PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
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Hoy, vuestro Hijo, eterno como vos, ha sido presentado en el templo, y el
Espíritu Santo lo revela como gloria de Israel y luz de todas las naciones
(Del prefacio de la misa).
Introducción
Hace cuarenta días que nos reuníamos para celebrar con gozo y alegría el
nacimiento de Jesús en Belén. También contemplábamos a María llena de alegría y
a José contento por estar junto a la Virgen María y al Hijo de Dios encarnado.
Hoy nos reunimos para meditar la presentación del Señor en el templo de
Jerusalén y la purificación de María, la Madre de Jesús
Procesión
La liturgia nos alegra con una procesión y todos llevamos en nuestras manos un cirio encendido, que
representa a Jesucristo que es la luz del mundo. Luz verdadera que ha venido a
iluminar a su pueblo Israel y a toda la humanidad. De esta manera esta fiesta
se relaciona con la Navidad y la Epifanía. También es un puente a la Pascua con
la profecía de Simeón, que anuncia el
dolor de María, especialmente en el calvario.
La ley
En el libro del Éxodo está escrito: “Yahvé
habló a Moisés y le dijo: El que
por primera vez abra el seno maternal entre los hijos de Israel, hombre o
bestia es mío” (Ex 13,1-2). Acto seguido
recuerda aquel día que el pueblo de Israel salió de Egipto, de la casa de la
esclavitud.
Ofrenda
Dice el evangelista Lucas: Pasados los
días que mandaba la ley de Moisés en lo referente a
la purificación, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, cumpliendo lo que
prescribe la Ley, que todo varón, hijo primero, sea consagrado al Señor (Lc 2,22).
María y José presentan al Señor a su
hijo, cumpliendo el ritual establecido. Le presentan aquello que más aman.
Quien es transportado por los querubines y cantado por los serafines, hoy es
llevado al templo, de acuerdo con la ley y colocado en brazos del anciano Simeón como sobre un altar. De José recibe
dones agradables a Dios: un par de tórtolas,
signo de la Iglesia inmaculada y del nuevo pueblo.
Simeón reconoce el cumplimiento de las
promesas, bendice a la Virgen María y predice en ella los signos de la pasión.
Pide al Señor permiso para morir diciendo: Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz¸ porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los
pueblos, para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel (Lc 2,29-32).
Virtudes de María
Este acontecimiento de la purificación de María es un bello pasaje dónde
aparece la Virgen María practicando las más hermosas
virtudes cristianas.
• La humildad. María se somete a la ley y se humilla hasta el punto de no aparecer ni como Virgen María ni como madre que concibiera virginalmente. Ella no necesitaba purificarse.
¿De que debía purificarse la santísima Virgen, que ni tuvo pecado original ni nunca cometió la más leve falta de pecado personal?
• La obediencia. Ella, en realidad no tenia que estar sujeta a la ley de la purificación por haber concebido virginalmente a su hijo, sin embargo obedece con toda docilidad y sumisión.
• La pureza. María, aunque no tiene mancha legal, no duda en purificarse. Nosotros, en cambio, no somos tan diligentes para purificar nuestra conciencia, tantas veces manchada por el pecado y necesitada de perdón y limpieza.
• La pobreza. Las mujeres ricas ofrecían un cordero en la ceremonia de la purificación. María, la sierva humilde del Señor, no teme aparecer en público como pobre, y por esto presenta la ofrenda propia de las familias pobres, consistente en la entrega de dos tórtolas o dos pichones.
Pide a María estas virtudes tan bellas y a la vez tan necesarias para santificarte de verdad.
Imítala. Contémplala en la mayor intimidad de tu corazón.
Simeón
Había en Jerusalén un hombre que se decía Simeón. Era un hombre
justo y piadoso que esperaba la hora que Israel sería consolado, y tenía en él
el Espíritu Santo. En una revelación el Espíritu Santo le había prometido que
no moriría sin haber visto al Mesías, el Señor (Lc 2,22).
¿Quien era Simeón? Un hombre justo y
piadoso. Dos características que todo cristiano debe tener; ser justo, piadoso
y tener al Espíritu Santo con él.
Todos los bautizados hemos recibido al Espíritu Santo en el bautismo y somos
templos del Espíritu Santo.
Las otras personas que estaban en el templo solamente vieron a un niño y a sus
padres, en cambio Simeón vio al Mesías, al Señor. El evangelista hace notar que
Simeón tenía en él al Espíritu Santo
El Espíritu Santo afina la vista interior, Nos hace ver a las personas como
hermanos y nuestra vida dirigida hacia el cielo.
Un
monje de la Iglesia Oriental escribe: A Simeón
el Espíritu Santo le reveló que no moriría sin ver al Salvador. ¡Como querría
yo tener tal seguridad! Ver a Jesús antes de morir! No verlo con los ojos del
cuerpo, pero verlo, verlo verdaderamente con
los ojos de la fe.
Ana
Una viejecita, simpática, de ochenta y
cuatro años, se pasaba la vida que le restaba en el templo, dedicada noche y
día al culto de Dios con ayunos y oraciones. Hablaba del niño a todos aquellos
que esperaban el tiempo en que Jerusalén sería redimida.
¡Como la debemos imitarla todos aquellos que ya pasamos de la segunda juventud!
En la oración colecta de la misa de hoy, hemos pedido presentarnos también
nosotros al Señor plenamente renovados en el espíritu, conforme a nuestro
modelo, Jesús.
Que éste sea nuestro propósito en este día, imitando el ejemplo que nos da
María.
Que la luz de la candela que ilumina
nuestros ojos, nos haga ver el amor de Jesús y su madre, María.
Que paséis un buen día de la Candelaria.