaría al Espíritu Santo cuando dijo: Yo rogaré al Padre, para que os envíe otro Paráclito, para que esté
siempre con vosotros. Es el Espíritu de la verdad que no puede recibir el mundo,
porque ni lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive en
vosotros y está en vosotros (Jn 14,15-17). La palabra griega Paráclito,
que usa el evangelista para designar al Espíritu Santo, es muy difícil de
traducir y significa aquel que está presente, que es invocado para aconsejar,
dirigir, defender y consolar (Dr. Gomá).
Este
Espíritu Santo, que descendió sobre los apóstoles y la Virgen María en el día
de Pentecostés, el Espíritu de la Verdad, hará plenamente actual en la
Iglesia el magisterio de Jesucristo. Dice Jesús: El
Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará
que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo (Jn 14,26).
Jesús dice que nos hará recordar y entender todo el que Él ha dicho.
Escuchamos
a san Pablo: ¿O es que no sabéis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios y que
habita en vosotros? (1Cor 6,19).
La
cuarta plegaria eucarística reza de esta manera: Y
porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió
y resucitó, envió, el Padre, al Espíritu Santo como primicia para los
creyentes, a fin de santificar todas las cosas
Jesús
nos dice que no nos dejará huérfanos y que nos enviará al Espíritu Santo;
san Pablo, dice que este Espíritu Santo habita en nosotros, y en la Iglesia que
acaba la obra de Cristo, y es también el que lleva a cabo nuestra santificación.
Si alguna vez sentimos el deseo de ser mejores, o de hacer una obra buena, ¡esto
es obra del Espíritu Santo!
Todos
sabemos de qué manera Jesús se ha quedado con nosotros. Porque creemos en la
presencia real de Jesucristo. Hoy domingo, estamos todos en torno al altar para
participar de esta Eucaristía. Esta unión eucarística nos hace ver, con los
ojos de la fe, la presencia de Jesucristo; vivir su vida, experimentar su amor y
penetrar en su intimidad, todo esto gracias al Espíritu Santo.
Y
¿qué nos pide Jesús? Que le amemos de verdad, que guardamos sus mandatos y
que nos dejamos conducir por el Espíritu Santo. Amor y obediencia. Obediencia
sin amor es esclavitud, y amor sin obediencia no es verdadero amor.
Para
acabar, una anécdota de san Pablo. Cuando el apóstol llegó a Éfeso, encontró
a unos discípulos que les preguntó: ¿Habéis
recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos respondieron: Ni siquiera
hemos oído hablar de que exista un Espíritu Santo (Hech 19,2).
¿Qué
responderíais vosotros si Cristo os hiciera esta misma pregunta?
Termino
diciendo que invoquemos mucho al Espíritu Santo, que Dios nos conceda la devoción
al Espíritu Santo, y a nosotros incluso más, ya que pertenecemos a esta
comunidad del Espíritu Santo. Que nos conceda sus dones y nos ayude para que
vivamos su presencia practicado el mandato del amor que Él nos ha dado:
Amaos
los unos a los otros como yo os he amado
(Jn 15, 12).
Sed devotos del Espíritu Santo que habita en nosotros, invoquémosle, pidámosle que nos ayude a amar a Jesucristo y a su madre, que concibió por obra y gracia del Espíritu Santo a Jesucristo, Nuestro Señor.
Que paséis un buen domingo de Pentecostés.