Domingo undécimo durante el Año - Ciclo C

Tres ideas del evangelio de hoy: Fe, amor y perdón.

Introducción

Jesús está en Galilea y es invitado por un amigo suyo, fariseo, a comer con él.

No hemos de olvidar el ambiente abierto oriental que había en los banquetes. Todo el mundo podía entrar y salir sin pedir permiso. Los curiosos podían cotillear a gusto y, por eso, la mujer pecadora no tuvo demasiada dificultad para entrar en la casa e incluso llegar a poder postrarse a los pies de Jesús.

Cuando entró había un ambiente festivo, como suele haber cuando un amigo invita a otro amigo a comer en su casa.

De pronto se hace un gran silencio. Una mujer, conocida por todos como una gran pecadora, entra con un frasco de alabastro y se arrodilla a los pies de Jesús.

Para comprender mejor lo que pasó, miremos a los diversos personajes que intervienen y sus diferentes actitudes.

El fariseo

El fariseo era amigo de Jesús. Jesús lo conocía bien, le llama por su nombre: Simón, y éste llama a Jesús, Maestro.

El fariseo invita al Señor, pero de una manera fría, sin tener demasiados detalles con él. Jesús le dice: Cuando entré en tu casa no me diste agua para lavarme los pies (Lc 7,44). No me diste el beso de la paz (Lc 7,45) No ungiste con aceite mi cabeza (Lc 7,46).

Jesús está sentado en la mesa, acompañado de Simón, el fariseo que lo ha invitado, y de los demás invitados, cuando entra una mujer, una pecadora pública, que al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume (Lc 7,37).

Al verla, la mirada del fariseo y de los invitados, hubo de ser de rechazo y condena, ya que sabían muy bien quién era esa mujer.

El fariseo duda de que Jesús sea un profeta. Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando (Lc 7,46).

A pesar de ver lo que está pasando, Simón lo contempla todo en silencio.

Entra la pecadora, se arrodilla a los pies de Jesús, se los unge y se los besa. Jesús lo permite y calla, tan solo narra la comparación de aquellos dos hombres que debían dinero a un prestamista (Lc 7,4).

¿Qué pensaría Simón de todo lo que había visto y escuchado?

La mujer pecadora

Aquella mujer era una pecadora pública y todos lo sabían. Ella misma reconoce su pecado y esto la mueve a ir a casa del fariseo y:

Se puso detrás de Jesús, junto a sus pies, llorando (Lc 7,38).

Comenzó a bañar con sus lágrimas los pies de Jesús (Lc 7,38).

Y a enjugarlos con los cabellos de su cabeza (Lc 7,38).

Mientras se los besaba (Lc 7,38).

Y se los ungía con el perfume (Lc 7 38).

La mujer escucha las palabras de Jesús: -Tus pecados quedan perdonados (Lc 7,48). Era precisamente lo que buscaba.

Jesús añade: -Tu fe te ha salvado (Lc 7,50), y la despide: Vete en paz (Lc 7,50).

Descripción de la mujer pecadora

Era una mujer valiente y decidida, sin respetos humanos. No habla, sólo llora y, con delicadeza enjuga los pies de Jesús. No pide nada de palabra, tan sólo con su actitud, pensando que Jesús la respetará, la entenderá y la perdonará.

No le importa lo que puedan pensar el fariseo y sus invitados: Tan sólo piensa en la misericordia de Jesús. Si no hubiera encontrado a Jesús se hubiera marchado desanimada, y quizás furiosa, si hubiera conocido los pensamientos del fariseo y sus invitados.

¡Qué admirable es la actitud de esta mujer, y qué buen ejemplo nos da!

Aunque el evangelista no nos lo diga, podemos pensar que esta mujer se marchó contenta y alegre, gozando de la paz que el Señor le había dado y que cambió su vida.

Actitud de Jesús

Hacia el fariseo:

Jesús no le riñe sino que, con mucha delicadeza, le hace notar que, en su comportamiento, no ha sido correcto: no sólo por no haberle dado el beso de paz y bienvenida, ni por no darle agua para lavarse los pies, sino también porque con sus pensamientos no está de acuerdo, y le pone aquella comparación de los dos hombres, que debían dinero a un prestamista, y no podían devolver la deuda.

Hacia la pecadora

Jesús alaba su fe y le dice: Tu fe te ha salvado, la despide diciéndole: Vete en paz (Lc 7,50).

Jesús adivinó su buena voluntad y el deseo de ser mejor. La acogió con simpatía y le permitió que se expresara tal como era, dejándose lavar los pies con sus lágrimas y que los secara con sus cabellos.

La acogida de Jesús la hizo sentirse querida y valorada como mujer.

Si tenemos en cuenta el concepto y el trato que tenía la comunidad judía hacia la mujer, todavía admiraremos más la actitud de Jesús con aquella mujer pecadora pública.

Aplicación de la palabra de Dios a nuestra vida cristiana

Jesús dice a la mujer que lo besó y lo ungió: Tu fe te ha salvado (Lc 7,50).

Fe de la mujer pecadora

Si la pecadora demuestra con sus lágrimas su arrepentimiento, es porque sabía que aquel a quien lavaba los pies, podía perdonarle los pecados. Jesús podía y así lo hizo. Cuando nosotros nos acercamos a recibir el sacramento de la reconciliación, sabemos también que el sacerdote puede perdonarnos los pecados, porque el mismo Jesús que dijo a la pecadora: "tus pecados te son perdonados, vete en paz", es el que dio a la iglesia este poder, que el sacerdote recibió el día de su ordenación.

Amor de la mujer pecadora

Otro rasgo es la relación que hay entre fe y amor. La fe nos lleva al amor. Jesús dice al fariseo: Si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará poco amor (Lc 7,47). Jesús establece una relación entre el amor y el perdón.

Esto nos hace pensar que la calidad y la cantidad del amor dependen de la capacidad de pedir perdón y, por lo tanto, de sentirse pecador.

Si tenemos un amor verdadero hacia Jesús, fácilmente reconoceremos que tenemos muchas faltas, y este reconocimiento nos hará humildes y nos ayudará a ver la misericordia de Jesús, que siempre está dispuesto a perdonar, como consecuencia del amor que nos tiene.

Anécdota

Recuerdo que vino a mi despacho una joven, que hacía poco que había fallecido supadre, y me dijo que había perdido la fe, que no iba a misa, ni a confesarse. Después de hablar un buen rato, al despedirse, me dijo que ella quisiera tener la fe que yo tenía. Yo le contesté que a mí todavía me gustaría tener más fe de la que tengo, y le recomendé que no se desanimara, que rogara y se encomendara a la Virgen.

ORACIÓN

Señor, tú dijiste a la pecadora: Tu fe te ha salvado,

haz que mi fe, mi amor y mi manera de pedir perdón.

sean como la de esta mujer.

¡QUE PASÉIS UN BUEN DOMINGO!