CICLE B. TERCER DOMINGO DE CUARESMA
JESÚS Y EL TEMPLO
Nos encontramos en la mitad de la Cuaresma, tiempo para preparar la Pascua, y hoy
encontramos a Jesús en el templo de Jerusalén, aquel templo que amaba por haber sido
presentado en él, a los cuarenta días de su nacimiento; cuando tenía doce años se
perdió y su padre y su madre lo encontraron en el templo, discutiendo con los doctores de
la Ley; aquel templo, que lo haría llorar al pensar que no quedaría piedra sobre piedra
y allí acabaría el domingo de Ramos la solemne procesión.
QUÉ ENTENDEMOS POR TEMPLO.
Para Jesús, como Hijo de Dios, el templo es la casa de su Padre (Jn 2,16). El templo
es el lugar donde la presencia de Dios se hace tangible. Para nosotros, los cristianos es
la casa de Dios, donde reservamos la Eucaristía para adorar a Jesús, y un lugar de
oración.
Hoy, encontramos a Jesús en el atrio de los gentiles, donde se había instalado un
verdadero comercio de ovejas, bueyes y tiendas de cambio de moneda, porque la moneda
romana no servía para el templo. Para que tengáis una idea de la multitud de personas,
de ruido y de discusiones que había en el atrio del templo, solamente os diré que Flavio
José, en el año setenta, dice que aquel año se compraron y sacrificaron más de 25O.000
corderos. Si alguien ha visitado un mercado oriental, fácilmente se puede imaginar aquel
ambiente. Aquello era un escándalo. Unos cuantos del alto sacerdocio de los judíos
habían montado allí su negocio. Sobre todo la familia de Anás.
Los peregrinos, que iban a Jerusalén para adorar a Dios, encontraban en el templo aquel
barullo y muchos salían escandalizados.
¿Qué hace Jesús? Allí había muchas cuerdas, y él coge algunas, hace un látigo con
nudos y echa del templo a las ovejas y los bueyes, a los que cambiaban monedas les tira
las mesas, y a los que vendían palomas les dice que retiren las jaulas. Jesús no puede
consentir que aquel sitio, que tendría que ser un sitio para encontrar a Dios, se hubiera
convertido en una cueva de ladrones. Jesús no pega a ninguna persona, solamente tira las
mesas y hace marchar a las bestias.
INTERPRETACIÓN DEL HECHO.
Tres son las interpretaciones que hay en el Evangelio sobre la acción de Jesús.
Los discípulos interpretan aquel gesto como un acto de celo, es decir, de
amor, de diligencia y de interés por el templo por parte de Jesús. Dice la Escritura: El
celo de vuestro templo me consumía (Jn 2,17 ).
Los judíos no encuentran justificación en aquel acto, y preguntan con qué autoridad
Jesús ha obrado de aquella manera. ¿Qué señal nos muestras que te autorice a hacer
esto? (Jn 2,18).
Jesús interpreta aquel hecho en lo referente a su cuerpo, diciendo: Destruid este
templo y yo lo reconstruiré en tres días. Los judíos respondieron: ¿Hace cuarenta y
seis años que trabajan en su construcción, y tú lo quieres reconstruir en tres días?
(Jn 2,19-20 ).
Los discípulos no entendieron las palabras de Jesús, hasta que resucitó de entre los
muertos.
Recordad que en el proceso de la condena de Jesús ante Caifás, le acusan de querer
destruir el templo. Algunos se levantaron a presentar contra Él esta acusación: Nosotros
hemos oído que decía: Yo destruiré este templo, hecho por mano de hombre y en tres
días lo reconstruiré, no hecho por mano de hombre. Pero ni así concordaba su
declaración ( Mc 14 , 57-59). San Agustín comenta muy bien qué fuerza podía tener
aquel argumento, cuando Jesús dijo destruir y reedificar en tres días.
APLICACIÓN A NUESTRA VIDA CRISTIANA.
Apliquemos la palabra de Dios a nuestra vida cristiana. Hemos de amar el templo del
Señor, y no usarlo para hacer negocio materialmente, o espiritualmente. Cuando digo
espiritualmente, quiero decir que a veces venimos al templo, no para dar gracias a Dios,
sino para pedirle cosas que no convienen a nuestra alma, o a nuestra vida espiritual, o
van contra la ley de Dios.
Recuerdo que el rector de la parroquia de San Agustín de Barcelona, en cuyas cercanías
hay algunas casas de prostitución, me explicaba que de vez en cuando va alguna prostituta
a traer un cirio a santa Rita para pedir trabajo.
Jesús se refería al templo de su cuerpo (Jn 3,21). San Pablo dice que
nosotros somos templo de Dios. ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu
Santo que habéis recibido de Dios y que habita en vosotros? (1 Cor 6,19), y añade
que no profanemos este templo por el pecado. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son
miembros de Cristo? ¿Puedo tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una
prostituta? ¡ De ninguna forma! (1 Cor 6,15). Para mí, estas palabras de San Pablo,
son un gran argumento para apartarnos de todo aquello que puede ofender a Dios.
Y finalmente, hay una idea muy bonita sobre los seguidores de Jesús. Muchos lo seguían,
pero Jesús no se fiaba de ellos, porque conocía el corazón de cada cual. Pero Jesús
no confiaba, porque los conocía a todos; no tenía ninguna necesidad que le revelaran lo
que son los hombres; él sabía suficientemente lo que hay en el interior de cada hombre
(Jn 2,25).
Nos podemos preguntar: Jesús, que conoce nuestro corazón, ¿se puede fiar de nosotros?
¿Puede confiar en nosotros?
Una de las cosas que tenemos que hacer en este tiempo cuaresmal es visitar a algún
enfermo, alguna residencia de ancianos, algún hospital y hacer alguna limosna. San
Francisco de Asís decía: Los hombres pierden todo lo que dejan en este siglo, pero se
llevan la recompensa de la caridad y de las limosnas que habían hecho, por las cuales
recibirán del Señor un premio y una remuneración digna" ( De la carta dirigida
a todos los fieles) .
ORACIÓN DE UN ENFERMO.
Señor, enviadme a alguien que tenga tiempo para estar conmigo,
que venga a verme,
y que yo le pueda hablar de mis sufrimientos y de mis penas,
Que pueda desahogarme,
que rompa el silencio que me oprime,
que sonría y sea portador de alegría,
que me comprenda, y sea capaz
de encender en mi corazón oprimido
una antorcha de esperanza.
A veces su silencio es mi consuelo,
porque necesito alguien que me escuche.
La soledad es muy triste,
y aquí las horas son interminables.
Gracias, Señor, por las personas
que me vienen a ver.
Gracias, porque un día serán merecedoras
de sentir de vuestros labios estas palabras:
Venid, benditos de mi Padre,
a poseer el reino que os tengo preparado,
porque estaba enfermo y me visitasteis.
Gracias, gracias, Señor.