ASCENSIÓN  DEL SEÑOR - Ciclo A

Galileos ¿qué hacéis aquí mirando al cielo? El  mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marchar (Ac 1-11).

Durante el año litúrgico hemos contemplado la venida de Jesús desde Nazaret en la concepción virginal de Maria y pasando por Belén en su nacimiento, en Jerusalén cuando tenía doce años y su vida privada en Nazaret y pública predicando, haciendo curaciones, su pasión y muerte en la cruz y su resurrección y hoy nos reunimos en esta eucaristía para contemplar y meditar la subida de Jesús al cielo y los apóstoles que contemplaban a Jesús como subía  hasta que una nube se lo  llevó y lo perdieron de vista (Ac 1,1-11).

Las últimas palabras de Jesús en la tierra según el evangelista san Mateo (29,16-20)

Los once, puesto que faltaba Judas que lo traicionó y se colgó, fueron a Galilea a la montaña que Jesús les había indicado. Jesús se les apareció y los apóstoles se postraron y Jesús se acercó y les dijo: ”Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra ”. Jesús como Hijo de Dios tenía toda potestad tanto en el cielo como en la tierra y podía hacer los milagros que hacía y hablar de aquella manera  con la que todo el mundo quedaba admirado.

"Id y haced discípulos  en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Jesús vino para todos los hombres, no solamente para el pueblo judío y quiere que se bauticen para hacerlos hijos de Dios y templos de Espíritu Santo.

"Enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. La misión de los apóstoles y de la Iglesia es enseñar a todo el mundo lo que Él hizo y enseñó, haciendo resaltar el amor a Dios y a los hermanos en el precepto del amor.

Acaba diciendo: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Los cristianos conocemos muy bien la manera en qué Jesús se ha quedado en la eucaristía y así podemos encontrarlo sacramentalmente por todo el mundo dónde haya un sagrario para adorarlo, pedirle ayuda y explicarle nuestra vida.

Sobre el cuerpo de Jesús después de su resurrección

El cuerpo de Jesús fue glorificado desde el momento de su Resurrección, como lo demuestran las propiedades nuevas y sobrenaturales que tiene desde entonces de una manera permanente. Pero durante los cuarenta días, cuando comía y bebía familiarmente con los discípulos y los instruía sobre el Reino, su gloria todavía estaba velada en una humanidad ordinaria (C. E C. 659).

Sobre nuestra participación con Jesús ascendido al cielo

Nunca nadie ha subido al cielo, sino sólo el Hijo de hombre que ha bajado del cielo (Jn 3,13). Dejada a sus fuerzas naturales la humanidad no tiene acceso a la casa del Padre (Jn 14,2), a la vida y felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre para que nosotros sus miembros tuviéramos confianza de seguir dónde nos ha precedido nuestra cabeza y pastor (del prefacio de la misa d’hoy).

Consecuencias para nuestra vida cristiana

Dice san Agustín:

Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo. Que nuestro corazón suba con él.
Cristo está en el cielo, pero también está en nosotros por la divinidad, el poder y el amor; nosotros no podemos estar con él por la divinidad, pero podemos estar, por el amor, ‘amor a él (Del sermón sobre la Ascensión  del Señor)

La Ascensión de Jesús al cielo abre una nueva etapa a la primera generación cristiana de relación de amor y de fidelidad al Maestro.

Una etapa más rica en experiencia. Durante su vida entre ellos habían comido y bebido con Él, y también después de haber muerto y resucitado en las diversas apariciones que Él hizo. Todo esto había acontecido en un tiempo concreto y en un lugar determinado. Desde su ida al cielo los cristianos vivirán de Él y con Él de una manera distinta, pero real y viva.

Los apóstoles y nosotros los cristianos del siglo veintiuno, seremos testigos de unos recuerdos de Jesús y ahora de una manera real y viva, de una realidad presente en su vida y en la historia de toda la comunidad cristiana

Convenía que Jesús subiera al cielo

Jesús en la última Cena cuando instituyó la  eucaristía dijo a los apóstoles: “ Yo os digo la verdad: os conviene que me vaya. Porque si no me fuere, el Consolador no vendrá a vosotros , pero si me voy, os lo enviaré”(Jn 16, 7).

Jesús el día del Pentecostés envió al Consolador, al Espíritu Santo, aquel por quien Maria concibió a Jesús, aquel que  procede del Padre y del Hijo, aquel que es el creador de todo.

El paso de Jesús en  la historia continúa gracias a Espíritu Santo que Él nos ha enviado después de su Ascensión al cielo. El Espíritu Santo es el espíritu vivificador y santificador de toda nuestra vida cristiana.

El tiempo que vivimos en este mundo

Si miramos cuanto tiempo estamos en el mundo veremos con los ojos de la fe que comparado con la eternidad es muy corto, como la vida de Jesús que solamente duró aquí en la tierra unos treinta años y después de morir y resucitar subió al cielo.

Nosotros, también estamos aquí en la tierra una temporada más larga o más corta, pero en realidad una temporada, puesto que  hemos sido creados para vivir para siempre en  compañía de Jesús en el cielo junto con el Padre y Espíritu Santo y todos aquellos que han salido de este mundo en su amistad y esperamos reencontrarnos con ellos y saciarnos para siempre de la gloria de Jesús.

El camino que Jesús nos indica para ir al cielo es el mismo Jesucristo que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).

Para acabar permitidme poner una comparación sacada de san Agustín: Si tienes una jarra llena de vinagre y la quieres llenar  de miel la primera cosa que debes hacer es vaciar el vinagre y limpiarla y después la podrás llenar de miel. Si queremos llenarnos de Jesucristo para ir al cielo debemos vaciarnos de todo afecto terrenal, limpiarnos de todo pecado y llenos’de amor a Dios, a Jesucristo, a su madre Maria y a nuestros hermanos presentarnos delante del Señor y esperar que nos abra las puertas del cielo

Jesús dijo: Felices los limpio de corazón: ellos verán Dios
(Mt 5,8).

Que tengáis un buen domingo y una buena semana.