LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Celebramos hoy una de las fiestas más bonitas y simpáticas de todo el año: la fiesta de la Ascensión del Señor.

Jesús murió en una cruz y resucitó. Después de la Resurrección, durante cuarenta días, se apareció a los apóstoles para demostrar que estaba vivo, para darles las últimas recomendaciones. Escribe san Lucas en los Hechos de los Apóstoles: "Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra. Después de decir esto, lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista" (Hch 1,8-9).

Los apóstoles se quedaron mirando al cielo hasta que dos ángeles del Señor les dijeron: "Galileos, ¿por qué seguís mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir de vuestro lado al cielo, vendrá como habéis visto marcharse" (Hch 1,11).

En esta gran fiesta de la Ascensión, yo también os invito a mirar al cielo. Estamos tan acostumbrados a mirar a la tierra, que nos cuesta levantar nuestra mirada hacia el cielo. En el día de hoy miremos al cielo y veremos la gloria de Jesús. Él es el gran sacerdote que, después de ofrecer el gran sacrificio de la cruz, con sus gloriosas heridas, está sentado al lado del Padre para interceder por nosotros.

Contemplemos su gloria. Él está sobre toda criatura, sobre los ángeles y los arcángeles. Jesús es la persona más grande que existe en el cielo. La glorificación de Jesús nos lleva a considerar la glorificación de toda la humanidad. Jesús es la cabeza y allí donde está la cabeza deben estar también los miembros, que somos nosotros.

¿Habéis pensado, cristianos que me escucháis, que nuestra verdadera   patria es el cielo? El cielo es la morada de Dios, donde está nuestro Padre, el lugar donde se encuentra toda la felicidad que toda criatura puede alcanzar.

San Cebrián (ep 56,10,1) dice: "Cuánta será tu gloria y cuánta tu felicidad. Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar del gozo de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, tu Dios y Señor... gozar en el reino del cielo en compañía de los justos y de los amigos de Dios de las alegrías de la adquirida inmortalidad".

San Juan nos dice: "Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es" (1Jn 3,2).

Jesús va al cielo a prepararnos un lugar. Todos tenemos un lugar en el cielo que Jesús nos lo ha conseguido por su pasión y su muerte. No lo dejemos perder. También sube al cielo para enviarnos al Espíritu Santo. Hemos escuchado en la primera lectura: "Les ordenó que no se alejaran de Jerusalén y les dijo: "Esperad aquí la promesa del Padre que oísteis de mis labios, esta promesa es el Espíritu Santo".

San Juan dice: "Y sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré" (Jn 16,7).

El cristiano es un peregrino que va al cielo, la ciudad gozosa.

Si yo os preguntara, a vosotros, si queréis ir al cielo, estoy seguro que todos me responderíais que sí, que queréis ir. Y vosotros me podéis preguntar a mí: ¿Cuál es el camino que lleva al cielo?

Mirad, el camino que lleva al cielo es el mismo Jesucristo que dijo:

"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). En este camino encontramos dos indicaciones. En la primera leemos: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Mt 22,37), y en la segunda: "Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn 15,12). Es muy importante no perder el camino; quien pierda el camino, no llegará al cielo.

Cuando vosotros vais de excursión y queréis subir a una montaña, niños y niñas que me escucháis, ¿no es verdad que vuestra madre os prepara la comida? Porque sin comida, no llegaríais. De la misma manera, Jesús nos ha preparado una comida para que nosotros podamos llegar al cielo.

Esta comida es muy buena y nos proporciona mucha fuerza. Escuchad bien, es el Cuerpo y la Sangre Jesús.

Jesús dijo: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él" (Jn 6,54-56).

Los cristianos, porque deseamos ir a hacer compañía a Jesús y amar a Dios y a los hermanos, como el Señor nos ha enseñado, vamos a recibir la Eucaristía. Jesús, al subir al cielo, no nos dejó huérfanos (Jn 14,18). Él nos acompaña a lo largo de este camino que realizamos hacia la vida eterna. Jesús prometió estar con nosotros hasta la consumación de los siglos: "(...) yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo" (Mt 28,20).

Nosotros experimentamos su presencia, además de en la Eucaristía, cuando nos reunimos en su nombre y rezamos: "Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).

Esta presencia del Señor nos tiene que llevar a predicar el nombre de Jesús: "Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará" (Mc 16,15-16).

¡Qué esta fiesta de la Ascensión nos ayude a pensar y a saborear las cosas del cielo, a contemplar la majestad de Jesús que está sentado a la derecha de Dios Padre y a experimentar su presencia, puesto que no creemos en un Jesús muerto, sino resucitado, y como buen amigo que es nos acompaña en este camino que todos hacemos hacia la eternidad!

En esta fiesta de la Ascensión deseo que todos los que estamos aquí celebrándola nos podamos ver en el cielo.

Oda de fray Luis de León, festividad de la Ascensión, 1572

¿Y dejas, pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto:
y tu, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a do convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tu encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay!, nube envidiosa,
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Do vuelas presurosa?
¡Cuán rica te alejas!
Cuán pobres y cuán ciegos, ¡ay!, nos dejas.

 

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