DOMINGO TREINTA DURANTE EL AÑO - Ciclo C

Introducción

Jesús habla muchas veces por medio de parábolas, son descripciones de la vida real, pasa de lo natural a lo sobrenatural de una manera admirable. San Bernardo dice que las parábolas pueden compararse a las almendras, que por fuera no son tan agradables, pero cuando se abren y se comen tienen un gusto delicioso. Las parábolas son fáciles de recordar y entender, según el biblista Jeremías, en el texto griego se deja ver la lengua materna de Jesús.

Relación de Jesús con algunos fariseos

El catecismo de la Iglesia Católica dice: Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle. Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, perdón de los pecados, curaciones en sábado, interpretación original de los preceptos de pureza de la ley, familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos). Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica. Se le acusaba de blasfemo y de falso profetismo, crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas. (C.E. C. 574).

Explicación de la parábola

En esta parábola, Jesús nos habla de la oración de un fariseo y de un publicano.

Los fariseos eran como una secta religiosa, un grupo de personas que toda su religiosidad consistía en la observancia de la ley, y despreciaban a los que no la observaban.

Los publicanos eran las personas que cobraban el tributo que los romanos habían impuesto al pueblo judío, generalmente abusaban de su privilegio y se hacían ricos a expensas de los demás.

Entre todas estas personas las habían que eran buenas y malas, como el discípulo que escogió Jesús: Mateo (Mt 10, 3); Nicodemo, que era un maestro de la ley y fariseo, fue de noche para encontrarse con Jesús y quiso ser su amigo (Jn 3,2); o como Zaqueo, que era cobrador de impuestos e invitó a Jesús a comer en su casa (Lc 19,5). Jesús era amigo de todos, de los ricos y de los pobres, de los justos y de los pecadores. No hacía distinción de personas.

Miremos, ahora, qué nos quiere decir a nosotros la parábola que acabamos de escuchar.

Nos enseña que existen dos maneras de hacer oración. La del fariseo y la del publicano. Jesús nos dice qué oración prefiere.

El fariseo es la persona que observa escrupulosamente la ley. Es una persona practicante. Generalmente, los fariseos consideraban inferiores a los demás, ellos mismos sobre valoraban sus méritos ante de Dios. Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres (Lc 18,11).

El fariseo oraba de pie, tal y como estaba mandado, la cabeza erguida y los brazos en alto.

Con una acción de gracias describe su vida. Pero esta acción de gracias es defectuosa, porque no da gracias a Dios de los beneficios recibidos, sino por lo que él es. El fariseo estaba lleno de orgullo y lo llevaba en su corazón y en sus palabras.

Esto hace que se considere perfecto y superior a los demás y, en lugar de ser una acción de gracias, es una alabanza a su vida farisaica.

Para hacer resaltar su imagen se compara con los otros. Él no es ni ladrón, ni injusto, ni adúltero, como aquel pecador que también estaba en el templo.

Después, pasa a recordarle a Dios sus méritos, para que los ponga en su cuenta. Ayuna, paga el diezmo de la parte de sus ingresos, cumple siempre con la ley.

La oración del fariseo es una oración atea. Quita a Dios para ponerse a sí mismo en un pedestal.

El pecado del fariseo no es el cumplimiento de la ley sino su orgullo. El sentirse perfecto y mejor que los otros.

San Pablo escribe: Pero, ¿quién te hace superior a los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si los has recibido, ¿por qué presumes como si no o hubieras recibido? (1 Cor 4,7).

Y San Pedro dice: Sed humildes en vuestras relaciones mutuas, pues Dios resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes (1 Pe 5,5).

La oración del publicano es a la inversa. Siente el peso de sus pecados y pide perdón a Dios de todo corazón.

La humildad impregna su oración. Tiene conciencia de que es pecador: "Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador (Lc 18,13).

Las apariencias engañan. Ante los hombres el fariseo era un santo, ante Dios lo era el publicano, que salió del Templo purificado.

Jesús y María modelos de humildad

Toda la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz, es un acto de humildad, Él mismo se pone como modelo cuando dice: Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón (Mt 11,29).

También María es modelo de humildad, Ella misma dice: Porque ha mirado la humildad de su sierva (Lc 1,48).

La persona humilde es agradable a Dios y a las personas que la tratan. La persona orgullosa no es agradable a Dios y fácilmente todos la aborrecen.

Consecuencia práctica

Hoy, tú también has venido al templo para orar. Pregúntate si tu oración se asemeja a la oración del fariseo o a la del publicano.

Reconocer que somos pecadores, como hizo el publicano, es muy difícil. Generalmente hacemos como el fariseo, nos justificamos a nosotros mismos y estamos convencidos de que nuestra vida es buena, por no decir santa.

Las personas que se creen santas, no necesitan el sacramento de la penitencia, por eso pasan mucho tiempo sin confesarse. Dicen: ¿de qué tengo que confesarme si no tengo ningún pecado?

Al comienzo de la Eucaristía todos nos reconocemos pecadores y pedimos perdón por nuestros pecados, y antes de ir a comulgar también reconocemos nuestra indignidad.

Cuando salgamos de este templo que el Señor pueda decir de nosotros que salimos purificados, porque hemos reconocido nuestros pecados y hacemos propósito de la enmienda.

¡Que paséis un buen domingo y una buena semana!