Domingo Tercero Durante el Año - Ciclo B
 

Las lecturas que acabamos de proclamar tienen una idea central: La conversión.

Hablemos, pues, de Jonás, que es enviado por Dios a Nínive para predicar la conversión. Si los habitantes de esta ciudad no se convierten, todo será destruido. Nínive era una ciudad grande y rica, pero muy alejada de Dios. Después de la predicación de Jonás esta gran ciudad hace penitencia, Dios la perdona y no es destruida.

La historia de Jonás es bonita, divertida y curiosa. Dios quiere enviar a Jonás a Nínive para que predique la conversión, pero él no quiere ir, se sube a un barco y se marcha en dirección contraria, a Tarsis. Se desencadena una gran tormenta, los tripulantes del barco creen que él es culpable y lo echan al mar para que este se calme. Es entonces cuando se lo traga un gran pez y está tres días en el vientre de este gran cetáceo. Imaginaos a Jonás, con las manos juntas orando así desde el vientre del cetáceo:

Grité al Señor en mi angustia, y él me respondió;
desde el vientre del abismo pedí auxilio, y escuchaste mi voz.
Me habías arrojado en lo más profundo del mar;
me arrastraba la corriente, todo tu oleaje me envolvía.
Yo dije: ”Me has arrojado de tu presencia.

¿Cómo podré volver a contemplar tu santo templo?”
Las aguas me apretaban hasta ahogarme,
el abismo me envolvía, las algas se enredaban en mi cabeza.
Me hundí hasta los cimientos de los montes, hasta el país donde son eternos los cerrojos.
Pero tú sacaste mi vida de la fosa, Señor, Dios mío.
Cuando mi alma se hundía, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo templo.

¡Los que adoran ídolos vacíos abandonan al Dios que los ama! Yo, en cambio, te alabaré,

te ofreceré sacrificios, y cumpliré las promesas que te hice.

¡Del Señor viene la salvación! (Jon 2,1-10)

A veces pienso que, en nuestra gran ciudad, y en el mundo en general, convendría que el Señor enviara un gran profeta, porque, a pesar de que los hay y buenos, hay que reconocer que también existe el mal y en abundancia: ¡Cuántas guerras, casas de prostitución, sensualidad, estafas, familias que viven mal, cuántos odios, rencores y envidias no vemos continuamente en todas las clases sociales!

Todos tenemos necesidad de conversión. Quienes están en pecado, para que vuelvan a Dios, y quienes buscamos a Dios, para que procuremos ser mejores. Dice el Señor: Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48). Aunque nunca lo seamos del todo, hemos de trabajar por seguir el camino que Jesús nos propone.

El hombre es pecador, pecador me engendró mi madre, dice el salmista.

Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces.

Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme (Sal 51,6-7 y 12).

Todos sabemos, por propia experiencia, que estamos inclinados al mal. ¡Qué malos podríamos ser si hiciésemos realidad los malos pensamientos que nos pasan por la cabeza! El demonio nos tienta muchas veces, y alguna vez lo escuchamos.

El gran profeta que Dios nos envía, lo tenemos en la persona de Jesucristo. En el Evangelio de hoy nos dice: Convertíos y creed en el evangelio (Mc 1,15).

¿Qué quiere decir "conversión"? La Biblia lo expresa con dos verbos griegos, epistrefein, que quiere decir "cambiar de conducta" y “busca de Dios”. Convertirse es cambiar de vida y de conducta y hacer la voluntad de Dios. El otro verbo, metanoien, es "cambiar de pensar", de ideas y de criterios.

Un ejemplo: una madre, que vivía con un hombre, que no era su marido, cuando se su hija se fue a vivir con otro hombre, dijo a unas vecinas: "Mi hija ha hecho bien, porque ahora será feliz". Esta mujer tendría que cambiar de vida y de manera de pensar, si quiere estar bien con Dios.

Una conversión sincera comporta amar a Dios de verdad. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo (Lc 10,27), esta es la respuesta del maestro de la ley, cuando, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta: Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (Lc 10,25).

A nosotros, como cristianos, Jesús nos pide que amemos a Dios, a él mismo, a los hermanos y a los enemigos. Estamos pues llamados a amar a Dios, y a Jesucristo que nos ha dicho que no somos sus sirvientes, sino sus amigos. Para demostrarnos esta amistad y este amor, Jesús ha dado su vida por nosotros.

Amar a los hermanos. Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado (Jn 15,12).

Amar también a los enemigos. Jesús dijo: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros. Si amáis a los que os aman, ¿Qué mérito tenéis? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacéis el bien a quien os lo hace a vosotros, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo (Lc 6,31-33).

Que el Señor nos ayude para que, al finalizar esta celebración, salgamos con el deseo y el firme propósito de ser mejores y de amarle más a Él, a nuestros hermanos y también a nuestros enemigos, si es que los tenemos.

Que paséis un buen domingo.