SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Si preguntáramos a un judío quién es su Dios, nos respondería que su Dios es el Dios de Moisés; un Dios todopoderoso, que se reveló en el Sinaí entre relámpagos y truenos para manifestar su omnipotencia.

Si preguntáramos a un musulmán quién es su Dios, nos respondería que su Dios es Alá, creador y señor de todas las cosas.

Si preguntáramos a un agnóstico quién es su Dios, nos respondería que no lo sabe; precisamente el agnosticismo consiste en el no conocimiento de Dios. Si Dios existe, yo no lo puedo conocer.

Si preguntamos a un cristiano, como tú que me escuchas, quién es tu Dios, me responderías: "Mi Dios es el Dios que nos ha revelado Jesucristo".

Hoy podríamos impartir una clase de teología y explicar que el Dios que nos presenta Jesucristo es un Dios Trinitario, que en Dios existen tres personas iguales y distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo procede del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por vía del amor y que, aunque son tres personas iguales y distintas, no existen tres dioses, sino un solo Dios, porque tienen la misma naturaleza divina.

En el Credo decimos:

"Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso...,

y en un solo Señor, Jesucristo, nacido del Padre antes de todos los siglos...

en el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo".

Se cuenta de san Agustín que un día estaba paseando por la playa y meditaba el misterio de la Santísima Trinidad. No lo entendía. Vio a un niño que jugaba en la playa con un cubo y que metía agua del mar en un hoyo. Le preguntó qué hacía y aquel niño o, mejor dicho, aquel ángel, le respondió que estaba metiendo agua del mar dentro del hoyo. Agustín le respondió que esto era imposible. "De la misma manera –le contestó el ángel- es imposible que tú entiendas el misterio de la Trinidad. Tu inteligencia es limitada y Dios es infinito".

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe cristiana. Es el misterio de Dios en él mismo. La fuente de todos los demás misterios, la luz que los ilumina". (C.E.C. nº 233).

Dejemos la teología para los sabios y miremos qué lección práctica nosotros, como cristianos, podemos extraer de esta fiesta de la Santísima Trinidad.

Nuestra vida cristiana empieza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Fuimos bautizados en el nombre de la Santísima Trinidad (Mt 28,19). Todos los sacramentos que hemos recibido nos los han dado en su nombre, y el buen cristiano inicia el día y lo acaba en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Reflexionemos detenidamente, un poquito, estas palabras de san Pablo que acostumbramos a decir cuando empieza la santa Misa. Quizás no le damos la importancia y el sentido teológico que tienen. El sacerdote dice: "La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y el don del Espíritu Santo estén con todos vosotros".

El amor del Padre. El Evangelio de hoy nos ha explicado quién es el amor del Padre: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). Amar es dar. No existe amor sin donación. Dios Padre nos da lo mejor que tiene, que es su propio Hijo. Tenemos la gran prueba que Dios nos ama en Jesucristo. Si los padres de la tierra aman a sus hijos, mucho más todavía el Padre del cielo nos ama a nosotros que somos sus hijos.

Muchas otras pruebas del amor del Padre podríamos añadir: la creación de este mundo admirable que disfrutamos, la vida eterna que esperamos, etc.

También decimos: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo". Jesucristo es una gracia del Padre, un don de Dios. Como nos ha dicho el Evangelio: "Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". (Jn 3,17). Dios quiere que todos los hombres se salven. Dios no ha creado a nadie para la condenación eterna. Jesús ha muerto para la salvación de todos los hombres. Sólo se condenan los que quieren condenarse, no por la voluntad de Dios, sino por la voluntad del hombre.

Jesús decía que convenía que Él se marchara, sino, no vendría el Espíritu Santo. El domingo pasado decíamos que, si somos cristianos, es por la venida del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Un cuerpo sin alma es un cadáver. El Espíritu Santo da vida a la Iglesia. Gracias al Espíritu Santo los apóstoles salieron a predicar y nosotros hemos recibido el bautismo y somos cristianos gracias a esta predicación.

¡Cuántas veces no sentimos las inspiraciones del Espíritu Santo que habita dentro de nosotros, ya que somos templos del Espíritu Santo por el bautismo!

San Pablo dice: "Nadie puede decir "Jesús es el Señor" si no le mueve el Espíritu Santo" (1Co 12,3).

Muchas otras cosas podríamos añadir, pero yo querría que salierais del templo con la idea principal de la Trinidad. El Padre Dios nos ama y lo sabemos porque nos ha dado a Jesucristo, y el Espíritu Santo nos inspira para que correspondamos a este amor, ya que amor con amor se paga.

Finalicemos diciendo: con inteligencia creemos en el Padre que nos ama, en el Hijo que es nuestro hermano y amigo, y en el Espíritu Santo que nos guía por el camino que lleva al cielo.

Propósito: digamos con más devoción esta semana el Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Que tengáis un buen domingo