Domingo Sexto Durante el Año

En el Evangelio de hoy, vemos a Jesús curando un leproso. Para comprender qué significaba este milagro para el pueblo que le escuchaba, es decir, para los judíos, hemos de leer atentamente la primera lectura y tener en cuenta que la lepra era considerada como un castigo de Dios por los pecados cometidos por el leproso, o por sus antepasado. Así leemos en el libro de los Números (12,1-15), cómo Yahvé castiga a la hermana de Moisés, María, por haber murmurado contra su hermano; como también el rey Ocias, por atribuirse funciones sacerdotales.

Jesucristo, en la curación del ciego de nacimiento, dice que ni él ni sus padres pecaron.

La persona enferma de lepra, debía caminar desarrapado, con la cara tapada y gritando: "¡impuro, impuro!", para que nadie se le acercara, debía estar a veinte pasos de las personas para no contaminarlas. El leproso tenía que vivir solo debía tener su hogar fuera del campamento. Esta condición de leproso, le excluía de la vida conyugal y de la convivencia con el pueblo, aislado y solo de por vida, si no se le curaba la lepra, cosa que era casi imposible en aquellos tiempos.

De repente, ante una multitud de gente que acompañaba a Jesús, se presentó un hombre desarrapado, con la cara tapada y sin observar lo que prescribía la Ley, gritó: "¡Impuro, impuro!" para que nadie lo tocara, se acercó a Jesús y, con mucha humildad postrándose de hinojos, solamente le dijo estas palabras: Si quieres, puedes limpiarme (Mc 1,40). Aquel hombre era un hombre de fe. Va al encuentro de Jesús convencido de su poder, por esto se le acerca lleno de confianza, convencido de que Jesús tiene poder para curar-lo, está seguro que no lo rechazará.

Así fue. Jesús no le dice: "¡Apártate! y grita: “impuro", sino que lo recibe como un padre recibe a un hijo. El evangelista nos hace notar que Jesús sintió lástima, lo tocó, cosa que estaba prohibida y, yo añadiría, sonriente, le dice: Quiero, queda limpio (Mc 1,41). Inmediatamente le desapareció la lepra.

Fácilmente podemos imaginar la admiración de la multitud y la alegría del pobre leproso.

La caridad hace a Jesús saltarse la ley; lo toca, pero le manda que se presente a los sacerdotes y que ofrezca, por su purificación, lo que manda Moisés.

Yo diría que Jesús le hace esta recomendación por dos motivos: para que el sacerdote reconociera el milagro había hecho, y para que el leproso pudiera volver a convivir con los suyos legalmente.

También le dice que no lo diga a nadie, pero él desobedece y comienza a divulgar el hecho abiertamente. Sin embargo, tan pronto como se fue, se puso a divulgar a voces lo ocurrido, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad (Mc 1,45).

La actitud de Jesús, de acogida y de dar la mano, de sentir lástima, de curar, ha de ser también nuestra actitud cuando nos encontramos con un enfermo de sida, un drogadicto, un divorciado, una persona que ha salido de la prisión, un gitano, un anciano, una persona que vive muy sola, un marginado por la sociedad y humillado, sea en el trabajo, en su casa; no pasar de largo, como hicieron el levita y el sacerdote en la parábola del buen samaritano, sino al contrario, darnos a los demás aunque nos cueste sacrificio, y poner en práctica el mandato del amor que nos ha dado Jesucristo.

Para todos, feliz y santo domingo!