CICLE B - DOMINGO SÉPTIMO DEL AÑO
(Sólo texto, para imprimir)
Jesús perdona los pecados del
paralítico y también los nuestros
Acabamos de escuchar cómo realiza Jesús un milagro, uno de
los milagros más curiosos del Señor. Ejercitemos un poco la imaginación y
comprenderemos mejor este milagro.
El evangelista dice estaba
en casa, quiere decir la casa de Pedro, en Cafarnaúm. Seguramente que iba a
esta casa para descansar y pasar un bueno rato en familia. A Jesús le gustaba
estar en familia. Jesús era como nosotros, que también necesitamos descanso y
estar con las personas que nos quieres y comprenden.
La noticia de que Jesús había llegado corrió muy pronto la
ciudad, y muchas personas, entre ellas algunos maestros de la Ley, fueron a
escuchar al Maestro, de tal modo que la casa se llenó y mucha gente se quedó en
la puerta sin poder entrar. Jesús era muy popular y la gente lo escuchaba con
atención y agrado.
En Cafarnaúm había un paralítico que, al enterarse de la
presencia de Jesús, pidió a cuatro amigos que lo llevasen en su camilla y lo
pusieran ante Jesús. Estos generosos y caritativos amigos, cogieron paralítico
en su camilla y, ¡venga! a casa de Pedro. Pero, ¿qué pasó al llegar a la casa,
o, mejor dicho, antes de llegar? Que había tanta gente, que era imposible
llegar hasta los pies de Jesús. Entonces se les ocurrió una idea: subir por la
escalera exterior, levantar los ladrillos de la azotea y, con cuerdas, bajar al
paralítico hasta ponerlo delante del Señor. La gente que estaba allí levantó la
cabeza y dejaron un poco de sitio para colocar al paralítico.
Se produjo un gran silencio, Jesús abrió la boca, no para
decir inmediatamente al paralítico "estás curado”, sino: Hijo, tus pecados te son perdonados (Mc
2,5). Entonces vino la reacción: Unos
maestros de la ley que estaban allí sentados comenzaron a pensar para sus
adentros: ¿Cómo habla éste así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados sino
sólo Dios? (Mc 2,6-7). Jesús demostró que Él tenía poder para perdonar los
pecados y dijo al paralítico: Levántate,
carga con tu camilla y vete a tu casa. El paralítico se puso en pie, cargó en
seguida con la camilla y salió a la vista de todos (Mc
2,11-12).
Hasta aquí, el evangelio. Ahora hagamos la aplicación de la
palabra de Dios, mirando a los personajes que han intervenido y saquemos las
consecuencias para nuestra vida cristiana.
Miremos a la persona adorable de Jesús. Jesús necesita una
casa acogedora y va a la casa de Pedro. Jesús, como Dios que es, conoce los
pensamientos de los maestros de la Ley. Jesús,
percatándose en seguida de lo qué estaban pensando, le dijo: ¿Por qué pensáis
eso en vuestro interior? (Mc 2,8).
Los hombres no podemos conocer los pensamientos de las
personas, Dios sí.
Cuando miramos a Jesús, vemos su humanidad, su
misericordia, y también, su divinidad, y, como Dios que es, tiene el poder de
perdonar los pecados y transmitir este poder a las personas que quiera, como lo
hizo con los apóstoles y con sus sucesores. Jesús, antes de morir dijo a los
discípulos: Recibid el Espíritu Santo. A
quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los
retengáis, Dios se los retendrá (Jn 20,22-23).
Jesús antes de subir al cielo dijo: Dios me ha dado autoridad plena sobre el cielo y la tierra. Poneos,
pues, en camino, haced discípulos en todos los pueblos (Mt 28,18-19).
Los cuatro hombres que llevaban
la camilla
Ejemplo de caridad y solidaridad.
Fijémonos en los cuatro hombres que transportan la camilla,
con qué alegría llevan al paralítico ante Jesús, al ver la imposibilidad de llegar
a los pies de Jesús, lo suben hasta la azotea, quitan unas tejas y bajan al
paralítico cogido con cuerdas ante la presencia del Señor.
También en nuestra vida encontraremos muchos paralíticos,
sean enfermos o esclavos del pecado o, sencillamente, personas que no desean
ver al Señor, necesitan hombres y mujeres que los lleven. Quien les ayude y
acompañe podrá ser el sacerdote, el padre y la madre, el amigo, el empleado que
trabaja contigo, o, quizás, el ejemplo de una buena persona, etc. Todos podemos
acompañar a alguna persona ante la presencia del Señor.
Preguntémonos si lo hacemos. Muchos paralíticos
encontrarían a Jesús si hubiera una mano generosa que los condujera. Las
prisiones están llenas de estas personas, porque no han encontrado un buen amigo
que les ayude.
Los maestros de la Ley estaban
sentados
Los maestros de la Ley pensaban que sólo Dios podía
perdonar los pecados, y tenían razón.
Sólo veían en Jesús un hombre como los demás, quizás veían algo extraordinario,
pero no sabían comprender su divinidad. Jesús les demuestra que Él, como Dios,
puede perdonar los pecados, y así lo hizo. Pues
vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los
pecados (Mc 2,10), así realizó el milagro de curar al paralítico.
El sacerdote, en nombre de Jesucristo, nos perdona los
pecados. El sacramento de la reconciliación es un don de Dios hecho a toda la
humanidad. Si nos confesamos bien, estamos seguros que Dios nos ha perdonado.
Finalmente, fijémonos en el paralítico. Era un hombre de fe,
como los cuatro amigos que lo llevaron ante Jesús. Por la palabra del Jesús sus
pecados quedaron perdonados y también recuperó la salud. ¡Qué alegría no
debería de tener al levantarse, coger su camilla e irse tan contento a su casa!
Todas las personas que lo veían caminar quedaron
maravilladas y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto cosa igual
(Mc 2,12).
Esta alegría hemos de tener también nosotros después de
confesarnos, porque podemos estar seguros de que Cristo nos ha perdonado.
Nuestro arrepentimiento y conversión puede tener dos
vertientes: una de cara a Dios, esforzándonos en hacer mejor nuestra oración y
mejorar nuestra vida cristiana, y otra, ayudando a los hermanos, como hicieron
los cuatro hombres que ayudaron al paralítico.
Nada más por hoy sino desearos sinceramente que todos nosotros cuando estemos en el cielo podamos felicitarnos mutuamente.
Que paséis un
buen domingo.