DOMINGO DECIMOQUINTO DURANTE EL AÑO - Ciclo C
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15any.JPG (112993 bytes)Un maestro de la Ley, para tender una trampa a Jesús, se levantó y le hizo esta pregunta: -Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (Lc 10,25).

El que pregunta es un maestro y su intención era probar a Jesús. Él ya sabía la respuesta, sólo quería hacer caer a Jesús en una trampa.

Jesús, que era muy inteligente, le contestó haciéndole otra pregunta: -¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? (Lc 10,26).

El maestro de Israel contesta admirablemente: -Amará al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo (Lc 0,27).

Amar es admirar, es agradecer, es estar unido a Dios, es respetar. Amar a Dios quiere decir que Él es el centro de nuestra vida. Amar a Dios es acercarse a la luz para que ilumine nuestra inteligencia, mirar las cosas con los mismos ojos de Dios, y dejarse transformar por él; mirar con ojos nuevos el universo, la naturaleza y sobre todo ver a las personas como imagen suya.

Amar al prójimo no sólo por simpatía, sino como consecuencia inmediata del amor a Dios, que se traduce en obras, como Jesús lo explica en la admirable parábola del buen samaritano.

Podemos decir que el evangelio del día de hoy tiene dos partes. En la primera nos dice que hemos de amar a Dios, y en la segunda quién es mi prójimo y como lo hemos de amar.

Amar Dios

Comentaremos, en primer lugar, la primera parte, amar a Dios y para amar a Dio, lo primero que tenemos que saber es, quién es Dios. ¿Quién es el Dios al que hemos de amar con todo nuestro corazón y sobre todas las cosas?

El Dios de los cristianos es un Dios Trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no son tres dioses, sino un solo Dios, tienen los tres la misma naturaleza divina.

Para hacer esta pequeña reflexión, continuaré comentando el Credo niceno-constantinopolitano.

Decimos:

Creo en un solo Dios,

Padre todopoderoso,

Creador del cielo y de la tierra,

de todo lo visible y lo invisible.

Remarquemos la paternidad de Dios, su omnipotencia y su creación.

Ejemplo

Al despedir a los niños y niñas que marchaban a colonias les decía: Que sepáis descubrir a Dios Padre en la inmensidad del cielo, en las estrellas que veréis por la noche, en las montañas que tendréis ante vuestros ojos, en los árboles y las flores que encontraréis por el camino. Pensad, niños y niñas que me escucháis, que todo esto Dios lo ha creado para vosotros. Lo mismo os digo ahora a vosotros que me escucháis, que sepáis descubrir a Dios Padre en este tiempo de vacaciones.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios,

Es igual que el Padre, tiene la misma naturaleza divina. Jesús que nació de María Virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo. En el huerto de Getsemaní se dirigió al Padre y le dijo: si es posible que pase de mí este cáliz. Murió crucificado por nosotros. Resucitó a los tres días, subió al cielo y volverá glorioso para juzgar a vivos y muertos.

Creemos en Jesús, le amamos con todo el corazón, porque, siendo Dios viene a nosotros con sencillez, como hermano, como maestro y amigo; es el mismo Jesús que podemos recibir en la comunión, y visitarlo en el Santísimo Sacramento del altar, siempre está dispuesto a ayudarnos.

Señor Jesús, ya sabemos que volverás para juzgar a vivos y muertos, pero si yo, en mi vida, te he amado, a pesar de mis faltas y pecados, cuando me preguntes, como preguntaste a Pedro, si te amo, que yo te pueda responder lo mismo que él: -Señor tú sabes todo. Tú sabes que te amo (Jn 21,17).

Creo en el Espíritu Santo,

Creo y amo a la tercera persona de la santísima Trinidad, el Espíritu Santo. El credo nos dice que es:

Señor y dador de vida,

que procede del Padre y del Hijo,

que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,

y que habló por los profetas.

Gracias al Espíritu Santo, que adoramos como Dios, tenemos vida cristiana, Él nos infunde la vida, puesto que por el bautismo somos templos del Espíritu Santo, Él nos conduce por el camino que lleva a la vida eterna, nos enseña é ilumina cómo debe ser nuestra actitud ante el prójimo. No apaguéis las inspiraciones del Espíritu Santo.

Este es el Dios en el que nosotros creemos y al que amamos con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.

Comentemos ahora, aunque sea muy brevemente, la segunda parte del evangelio de hoy.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lc 10, 27).

Parábola del samaritano

Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de desnudarlo y golpearlo sin piedad, se alejaron dejándolo medio muerto (Lc 10,30).

Así empieza la parábola en la que Jesús quiere dar a entender que el amor no es un sentimiento teórico, sino un acto concreto y eficaz, que intenta ayudar a la persona necesitada.

¿Quiénes son los otros, los que hemos de amar?

En el Antiguo Testamento la noción de prójimo se entendía en un sentido estricto, incluía los parientes, los amigos, los vecinos y se ampliaba a todos los que formaban el pueblo de Israel.

Nombrar a un samaritano, para los judíos, era nombrar a un hereje y a un cismático

Jesús en esta parábola al hablar de un samaritano, amplía el significado, es un hombre desconocido, pero ante todo era una persona que había caído en manos de los bandoleros.

Jesús lo expone de una manera admirable en esta parábola.

Este buen samaritano no pasa de largo como hicieron el levita y el sacerdote . El no le conoce, ni siquiera sabe su nombre, pero ve como lo han dejado los bandoleros desnudo, apaleado, medio muerto. El samaritano tiene compasión, se acerca, le cura las heridas con aceite y vino, lo carga en su propia cabalgadura y lo lleva al hostal. Sacando dos denarios se los dio al mesonero diciendo: "Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a mi vuelta" (Lc 10,35).

Consecuencia práctica

Al empezar decíamos que hemos de amar a Dios de verdad, pero, ¿cómo sabemos que amamos a Dios de verdad? La respuesta la tenemos en esta parábola del buen samaritano. No pasar de largo, como hicieron el levita y el sacerdote, sino curar las heridas de nuestros hermanos. San Juan dice: Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad (1Jn 3,18).

¡Cuántas personas nos encontramos por las calles que nos alargan la mano! No siempre nos piden dinero, aun cuando a veces sí que habrá que dárselo. También hay personas en nuestras familias, en nuestra comunidad, en nuestro círculo de trabajo, o en nuestra sociedad, que necesitan de nuestro tiempo, de nuestra acogida, de una mano que les ayude, de unas palabras amables, de nuestro interés.

Recuerdo que una vez, vino una señora a verme, me explicó su problema largamente. Yo interiormente pensaba que no podía hacer nada, que estaba perdiendo el tiempo, pero no fue así, sino que esta persona, al acabar, me dio las gracias por haberla escuchado. Me dijo: gracias Mn. Joan, por haberme escuchado. Necesitaba una persona a la que pudiera explicarle mi problema.

Resumiendo

Amemos al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo y a nuestros hermanos, con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas, así seremos verdaderos cristianos tal y como quiere Jesucristo.