DOMINGO VEINTICUATRO DURANTE EL AÑO - Ciclo C

Introducción

Podemos preguntarnos: ¿Qué es ser cristiano? Respuesta: Ser un verdadero discípulo de Jesús. Discípulo es el que se deja enseñar por su maestro, lo escucha atentamente y pone en práctica sus enseñanzas.

Nosotros, cristianos, tenemos como único maestro a Jesús, por esto hemos de contemplarlo muchas veces, observar su conducta, escuchar sus enseñanzas y ponerlas en práctica.

Hoy en el evangelio vemos a Jesús rodeado de cobradores y pecadores, que lo escuchaba

n atentos y de maestros de la ley que lo criticaban.

Entre tanto, todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírlo. Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban (Lc 15,1).

En muchas ocasiones vemos a Jesús rodeado de pecadores. Recordad cuando invitó Jesús a un fariseo, y la pecadora entró en el banquete y derramó un frasco de perfume a los pies de Jesús. Y, entre los amigos de Jesús, también estaba Zaqueo que era cobrador de impuestos, y Judas que lo traicionó.

La razón de esta actitud de Jesús, nos la da san Pablo en la segunda lectura, cuando dice Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero (1 Tim 1,15). San Pablo reconoce públicamente que es un gran pecador.

Jesús no tenía respetos humanos. Sabía que criticaban su conducta y Él seguía rodeado de pecadores y comía con ellos con gozo y alegría.

Los maestros de la Ley lo criticaban y murmuraban, es como si alguien criticara al médico porque atiende a los enfermos.

Jesús no se refiere a todos, sino a aquellos que se consideraban perfectos y despreciaban a los otros. Recordad la parábola del fariseo y la del publicano. El fariseo se cree perfecto y el publicano se reconoce pecador.

Jesús responde a las críticas con tres parábolas, dos de las cuales hemos leído en el evangelio de hoy. La parábola del pastor, que deja las noventa y nueve ovejas en el redil y va en busca de la oveja descarriada, la de la dracma perdida y la del hijo pródigo.

Jesús dice: Pues os aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve que no necesitan convertirse (Lc 15,7).

Dos posturas

Dos tipos de hombres se acercan a Jesús. Dos posturas diferentes, dos actitudes irreconciliables.

El evangelio nos muestra a dos tipos de personas que se acercan a Jesús, dos clases de comportamientos completamente diferentes.

Cerca de Jesús, dice san Lucas, estaban los publicanos y los pecadores para escucharlo, y los fariseos y los letrados acechándolo y murmurando.

Sutil e importante anotación del evangelista.

Los publicanos, que siempre se sentían despreciados, estaban cerca de Jesús para escucharlo. Al lado de Jesús para escuchar sus palabras, que descendían agradablemente, como bálsamo delicioso, a sus oídos acostumbrados al desprecio. Escuchaban al que predicaba sobre un reino, en el que, según decía, ellos tendrían un lugar. Y, todavía más, escuchaban a aquel que predicaba perdón, amor y misericordia. Se comprende perfectamente que estuvieran junto a Jesús y que lo escucharan embobados.

Cerca de Jesús estaban también los «otros», quienes lo sabían todo, o casi todo, y además (no se puede pedir más) eran perfectos. Quizás, escucharían (o no escucharían en absoluto) con cierta sonrisa a aquel "iluso" que hablaba de igualdad entre los hombres, de comprensión y misericordia, y no sólo los acogía, sino que comía con ellos en su misma mesa.

De verdad, debió parecerles ¡algo inaudito!, porque nadie hasta entonces, ni ahora, come con los pecadores públicos y pobres.

Jesús contesta a las murmuraciones de los fariseos y a los maestros de la ley con una respuesta, como siempre, magistral. A sus torcidos pensamientos les responde con dos comparaciones prácticas: La del pastor que, cuando ve que le falta una oveja, deja el rebaño y va en búsqueda de la oveja perdida. Y la de la mujer que pierde una moneda, barre la casa y no para hasta encontrarla, después llama muy contenta a sus amigas para celebrarlo.

El gozo y la alegría del pastor y de la mujer que por haber encontrado lo que buscaban

De las dos parábolas, tan bonitas y tan sencillas, se desprende una misma expresión de gozo. La alegría del pastor cuando encuentra la oveja perdida y el gozo de la mujer que olvida el cansancio de barrer toda la casa hasta encontrar la moneda perdida. Ya no se acuerda de la fatiga ni del sudor que ha pasado para encontrarla. Ahora está mucho más contenta y alegre que antes. Quizás era algo vital para redondear su presupuesto.

Consecuencia práctica

Nuestro corazón experimenta un gran gozo cuando reconocemos nuestra pequeñez y somos humildes, y reconocemos también que somos pecadores, la verdad nos acerca, nos une al Señor.

Es el gozo de los ángeles en el cielo cuando un pecador vuelve su rostro arrugado hacia Dios, para que lo convierta en un rostro de niño inocente.

Hermanos, es admirable la actitud de Jesús. Jesús se junta con todo el mundo, ricos y pobres, personas instruidas e ignorantes, hombres y mujeres. Recordad la conversación con la samaritana, no es inexacto decir que se junta más con los pecadores y los más desvalidos.

Hemos visto la actitud de Jesús. Nosotros, sus discípulos, hemos de preguntarnos, si nos acercamos más a estas personas, como nos dice el evangelio, si vamos al encuentro de las personas que se apartan voluntariamente de Dios.

No es exagerado decir que la mayoría de los cristianos vivimos nuestra vida y no nos preocupan las personas, que quizá, viven en la misma escalera, o nos las encontramos todos los días en el trabajo y sabemos positivamente que viven apartadas de Dios.

El mundo está mal, porque los cristianos no trabajamos por atraer a las personas que viven lejos de Dios.

La otra consecuencia, que podamos sacar del evangelio de hoy, es que nos parecemos a quienes se tenían por perfectos y criticaban la actitud de Jesús.

San Pablo, nos ha dicho, que él es el primer pecador.

La mayoría de los cristianos porque practican, más o menos, ya se creen perfectos, no necesitan reconciliarse con Dios.

La prueba está en que se comulga mucho se confesa poco. ¿Por qué? Quien se cree perfecto no necesita confesarse. ¡Si soy un santo! ¿De qué me voy a arrepentir?

Finalmente, os quiero decir otra idea, que me ha gustado. Hablamos mucho de la bondad de Dios, de su misericordia, de su justicia y nunca hablamos de las alegrías que podemos dar a Dios.

El evangelista dice que en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve que no necesitan convertirse (Lc 15, 7) No dice un millón, sino por uno solo que se convierta.

Si logras que un pecador se arrepienta has conseguido que haya mucha alegría al cielo.

Procuremos dar muchas alegrías a nuestro Padre del cielo, como también a nuestros padres de la tierra, si todavía están con nosotros.

¡Que paséis un buen domingo!