CICLO B. DOMINGO CUARTO DE CUARESMA
 

Nos encontramos, hermanos y hermanas, en la mitad de la Cuaresma. Este domingo antes se decía "el domingo laetare," que quiere decir alegría, porque la Pascua se acercaba.

¿Quién era Nicodemo?
Hoy, la Iglesia nos presenta a Nicodemo, que era miembro del Sanedrín, jefe de la comunidad judía, hombre rico y considerado. El Talmud decía que era tan rico que podía mantener al pueblo de Israel durante diez días.
Dice San Juan: Había uno de los fariseos que se llamaba Nicodemo. Era un dirigente de los judíos. Este hombre fue por la noche a encontrar a Jesús (Jn 3,1-2). Por la noche, sin duda, por miedo a sus compañeros del Sanedrín, y pregunta a Jesús qué tiene que hacer para conseguir la vida eterna. Jesús le dice que tiene que renacer del agua y del Espíritu.
Nicodemo es un maestro de Israel, un intelectual, un dirigente. Va al encuentro de Jesús, porque, como él dice, las señales que Jesús hace, manifiestan que viene de Dios; de lo contrario no tienen explicación. Maestro, sabemos que eres un hombre enviado por Dios, porque nadie podría hacer estas señales prodigiosas que tú haces (Jn 3,2). Jesús se manifiesta como el Mesías y el Hijo de Dios. Nicodemo no lo tiene claro. Jesús se lo aclara con estas palabras: Nadie ha subido nunca al cielo, fuera de aquel que ha bajado, el Hijo del Hombre. Como Moisés, en el desierto, levantó la serpiente, también el Hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que creyere en El tenga la vida eterna (Jn 3,13-14). Quienes miraban la serpiente de bronce, que narra el libro de los Números, eran salvados; así, mirando al Hijo del Hombre, que tiene que ser levantado y crucificado, serán salvados.

A Nicodemo, lo encontraremos cuando Jesús muera en la cruz, y él, junto con José de Arimatea, sin ningún respeto humano, piden el cuerpo de Jesús a Pilatos para enterrarlo.
Nicodemo, en aquel Viernes Santo, se presenta como el gran amigo del mártir, del Crucificado. Nosotros también siempre nos tenemos que presentar como los grandes amigos del Crucificado.

Conversación de Nicodemo con Jesús.
La conversación con Jesús se alarga, y esta es la que hemos leído en el evangelio de hoy.
En tres perspectivas, Jesús le expone el misterio de la salvación. De parte de Dios Padre, de Jesús y de la nuestra.

DE PARTE DEL PADRE DIOS.
El misterio de la salvación de parte del Padre es un amor inmenso hacia nosotros. De Dios tenemos la vida, el don de la fe y tantas cosas de las que podríamos hacer mención, pero el don más grande que hemos recibido es el Hijo de Dios, en prenda del amor del Padre. Dios ama tanto al mundo, que ha dado su Hijo único, para que no se pierda ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna (Jn 3,16). Vida y eterna, es decir, por siempre.
Hermanos y hermanas, Dios nos ama de verdad, y yo diría que Dios tiene una enfermedad incurable, que es el gran amor que tiene para la humanidad. Amar es darse, y Dios se ha dado Él mismo en la persona de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Nuestra fe es la respuesta a este amor de Dios.

DE PARTE DE JESÚS
Nicodemo era un experto en la Biblia, y Jesús le recuerda que Moisés hizo una serpiente de bronce y la levantó en el desierto, para que, quienes habían sido mordidos por aquellas serpientes venenosas, fueran salvados, quienes miraban con confianza a la serpiente de bronce recobraban la salud. Aquel signo bíblico se realiza plenamente en favor de quienes miran con fe y confianza al Hijo de Dios, crucificado para nuestra salvación.

San Pedro nos recordará que no hemos sido redimidos ni con oro, ni con plata, sino con la sangre de Jesucristo. Sabéis que habéis sido liberados... no por nada de corruptible, como el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha ni defecto (1Pe 1,18-19).

El mejor comentario que podríamos hacer es levantar los ojos y contemplar, con los ojos de la fe, a Cristo crucificado, recordando aquellas palabras de San Pablo: Dios me libre de gloriarme en nada, sino es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; en la cruz el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo (Gal 6,14).

Nuestra actitud es creer sinceramente en este Cristo Crucificado. Señor, aumenta mi fe.

Los que creen en Él, no serán condenados. Los que no creen, ya están condenados, por no haber creído en el nombre del Hijo único de Dios (Jn 3,18).

Cuando decimos "creer", San Juan entiende aceptar totalmente a Cristo en el pensar, en el sentir, en el hablar y en el obrar.

Dios envió a su Hijo al mundo, no para que lo condenara, sino para salvar al mundo gracias a Él (Jn 3,17). Esta es la visión que tenemos que dar de nuestra fe, nuestra salvación, y no solamente la nuestra, sino la de todo el mundo. Me diréis que Dios también condena, pero permitidme la expresión, teniendo en cuenta que la culpa no es de Dios, sino del hombre que no quiere creer. Dios es rico en misericordia.

Para acabar, yo pediría a Dios que nos diera la valentía que tuvo Nicodemo, cuando descolgó a Jesús de la cruz y lo puso en el sepulcro.

Que esta Cuaresma sea para todos nosotros un nuevo nacimiento con objeto de poder resucitar con Jesús el día grande de la Pascua.

AUTODESTRUCCIÓN DE UN DROGADICTO.
Empieza tanteando sólo por curiosidad,
sólo para probar, y con una droga suave.
Después de haber probado, se dice a sí mismo:
No me ha pasado nada. Esto lo controlo perfectamente.
Cuando corra algún riesgo,
dejaré de tomar la droga, y se habrá acabado.
Pero la verdad es que, sin que se dé cuenta,
el cuerpo se la pide, y cede,
convencido de que será la última vez,
que siempre acaba siendo la penúltima.
Esto genera dependencia.
Hace el salto a las drogas duras,
Y cae en la esclavitud.
El resultado son robos, agresividad doméstica,
prostitución.
Ha arruinado a la familia y a su vida.
Conclusión:
Hay, ciertamente, una dinámica del mal.
No caigamos.

Señor: No nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13).

Que paséis un buen domingo y una buena semana. Hasta el próximo domingo, si Dios quiere, y que tengáis buen humor siempre.