CICLO B. SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
En las lecturas que ahora hemos escuchado, resaltan dos
personajes: Abraham y Jesucristo, puestos por la Iglesia para nuestra consideración e
imitación en este tiempo cuaresmal.
ABRAHAM HOMBRE DE FE
Si decimos que Abraham era un hombre de fe, antes que nada tenemos que saber qué
entendemos por fe. San Pablo nos lo dice de este modo: La fe es la seguridad de las
cosas que uno espera, y la convicción de las que no ve (He 11,3 ).
Abraham vivió como un extranjero y peregrino en la Tierra prometida. Por la fe le fue
otorgado a Sara, concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, ofreció a su hijo
único en sacrificio (Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 145).
Abraham creyó en Dios, y le fue computado a justicia (Rm 4,3).
Es Abraham un hombre ya mayor, que en su vejez tuvo un hijo, Isaac, y estaba contento
porque Dios le había prometido una descendencia más grande que las estrellas del cielo y
los granos de arena del mar.
De pronto, Dios le pide que sacrifique a su único hijo, Isaac. El está dispuesto a hacer
la voluntad de Dios y se pone en camino. Imaginaos los pensamientos de Abraham mientras
caminaba hacia el monte Moria. Por un lado, Dios le promete una gran descendencia, y por
otra, le manda que sacrifique a su hijo. Pero él confía en la palabra de Dios, porque es
un hombre de fe, de mucha fe, y sabe bien que Dios le aprecia y que no lo puede engañar.
Prepara todas las cosas: los cuchillos, la leña, el fuego y todo lo necesario para el
sacrificio. En el momento culminante, cuando han llegado al monte, es cuando su hijo,
Isaac le pregunta: Padre, veo que habéis preparado todas las cosas para el sacrificio,
pero ¿dónde está la víctima? Dice el Génesis: Isaac habló a su padre, y dijo:
¡Padre! Aquí me tienes hijo mío, le respondió. Traemos, pues, el fuego y la leña,
pero, ¿dónde está la víctima para el holocausto? Abraham respondió: Dios proveerá el
cordero para el holocausto. Continuaron andando los dos juntos. (Gn 22,7,8). El
profesor de Sagrada Escritura nos decía: Qué golpe más fuerte para el padre, fueron
las palabras de su hijo.
Al llegar el monte Moria, hace un altar y pone sobre la leña a su único hijo, y cuando
levanta la mano para sacrificarlo, una voz del cielo, clama: "Abraham, Abraham".
Él le respondió: "Aquí me tienes". El ángel le dijo: Deja ir al chico, no
le hagas nada. Ya veo que tienes temor de Dios, tú que no te negaste a darme tu único
hijo (Gn 22,11-12.) Dios había visto su voluntad, y entonces Abraham sacrificó un
cordero.
La fe de Abraham es grande, y su confianza, también. Se pone en las manos de Dios y aun
cuando no la comprende, sigue adelante.
Pidamos a Dios que nos dé la fe de Abraham y que siempre estemos dispuestos a cumplir su
voluntad, aunque, muchas veces, no la comprendamos.
LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
El otro personaje del evangelio de hoy es Jesucristo, que se transfigura en el monte
Tabor. Jesús, tras la confesión de Pedro, empezó a decir que hacía falta que el Hijo
del hombre fuese condenado a muerte y que al tercer día resucitaría. En este contexto
tenemos que poner el episodio de la Transfiguración de Jesús.
La liturgia bizantina dice: Tú te has transfigurado en la montaña, y, en la medida
que ellos eran capaces, tus discípulos, han contemplado tu gloria, ¡ Oh Cristo!, Dios, a
fin de que cuando te vieran crucificado y muerto en una cruz, comprendieran que tu pasión
era voluntaria y lo anunciaran al mundo y que Tú eres la irradiación del Padre.
Santo Tomás de Aquino dice: Toda la Trinidad se manifiesta: El Padre
en la voz, el Hijo en el hombre, y el Espíritu Santo en la nube luminosa.
Atanasio el Sinaïta escribe: Él se había revestido de nuestras miserables
túnicas de piel, y se ha puesto el vestido divino, y la luz le envolvió como un manto.
El mensaje que nos trae Jesús transfigurado son las palabras del Padre: Este es mi
hijo, el amado, escuchadlo (Mc 9,7). Escuchar quiere decir hacer su voluntad,
contemplar su persona, imitarlo, poner en práctica sus consejos, coger nuestra cruz y
seguirlo.
Jesús mandó que no contaran a nadie aquello que habían visto, hasta después que el
Hijo del Hombre hubiera resucitado de entre los muertos (Mc 9,9).
Los tres apóstoles contemplan a Jesús transfigurado, signo de su divinidad, pero no
quiere que lo publiquen hasta después de su resurrección.
Permitidme una vivencia. No hace muchos días, fui a visitar el cementerio dónde reposan
mis padres, y después de rezar por ellos, cuando ya salía, me paré delante de una
tumba. Había encima unas flores y esta inscripción: Hasta estando muerto y todavía
habla". Los familiares la comentaban, diciendo que era verdad que todavía
hablaba a aquellos que le habían amado, y su hija añadía: en sus buenas obras y en
la buena educación que me dio.
Esta inscripción, la podemos aplicar a Jesucristo, no al Cristo muerto, sino al
resucitado. Cristo nos habla en el Evangelio y cuando hacemos oración y entonces podemos
repetir las palabras de Pedro: Maestro