DOMINGO VEINTITRES DURANTE EL AÑO - Ciclo C

Introducción

Después de unas vacaciones bien merecidas, es un motivo de alegría encontrarnos de nuevo en nuestra parroquia, en torno al altar de Jesucristo, para celebrar nuestras asambleas eucarísticas.

Venimos para escuchar la palabra de Dios, para que esta palabra de Dios sea norma de nuestra vida.

En las lecturas de hoy, vemos que mucha gente seguía a Jesús, él viendo que muchos le seguían sin saber muy bien porqué, quiso darles unos consejos prácticos, para que ellos mismos, después meditarlos, tomaran sus decisiones. Les puso el ejemplo de uno que quiere construir una torre, y de otro que va a emprender una guerra; si desean tener éxito y conseguir sus propósitos primero tendrá que considerar sus posibilidades,.

Supongamos que alguno de vosotros quiere construir una torre. ¿No se sentará primero a calcular los gastos, para ver si tiene recursos para acabarla?

Condiciones que pone Jesús a sus discípulos

Aparentemente las condiciones que pone Jesús para seguirlo son condiciones duras, difíciles, pero si profundizamos en ellas, no lo son tanto. El secreto para no verlas tan duras es descubrir, conocer y enamorarse de Jesucristo. Amar de verdad al Señor. Cuando se ama las cosas se ven de diferente forma. Una madre, que ama mucho, se sacrifica con alegría por su hijo, y aunque vaya por mal camino, para ella nunca es malo.

La vida del cristiano, si se fundamenta en las enseñanzas de Jesús, se convierte en una vida fecunda, rica y eficaz para él mismo y para todos aquellos que le rodean.

Reflexión sobre el evangelio

Jesús nos dice en el evangelio de hoy: Si alguno quiere venir (Lc 14, 26).

Jesús respeta nuestra libertad, no quiere que le sigamos a la fuerza. Recordad al joven que escuchaba con agrado a Jesús y quería seguirle. Cuando Jesús le pide que se desprenda de sus riquezas, se marchó triste y no le siguió. Jesús lo dejó marchar libremente.

Comentemos ahora, las condiciones que Jesús pone para ser su discípulo. Son tres:

Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío (Lc 14,26).

Primera condición. Hemos de amar al Señor, más que al padre y la madre, a la esposa o al esposo, a los hijos, hermanos o hermanas, ¡más que la propia vida! Quien no lo hace así no puede ser discípulo suyo. Con estas palabras el Señor quiere indicarnos que hemos de amarlo de verdad, que nuestro amor ha de ser el primero y más grande, más que al padre y a la madre, a los hermanos y a nosotros mismos. En caso de duda hemos de optar siempre por el Señor.

Una madre se lo explicaba con estas mismas palabras de Jesús a su hijo, le decía: Hijo mío amo de verdad a Jesucristo, porque así nos querremos más mutuamente. ¡La madre tenía razón! No es menos desprecio a la familia, sino todo lo contrario. Jesús valoraba mucho el tesoro de la familia.

Jesús nos dice lo que estaba escrito en el Antiguo Testamento: Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tu fuerzas (Dt 6,4-5).

Dios es el primero al que hemos de amar, y le hemos de amar sin límites.

El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío (Lc 14,27).

La segunda condición que pone Jesús es que cojamos la cruz y le seguimos. Yo diría que es una consecuencia de lo que hemos dicho antes. No hay amor sin sacrificio. Me gustaría que alguna madre nos explicara los muchos sacrificios que ha hecho por sus hijos, y seguro que con alegría. ¿Por qué? Porque los ama.

Seguir a Jesucristo es hacer siempre la voluntad de Dios, aunque no concuerde con la nuestra. Jesús en el huerto de los Olivos nos da un ejemplo. Padre, si quieres aleja de mí esta copa de amargura, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22,42).

Seguir a Jesucristo es preguntarnos cómo obraría él si se encontrara en nuestra situación o circunstancia. Seguro que obraría por amor.

Seguir a Jesucristo es estar dispuesto a morir por Él Aquel que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío (Lc 14,33).

La tercera condición es que lo amemos más que a todos los bienes de la tierra.

San Pablo escribe: Nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor (Flp 3,8).

Jesucristo nos dice: Buscad más bien su reino, y él os dará lo demás (Lc 12,31).

Jesús no nos pide más que lo que Dios pedía en el Antiguo Testamento, cuando decía: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6,5).

La tercera condición es la renuncia a todos los bienes. Jesús quiere que renunciemos al dinero, al poder, a las comodidades excesivas, puesto que no podamos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo.

Seguir a Jesucristo no es difícil cuando se ama, porque contamos con su ayuda. San Pablo decía: Todo lo puedo en aquel que me conforta.

Las palabras clave de Jesús son: ¡Venid a mí! Este camino no lo recorremos nunca solos, sino con Jesús. Yendo con él siempre saldremos ganando: las renuncias nunca serán pérdidas, sino ganancias, el yugo siempre será suave y la carga ligera.

Pidamos al Señor que nos aumente la fe, y que nos ayude a ser verdaderos discípulos suyos, que examinemos nuestra conciencia y nos preguntemos si somos de verdad discípulos de Jesús.

Como dice santa Teresa, hagamos "una determinada determinación" para seguir a Jesucristo de verdad, no a medias tintas. Y yo os puedo asegurar que tendréis una gran paz interior y conseguiréis la vida eterna.

Acabo con esta frase tan bonita: Nada me llena tanto como la persona adorable de Jesús y caminar en su seguimiento con sinceridad.

¡Que paséis un buen domingo!