Domingo Doce Durante el Año - B

(sólo texto, para imprimir)

 

 

Introducción

El evangelio que acabamos de leer nos relata el milagro que Jesús realizó en el mar de Galilea, cuando la tormenta se tornó en una admirable calma.

 

Me gustaría hacer algo como si fuese una composición de lugar, para que podamos imaginarnos a Pedro explicando este milagro a la primera comunidad.

 

La primera comunidad sabía muy bien que Pedro era un gran pescador, un día les hablaría de cómo el Señor les dijo: Pasemos a la otra orilla del mar.

 

Aquel mismo día, al caer de la tarde, les dijo: Pasemos a la otra orilla. Ellos dejaron a la gente y lo llevaron en la barca, tal como estaba (Mc 4,35-36).

 

Pedro vio que el mar estaba en calma, que no había ningún peligro.

 

Comenzaría la explicación diciendo que como el Señor tenía sueño se quedó dormido. Se ve que confiaba en su destreza, pero, de pronto, se desencadenó una gran borrasca y a pesar de los esfuerzos de los discípulos, el agua inundaba la barca.

 

Dice el evangelio: Se levantó entonces una fuerte borrasca y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de hundirse. Jesús estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal (Mc 4,37).

 

Pedro y los discípulos empezaron a tener miedo. Sabían muy bien lo que era una gran borrasca en el mar y el peligro que corrían. Tenían verdadero miedo. Jesús dormía y no querían despertarlo, pero llegó un momento que lo despertaron, diciéndole: Maestro ¿no te importa que perezcamos? El se levantó, increpó al viento y dijo al lago: ‑ ¡Cállate! ¡Enmudece! El viento amainó y sobrevino una gran calma (Mc 4, 38-39).

 

Pedro contó lo admirados que quedaron cuando vieron cómo el viento y el mar le obedecían. Él sabía bien que el viento y el mar no obedecen nunca, sino que hacen lo que hacen sin que el hombre pueda dominarlos. !Qué grande sería su admiración! Tal vez les explicaría también, que entonces, pudieron entrever algo de la divinidad de Jesús. Como hemos escuchado en la primera lectura, es Dios, quien pone los límites del mar y que Él es el Señor del cielo y de la tierra.

 

Una de las manifestaciones del poder del Cristo, que ha recibido del Padre, es el dominio sobre las fuerzas de la naturaleza. El dominio del mar y del viento, en concreto, es una consecuencia del poder de Jesús. Este acto sirve por expresar el dominio de Jesús sobre toda la creación.

 

Pedro continuaría explicando la reacción de Jesús. Él les preguntó: ¿Por qué sois tan cobardes? (Mc 4,40). Esta es la primera reacción de Jesús.

 

Pedro explicaría el porqué de su miedo. Porque estábamos a punto de ahogarnos, diría. Él y los discípulos, maestros en el mar, sabían bien del peligro que corrían, pero también Jesús sabía que estando con Él no había motivo para tener miedo.

 

La segunda reacción de Jesús fue mostrarles su poca fe. ¿Todavía no tenéis fe? (Mc 4,40).

 

Confesaron que todavía no tenían mucha fe en el Señor, por eso Jesús les reprendió.

 

El evangelista acaba diciendo: Ellos se llenaron de un gran temor y se decían unos a otros: ‑ ¿Quién es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen? (Mc 4,41).

 

Seguramente que Pedro contaría muchas veces este milagro de Jesús, queriendo transmitir principalmente dos cosas, que yo también os las quiero transmitir hoy:

 

  1. Jesús, aunque parece que duerme, no está durmiendo.

 

  1. Que nuestra fe sea tan fuerte que no pueda decirnos que somos hombres y mujeres de poca fe.

 

Nosotros, a veces, en nuestra vida hemos le hemos llamado y el Señor no nos ha respondido y nos hemos enfadado, hemos pensado que estaba durmiendo, o que no nos quería escuchar. Podemos estar bien seguros, y sepamos bien, que Jesús nunca duerme y siempre nos escucha.

 

Anécdota

 

Recuerdo que una vez una chica me dijo que había perdido la fe y, por lo tanto, había dejado de ir a misa, porque su padre había muerto bastante joven, a pesar de haberle pedido al Señor que le conservara la vida y no la escuchó.

 

No podemos pedir al Señor que resuelva todos nuestros problemas. Cuando tengamos algún problema, que todos tenemos, sepamos acercarnos al Señor y decirle que no duerma, que nos escuche, pero siempre con la confianza de que el Señor nos ama y cuida de nosotros como de todo lo que ha creado, siempre hemos de acabar diciendo: Hágase tu voluntad, Señor.

 

Pidamos al Señor que nunca puedan decirnos que somos hombres de poca fe. ¿No sabéis que Él siempre está a vuestro lado para ayudaros y daros la mano?

 

El Señor siempre nos ayuda en las grandes dificultades, como ayudó a los discípulos en aquella borrasca.

 

San Pedro escribió: Confiadle todas vuestras preocupaciones, puesto que él se preocupa de vosotros (1 Pe 5,7).

 

Para terminar quiero deciros unas palabras del gran periodista, el padre Martín Descalzo, que murió no hace mucho. Escribió la vida de Jesús en un estilo moderno, muy piadosa y fácil de leer, con el título de: "Vida y misterio de Jesús de Nazaret".

 

Durante siete años, cada dos días, tenía que ir a diálisis. Él decía que sus días eran como una mesa de ajedrez, en la que hay figuras blancas y negras, días buenos y días malos, y que el don más grande que Dios le había hecho era aquella enfermedad. Cuando supe esto pensé que aquel hombre era muy valiente, y después he pensado que sí que era valiente, pero que esta valentía era por ser un hombre de fe y el Señor estaba a su lado.

 

Que paséis un buen domingo.