TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
6 de agosto

Lugar de la Transfiguración

Cuando se peregrina a Tierra Santa, uno de los lugares que se visita siempre es la montaña del Tabor, donde, según la tradición, el Señor se transfiguró ante los tres discípulos predilectos: Pedro, Juan y Santiago, acompañados de Moisés y de Elías, se oyó la voz del Padre que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo (Mt 17,5).

Es una montaña esbelta, majestuosa, solitaria, a unos seiscientos metros de la llanura, rodeada de árboles y vegetación.

Hay un altar fuera de la basílica, donde se acostumbra a celebrar la santa Misa, cantando y recordando a Cristo transfigurado.

Al entrar en la basílica se pueden ver otras transfiguraciones de Jesús:

Explicación del evangelio

Para entender el evangelio de hoy, tenemos que recurrir al contexto. Jesús acaba de anunciar su pasión, muerte y resurrección, y los discípulos no reciben bien estas palabras del Maestro. Pedro, tomándolo aparte se puso a regañarle, diciendo: -Dios no quiera, Señor; no te ocurrirá eso. Pero Jesús, volviéndose, dijo a Pedro: - ¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres (Mt 16,22-23). Son palabras muy duras, tanto las de Jesús como las de Pedro. Los discípulos no están de acuerdo con lo que ha dicho. Podríamos decir que las relaciones entre Jesús y los discípulos en ese momento eran tensas, esto provoca una crisis. Era muy grave lo que Jesús acababa de decir: ¡pasión, muerte y resurrección!

En estas circunstancias, Jesús se lleva a Pedro, Santiago y Juan a lo alto de la montaña y se transfigura: Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz (Mt 17,2). Jesús les quiere dar ánimos, desea fortalecer su fe. Aparece su divinidad. Jesús está en medio de Moisés y de Elías, como centro de la historia, se oye la voz del Padre que dice: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo (Mt 17,5).

Después de esta introducción, centremos hoy nuestra mirada en Jesucristo, como hicieron los discípulos, así ha de estar la nuestra mirada.

Los discípulos habían visto a Jesús muchas veces, le admiraban, por eso lo seguían, pero no habían comprendido su divinidad, la relación de Jesús con el Antiguo Testamento y la relación de Jesús con su Padre.

Jesús se los lleva a la montaña Tabor y se transfigura, acompañado de los personajes más importantes del Antiguo Testamento, se oye la voz del Padre. Pedro, después, ya viejo, cuando escriba su segunda carta, recordará con gozo esta visión y la voz del Padre: Esta es la voz, venida del cielo, que nosotros escuchamos cuando estábamos con él en el monte (2 Pe 1,18).

En un ambiente de oración, en una montaña y en el silencio, es como los tres discípulos predilectos ven a Jesús, no sólo como hombre, sino también como Dios.

Después de la visión, vuelven a ver a Jesús, a solas, pero ya no lo ven como antes. Habían visto a Jesús transfigurado, y cuando lo ven después, ya no lo ven igual. Ahora veían en Jesús al Hijo de Dios, a quien han de escuchar.

Diferentes maneras de mirar a Jesús

Hay muchas maneras de mirar y de ver a Jesús. Muchas personas miran a Jesús con curiosidad. Saben algo de su vida, tal vez que ha tenido una gran trascendencia en la historia de la humanidad y nada más, Él mismo Jesús para ellos no tiene trascendencia, así que, en sus vidas cotidianas prescinden de él.

Otros querrían que Jesús desapareciera. Cuántas veces han luchado los hombres por quitar a Jesús del mundo y, ¡no han podido! Muchos gobiernos lucharon en aras de una doctrina atea, para quitar la religión, cerraron muchas iglesias y persiguieron a los cardenales, obispos, presbíteros y laicos. Después de muchos años vemos que vuelven a abrir las puertas de las iglesias y se establecen relaciones con el Vaticano. En Rumania, después de la caída del comunismo, un grupo de jóvenes cantaba con voz potente en la plaza de la República de Bucarest, que Jesús había resucitado y estaba vivo.

Otros miran a Jesús como lo miraba Pedro que la veía como Hijo de Dios, y se sentía pecador. Cuando, en la pasión, Jesús pasó ante él y los dos se miraron, Pedro se acordó de su pecado, de cómo le había negado, y lloró amargamente. Dice el evangelista Lucas: Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro, Pedro se acordó de que el Señor le había dicho: "Hoy mismo, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces", y saliendo fuera, lloró amargamente (Lc 22,61-62).

Nosotros, también, tenemos que mirar a Jesús como Pedro. Jesús Hijo de Dios, nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados y a una conversión del corazón.

Finalmente, tenemos que mirar a Jesús como Juan Evangelista, el discípulo que amaba de verdad al Señor. El que nunca le negó que le acompañó hasta la cruz y fue su gran amigo durante toda la vida.

Jesús, para nosotros, como para san Juan, eres nuestro gran amigo, con estos ojos queremos mirarte y escuchar lo que nos quieras decir; dialogar contigo en la oración frecuente y participar de tu banquete eucarístico. Los buenos amigos, de vez en cuando, comen juntos y se manifiestan su amor y amistad.

San Pablo escribe estas palabras, tan realistas, a la comunidad de Corinto: Nosotros que hemos puesto la esperanza, no en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Cor 4,18).

Una recomendación final: Mirad a Jesús con mirada de enamorados.