SAN BERNARDO, ABAD Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Homilia predicada por el P. Josep Alegre, abad de Poblet, 20 agosto 2009

Sb 7, 7-10. 15-16; SI 62, 2-9; Fl 3,17-4,1; Mt 5,13-19


Al final de su vida, el general Charles De Gaulle, presidente de Francia, pasó en una ocasión cerca de Claravall y se preguntó delante de su ministro de cultura, André Malraux: San Bernardo, era con toda seguridad un coloso, pero, ¿era un hombre de corazón? Evidentemente, no es fácil comprender las mil y una facetas de un genio tan particular como san Bernardo. No debió ser  fácil ser contemporáneo o compañero suyo. (Pierre Aubé, Saint Bernard  de Clairvaux, Edit Fayard.
Avant-propos, 13)

Un historiador escribe sobre él: Nunca quiso ser
otra cosa que un monje; pudo llegar a ser arzobispo o papa. Se vio obligado a responder a consultas que le llegaban de los reyes de entonces, de forma que en la situación especial de poder, a pesar suyo, estaba prácticamente condenado a gobernar Europa.

Cuando él aparecía ante la multitud, con su barba rojiza y blanca, sus cabellos rubios y blancos, delgado y débil, apenas con una brizna de vida en sus mejillas, se creía ver a un espíritu más que a un hombre.
(Jules Michelet, Histoire de France, volumen II, 1832)

Un personaje poliédrico, un apasionado hasta la última fibra de su ser, que despertaba y continúa despertando pasiones. Una persona, un creyente, un monje que podríamos resumir con cuatro palabras: amar a
Dios sin medida (estimar Déu sense mesura).

Para Bernardo el amor de Dios era su única razón de ser del hombre. Mientras el hombre no ame a Dios, no ha empezado a vivir. Bernardo nos invita a una reflexión profunda sobre nuestra vida, sobre nuestro amor. Verdaderamente, se nos pueden adherir muchos amores, y de hecho así sucede, que quitan el color al verdadero amor en nuestra existencia creyente y monástica. ¿Cuáles son nuestros amores? O, ¿dónde está realmente mi corazón?

Bernardo escribe un tratado sobre el amor de Dios atendiendo a los deseos de Aimeric, Cardenal de la Iglesia de Roma. Habla de los cuatro escalones del amor, dedicando el cuarto a aquel amor con qué nos amamos a nosotros mismos, pero por amor a Dios. Este es el punto culminante del humanismo cristiano de Bernardo, su desarrollo final, como comenta Merton, que añade todavía: Él, Bernardo,
nos indica que la realización de nuestro destino no consiste únicamente, siguiendo las figuras tradicionales de estilo, en perdernos en Dios "como la gota de agua que se lanza al vino o como la barra de hierro en el fuego del horno". La plenitud de nuestro destino consiste más bien, según Pablo, a ser encontrados en Dios con toda nuestra realidad individual y personal. (T. Merton, St Bernardo, el último de los Padres, Ríalp, Madrid 56, p. 78)

Esta plenitud es lograda por Bernardo, encontrándose en Dios, dejándose abrazar por Él, arrastrar por Él y vivir en plenitud de corazón, siendo sal de la vieja tierra de Europa, y haciendo luz en las oscuridades eclesiales y sociales de su tiempo.
Que vuestra luz brille ante los hombres, acaba exhortándonos el evangelio de hoy, este evangelio que tan apasionadamente vivió Bernardo y que hoy el mundo necesita en nuevas reediciones. 

Hoy nuestra sociedad necesita de esta sabiduría que vivió y testimonió Bernardo. Es posible que fuera del ambiente monástico se continúe apreciando su testimonio. Se percibe en congresos y estudios que se realizan sobre su figura. Es posible que dentro del  ámbito monástico continúen las discusiones escolásticas de si su vida fue muy o poco monástica. Y esto nos puede dispensar de leer o reflexionar sobre su figura. Los muros, en ocasiones, pueden ser motivo para no dejarnos ver el monasterio...

Para Bernardo los muros del monasterio llegan hasta dónde llega la fuerza y la generosidad del amor. Así se expresa con esta sabiduría: Amo porque amo, amo por amar. El amor se basta a si mismo. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. Gran cosa es el amor, con tal que se recurra a  su principio y origen, con tal que vuelva siempre a su fuente y sea una continúa emanación de ella. El amor es la única cosa con la cual podemos corresponder al Creador. Cuando Dios ama la única cosa que quiere es ser amado: si el ama , es porque nosotros le amemos a él, sabiendo de que el amor mismo hace felices a quienes le aman. (Sermón 83, 4s, sobre el Cantar  de los Cantares)

En aquella Europa de Bernardo no había muros de monasterios capaces de guardar dentro tanta luz, tanta sabiduría. Bernardo no hará sino pisar los caminos de esta Europa medieval, siendo luz y sabiduría para sus gentes. ¿Monje, y fuera de su monasterio? Sí, monje y sembrando Europa de todo un tejido de vida monástica, de monasterios, que harán nacer una sociedad impregnada de valores cristianos profundos, que, hoy, faltos de esta sabiduría, corremos el riesgo de perder.

Necesitamos esta sabiduría vivida por Bernardo. Esta sabiduría de la cual nos ha aportado unos breves relámpagos la primera lectura de hoy.
Esta sabiduría que es el rasgo dominante y característico del más grande de los cistercienses, como escribió Pio XII en su en su enclíca Doctor Melifluus sobre san Bernardo

La celebración de la solemnidad de san Bernardo debe tener una motivación principal: recuperar esta sabiduría, puesto que nosotros vivimos en un mundo que ha perdido el sentido de la sabiduría. Lo percibimos en los acontecimientos actuales de Europa. Lo percibimos, muy posiblemente, en nuestras propias vidas... Ya no concebimos que únicamente la sabiduría —la sabiduría de la cruz— hace al hombre semejante a Dios, dado que por la cruz el Señor vino a ser para nosotros santificación, redención y sabiduría (1 Cor 1,1).

Si queremos comprender a san Bernardo, debemos volver a los  Evangelios, a Pablo, y buscar esta sabiduría de Dios que es locura para el hombre. Debemos dejar a Cristo que penetre nuestros corazones y nos transforme en Él por el poder de su cruz.

Presidente De Gaulle:
san Bernardo era, efectivamente un coloso. Y, además, tenía corazón.

Por esto hoy nosotros lo celebramos y pedimos su intercesión: Tú, que has entrado en las potencias del Señor y que has llegado a ser más poderoso para interceder, haznos partícipes de esta luz y de esta suavidad de que gozas. (Responsorio IX de Maitines en la fiesta de S. Bernardo)