Domingo Once Durante el Año
- B
(sólo texto, para imprimir)
¿Qué entendemos por Reino de Dios?
Comienzo explicando qué se entiende por
‘reino de Dios’.
Para mí el reino de Dios es el mensaje de
Jesús, que empieza aquí en la tierra y acabará cuando hayamos llegado a la
visión beatífica del cielo.
Con otras palabras, el reino de Dios es
mirar, mejor contemplar, la persona adorable de Jesús, imitar su manera de ser
y poner en práctica lo que nos dicen sus palabras.
El reino de Dios es el proyecto de vida
que Dios tiene para los hombres y mujeres en este mundo: hermandad, libertad,
justicia, paz, felicidad, alegría, amor, amistad, etc.
Jesús es el sembrador
Jesús era un hombre del campo. Su vida
transcurrió en Nazaret donde creció, muchas veces había visto cómo los
sembradores echaban la semilla, la dejaban pasar un tiempo bajo tierra y como
empezaba a crecer: primero la espiga, después el grano y, finalmente, la
cosecha. Jesús había observado la esperanza del labrador que siembra, la fuerza
de la semilla y el gozo de la siega. El Evangelio nos dice. Jesús decía también: ‑Sucede con en
el reino de Dios lo que con el grano que un hombre echa en la tierra. Duerma o
vele, de noche o de día, el grano germina y crece, sin que él sepa cómo. La
tierra da fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo abundante
en la espiga. Y cuando el fruto está a punto, en seguida se mete la hoz, porque
ha llegado la siega (Mc 4,26-29).
Jesús sembró y su palabra ha dado mucho
fruto. Muchos son los cristianos que amamos a Jesús, y muchas son también las
personas que han dado la vida por difundir el reino de Dios. ¡Cuántos
misioneros han dejado su patria y han ido a tierras lejanas para propagar el
reino de Dios! Recordad a san Francisco Javier, que fue al Japón y deseó ir a
la China.
La obra de Jesús vista desde cerca y
reconstruida en el tiempo, fue una pequeña semilla sembrada, que, al final de
su vida, el mal quiso anular y destruir completamente. Los discípulos de Emaús
cuando iban de camino se les acercó Jesús, y decían: ¿No sabes que los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo
entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron? Nosotros
esperábamos que él fuera el libertador de Israel (Lc 24,20-21). Fijémonos
en la palabra "esperábamos", ya no esperan.
Humanamente hablando, Jesús tenía motivos
sobrados al morir y sentirse fracasado e inútil. Pero Jesús sabía que su muerte
seria como la semilla esparcida, que resucitaría y que su reinado no tendría
fin, también tenía fe en las otras semillas que somos nosotros que creceríamos
para ser testigos del reino de Dios.
El punto central de la parábola, es el
labrador que duerme, y de una manera misteriosa la semilla empieza a germinar y
va creciendo, sin que él sepa exactamente cómo se realiza esto.
Los cristianos hemos de ser también
sembradores
Quiero subrayar que es Dios el que da el
incremento.
Nosotros podemos ser instrumentos de
Dios, pero la fuerza viene de él.
Jesús es el sembrador y nosotros también
somos sembradores de la buena nueva, que nos ha traído Jesucristo. Cada cual
donde Dios le ha colocado. La planta da su flor donde Dios ha plantado y la
hace crecer: En la familia, en el templo, con los vecinos, en el trabajo etc.,
somos continuadores de la obra de Cristo. Esta es nuestra gran misión.
El sembrador puede ser bueno, la semilla
también puede ser buena, pero recordemos las palabras de san Pablo: Ni el que planta ni el que riega son nada;
Dios, que hace crecer, es el que cuenta (1 Cor 3,7).
Muchos querríamos ver el fruto de nuestro
trabajo y nos hace falta la paciencia que tiene el labrador. Muchas veces he
pensado en mi vida sacerdotal, en tantas primeras comuniones que he dado, a
tantos matrimonios que he casado, tantos sermones que he predicado y ¿dónde
está la realidad?
También es cierto que alguna vez me han
dicho que unas palabras mías, en un sermón o en una charla, les había ayudado a
cambiar de vida.
Anécdota
Después de celebrar la primera misa me
encontré con un sacerdote en el tren (entonces él debía tener la edad que tengo
yo ahora) yo era un joven muy ilusionado pero él me dijo: Mira chico, el mundo
lo hemos encontrado mal y los dejaremos peor. Entonces yo pensé que este
sacerdote era muy pesimista, pero pasados los años y viendo cómo están las
familias, las parejas de hecho, los divorcios, las separaciones, el mal vivir,
las guerras que nunca acaban, las drogas y cómo muchas personas viven apartadas
de Dios…, pienso muchas veces que tenía razón.
También recuerdo a muchos padres de
familia que me han preguntado: ¿para qué ha servido toda la educación cristiana
que hemos dado a nuestros hijos, si ahora no se acercan al templo?
A los padres que están tristes porque sus
hijos no siguen el camino que les enseñaron les digo con todo el corazón:
Rezad, rezad, porque los caminos de Dios son inescrutables, como es
inescrutable el crecimiento de la semilla que habéis sembrado.
Se dice de santa Teresa del Niño Jesús
que tenía una amiga que iba por el mal camino y pidió a su superiora poder
escribirle un carta, la superiora, mujer de fe, le contestó diciendo que no lo
hiciera, sino que rezara mucho por ella, puesto que el Espíritu Santo tiene más
fuerza que una carta.
No es suficiente plantar la semilla, ha
de crecer, como el grano de mostaza que se transforma en un árbol frondoso.
Jesús también decía: ¿Con qué compararemos
el reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Sucede con él lo que con un
grano de mostaza. Cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas
las semillas. Pero, una vez sembrada, crece, se hace mayor que cualquier
hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su
sombra (Mc 4,30-32).
Todos nosotros llevamos dentro la semilla
de la fe, de la esperanza y de la caridad sembrada en nuestro bautismo. Durante
nuestra vida, esta semilla ha de transformarse en un árbol frondoso, porque
como ha dicho san Pablo en la segunda lectura, todos nos presentaremos ante el
tribunal de Cristo para recibir el premio de nuestras buenas obras. Ya que todos nosotros hemos de comparecer
ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba el premio o castigo que le
corresponde por lo que hizo durante su existencia corporal (2 Cor 5,10).
Cristianos que me escucháis. Revisad
vuestra vida espiritual, haced un examen de lo que hacéis cada día, el examen
de conciencia no lo dejéis, pasad por el mundo haciendo el bien, para que la
semilla plantada en vuestros corazones se transforme en árbol frondoso.
Jesucristo nos dice que el grano de
mostaza, que es una semilla muy pequeña, se transforma en un árbol frondoso y
que los pájaros del cielo, que nadie controla, pueden cobijarse en su sombra,
asimismo tenemos que presentar nuestra vida cristiana y nuestras comunidades
acogedoras, abiertas para que muchas personas puedan cobijarse y encontrarse
bien entre nosotros.
Hemos de esforzarnos para que nuestras comunidades cristianas sean verdaderamente abiertas y acogedoras, esto depende de todos nosotros.
Que
paséis un buen domingo.