DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA - Ciclo C

Jesús nos invita hoy a transfigurarnos

Introducción

El pasado domingo veíamos a Jesús en el desierto que oraba y hacía penitencia. Este ejemplo de Jesús, nos impulsa también a nosotros a hacer penitencia en este tiempo cuaresmal, para poder vencer las tentaciones que pueden venirnos continuamente.

La montaña alta dónde subió Jesús es el Tabor, que, según la tradición, se remonta al siglo cuarto, es de quinientos sesenta y dos metros de altura sobre el nivel del mar Mediterráneo.

Cristo se transfigura delante de sus discípulos para darles fuerza y para que no se desanimen ante su eminente pasión, que ya estaba próxima.

Cada año, en el segundo domingo de cuaresma, leemos en el evangelio la Transfiguración del Señor, que nos ayuda y enseña, pedagógicamente, a tener un conocimiento más profundo de la persona adorable de Jesucristo, y en particular, de su pasión, muerte y resurrección.

Antecedentes

Jesús había revelado su pasión, muerte y resurrección, ya les había dicho a los discípulos: -Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley, que lo maten y que resucite al tercer día (Lc 9,22).

Los discípulos no podían comprender porqué Jesús iba a ser entregado a los sacerdotes y maestros de la ley, condenado a muerte y después resucitar.

San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, dice que Jesús dijo a los discípulos de Emaús: ¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria? (Lc 24,26).

Jesús orando se transfigura

Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar (Lc 9 28) Lucas es el evangelista que más veces nos dice que Jesús oraba. A Jesús le gustaba rezar en lo alto de la montaña, signo de encuentro, entre el cielo de Dios y la tierra de los hombres.

Jesús se transfiguró cuando oraba, también nosotros, si oramos bien, nos transfiguramos como Cristo.

El Señor quiere mostrar su divinidad, y lo hace en el Tabor

Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente. En esto aparecieron conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elías que resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén (Lc 9,29-32).

Moisés y Elías personifican, respectivamente, la Ley y los Profetas. Es decir, toda la esperanza en acción que Dios comunicó al pueblo de Israel preparando la venida del Mesías. Hoy, vienen para acabar su diálogo, hablan con Jesús y desaparecen. Han cumplido su misión.

San Lucas, voz en la montaña de la Transfiguración, como un nuevo Sinaí.

La montaña del Tabor nos recuerda otra montaña, la del Calvario. En esta montaña el Señor dará su vida por nosotros.

Reacción de Pedro

Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús: -Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías (Lc 9,32-33).

Pedro, cuando envejeció, recordó esta escena y las palabras del Padre: El recibió, en efecto, honor y gloria de Dios "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (2 Pe, 17).Tanto la escena como las palabras del Padre, Pedro las tenía muy grabadas en su corazón.

Mensaje del Padre

El mensaje del Padre es que escuchemos verdaderamente a Jesús. –Este es mi Hijo elegido; escuchadlo (Lc 9,35).

Pedro escuchó siempre a Jesús y le siguió hasta la muerte.

Pedro no dejará nunca a Jesús, a pesar de haberlo visto crucificar. Su seguimiento también le llevaría hasta morir en una cruz.

La razón fundamental por la cual Pedro no dejará nunca a Jesús, es porque lo quiere de verdad. Cuando el Señor le pregunta si le ama, él sinceramente le responde: -Señor, tu lo sabes todo. Tu sabes que te amo (Jn 21,17).

Pedro, junto a Jesús, se irá transfigurando, perfeccionando, puliendo, y será el discípulo mayor, a pesar de sus pecados e imperfecciones.

En la oración que hemos escuchado al empezar la Eucaristía, hemos rogado diciendo: Señor, Padre santo, tú que no has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro.

Nosotros, como Pedro, también hemos de escuchar siempre al Maestro y seguirle durante toda nuestra vida, y si nos lo pidiera, dar la vida por Él.

Consecuencia práctica

He aquí el lema de la cuaresma: transformarnos, purificarnos, pulirnos, puesto que estamos cargados de defectos e imperfecciones.

Cuaresma quiere decir transfiguración.

¿Qué hemos de hacer para transfigurarnos en esto tiempo cuaresmal? Intensificar nuestra oración, ponernos en las manos del Señor y practicar la caridad. Yo diría, mirar a nuestros hermanos con ojos de madre.

La madre, es la persona que ama de verdad a sus hijos, sabe siempre disimular sus defectos, aunque no deja de ver la verdad, siempre tiene una palabra de disculpa y comprensión.

Nunca he oído decir a una madre, que pidiera justicia por su hijo, sino perdón y misericordia.

Si quisiera resumir en dos palabras lo que tenemos que hacer en este tiempo de cuaresma para transfigurarnos diría: rezar mucho y mirar a nuestros hermanos con ojos de madre.

Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo (Lc 9,36) Los apóstoles vieron a Jesús solo, pero de distinta manera, habían captado su divinidad. También nosotros, al acabar esta celebración, podemos ver a Jesús como lo vieron Pedro, Juan y Santiago.

Contemplemos a Jesús en este tiempo cuaresmal, de tal modo que, cuando acabe, podamos repetir aquellas palabras tan bonitas de san Pablo: Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).

El cristiano contempla mucho al Señor, y sabe que Jesús siempre está dispuesto a ayudarle, como hizo con Pedro y sus discípulos cuando los vio desanimados.

Jesús también, está siempre a nuestro lado para ayudarnos, aunque alguna vez parezca que no nos escucha y creamos que está lejos.

Por acabar permitidme que os cuente lo que he leído esta semana:

Es el sueño de un cristiano, que lo explica de esta manera: Un día estaba en la playa y tuve este sueño. Se me representó toda mi vida, por decirlo de alguna manera, como en diapositivas. Cada diapositiva representaba un momento importante de mi vida. Al caminar, en la arena, siempre veía unas huellas junto a las mías, eran las de Jesús y las mías. Pero lo curioso fue que, cuando me encontraba peor y tenía más dificultades, en los momentos difíciles de mi vida, en lugar de cuatro huellas solamente veía dos. Cuando se acabó la representación , pregunté al Señor: ¿Cómo es que en los momentos más difíciles de mi vida me dejabas solo? Jesús me respondió: Te equivocas, amigo mío, en los momentos difíciles de tu vida, aquellas huellas que veías no eran las tuyas sino las mías, puesto que yo te llevaba en mis brazos.

Sí hermanos y hermanas que me escucháis, Jesús siempre está a nuestro lado.

Oración

Señor, te pedimos que al acabar esta eucaristía podamos repetir las palabras de Pedro: Maestro, ¡qué bien hemos estado en esta Eucaristía!

¡Adiós!

QUE PASÉIS UN BUEN DOMINGO