SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS - 1 de enero
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Hoy empezamos un Año Nuevo. La Iglesia lo inaugura con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, desea que sea el comienzo de un año de paz para todo el mundo.

Muchas cosas podríamos decir sobre la Virgen María. Podríamos hablar de sus gracias y privilegios, de su virginidad, de su maternidad divina, presencia en la vía dolorosa, asunción en cuerpo y alma al cielo, su glorificación, su omnipotencia suplicante, etc., etc. Pero esto no es posible en el poco espacio de tiempo que disponemos.

Hablaremos de su vida a Nazaret, haciendo resaltar la sencillez y humanidad de esta chica de Nazaret. Destacaremos ahora tres aspectos de Maria:

María, una chica de pueblo. Nazaret, un pueblo pequeño de Galilea, pueblo de montaña, a trescientos metros de altura sobre el nivel del mar y a ciento cincuenta kilómetros de Belén. Un pueblo campesino rodeado de montañas, dedicado a la agricultura. Sabemos que había una sinagoga, una escuela y una carpintería. Lo mismo que encontramos en nuestros pequeños pueblos de labradores. Muchos de los vecinos del pueblo son parientes, y cuando ocurre un acontecimiento se comenta, y algunas veces se critica.

María vivió en Nazaret con sus padres Ana y Joaquín. Iba a la escuela y frecuentaba la sinagoga. Como en aquel tiempo en las casas no tenían agua, iban a la fuente a buscarla. Si vais a Palestina y visitáis Nazaret, todavía veréis la fuente dónde iba a buscar agua la Virgen María.

También encontramos José en Nazaret. Era carpintero. En un pueblo pequeño, el carpintero es una persona importante, generalmente se gana bien la vida. De María sabemos que tenía una hermana y parientes, que el evangelista llama "hermanos de Jesús", aunque en realidad no tenía hermanos sino parientes. La palabra "hermano" tiene un sentido más amplio, aquel tiempo.

Un día corrió por el pueblo la voz de que José se había enamorado de María. Los comentarios podría ser: ¡Pues, hacen una buena pareja! María es muy buena, y José un buen chico.

María, esposa. Las dos familias es pusieron de acuerdo, y se organizaron los compromisos de los dos jóvenes. Los compromisos eran más que un compromiso, eran casi un matrimonio, que después de un año se ratificaba por la ley.

Estando así las cosas, un grande acontecimiento ocurrió en casa de María.

Un ángel del Señor se le apareció y le propuso si aceptaba ser la madre de Jesús. Después del susto por la visita del ángel, María, una joven de unos quince años, habló con toda naturalidad y valentía con el ángel del Señor. Diríamos ahora, que dialogó con el ángel. Le dijo que no comprendía bien lo que le decía, puesto que ella no conocía varón, pero el ángel le despejó todas sus dudas. Cuando ya lo vió claro, ella respondió: Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices (Lc 1,38).

María guarda en secreto las palabras del ángel. No se lo dijo ni a José, el que iba a ser su esposo. Fácilmente podamos imaginar los sentimientos de María cuando, por primera vez, después de lo ocurrido, se vieron los dos. Ella sabía muy buen que era la Madre de Dios, pero no conocía los planes de Dios. María no se precipitó. Esperó la revelación de Dios.

Ya conocemos la reacción de José. Conoce que María esperaba a un hijo. Sabía muy bien que no es suyo. Pasa un mal momento. ¿Qué hará José? Piensa abandonarla. Si la denuncia, María sería apedreada, porque sería considerada adúltera. Como he dicho antes, los compromisos eran considerados como un matrimonio formal. Dice el evangelista Mateo sobre el nacimiento de Jesús que: María, su madre, estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por acción del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto (Mt 1,18-19)

José es bueno, y pensaba abandonarla, hasta que el ángel del Señor salió a su encuentro y le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el fruto que espera viene del Espíritu Santo (Mt 1,20).

¿Habéis pensado, alguna vez, en los sentimientos de los dos, de José y de María, cuando se vieran por primera vez después de la revelación del ángel?

Por el pueblo de Nazaret se propaga una gran noticia: ¡María espera un hijo! ¡José y María ya viven juntos! Han llegado a un acuerdo. Maria será virgen y José respetará su virginidad. También corre la noticia de que su prima Isabel espera un hijo, y María, la esposa de José, la va a ayudar. María se dispone a pasar una larga temporada en Judea, y José se lo permite. Es la caridad, la que le apremió. Se dispone a hacer de criada, sirviendo su prima. Isabel se admira de que la Madre de su Señor venga a ayudarla. Cuando se encontraron, Isabel gritó con todas sus fuerzas: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Pero, ¿cómo es posible que la madre mi Señor venga a visitarme? (Lc 1, 42-43).

Se vuelve María a Nazaret y, cuando ya está bastante adelantada esperando su a su hijo, la voluntad del Señor es que se vaya a Belén, que es dónde nacerá el Mesías.

María madre. En Belén nace Jesús, pero la felicidad de María no dura demasiado. La voluntad del Señor es que se vayan a Egipto hasta que muera Herodes. Allí permanecen unos tres años.

Vuelve a Nazaret, y María es la mujer del carpintero, la que cuida de la casa de los dos: Según la tradición, hilaba. Su vida es muy sencilla.

La familia de Jesús era una familia trabajadora, así se ganaba el pan. Yo diría que no era una familia pobre, sino una familia obrera. José tiene un pequeño taller. Jesús le ayuda, y María se ganaba un pequeño jornal, además de hacer los trabajos de la casa. Es una familia eminentemente religiosa. Cada sábado iban a la sinagoga, y más de una vez José y Jesús cogerían la Biblia para leerla públicamente. Es la familia mejor de Nazaret. Sus puertas estaban abiertas a todo el mundo, y todos encontraban ayuda.

Cuando Jesús tenía doce años subió a Jerusalén con sus padres, como hacían cada año. Jesús se quedó en el templo. ¡Qué disgusto para Maria y José! Pero Jesús volvió en Nazaret, y allí creció en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres, era la admiración de sus padres y de todo el pueblo.

Los años pasan; todos se fueron haciendo mayores, como nosotros. María se quedó viuda. El chico ya era mayor pero vivía con su madre. Quizá no nos hemos fijado nunca en la soledad de Maria al faltarle José. Jesús le podía hacer compañía, pero no era la de José.

Llega un momento que Jesús también dejó Nazaret, y María todavía se encontraría más sola. Viuda y sola. También María acompañaría a Jesús en su vida pública, y no volvería más por Nazaret para quedarse. María debió morir en Jerusalén.

¿Por qué he hecho esta reflexión sobre la joven de Nazaret? Para exponeros que la vida de la Virgen María fue sencilla, sin grandes honores, que pasó días de alegría y días de tristeza, y con esta vida así se santificó.

Quizá hemos hablado tanto de las grandezas de María, que hemos olvidado su vida de joven chica, de madre, de esposa, de viuda y de persona entregada a los demás.

Seguramente que nuestra vida es muy parecida a la Virgen. Hay días de todo. También nosotros nos podemos ganar el cielo, como María, llevando una vida llena de amor a Dios y al prójimo, en el lugar dónde la Providencia quiere que vivamos, imitando la humildad y la sencillez de la chica de Nazaret, puesto que todo árbol tiene que crecer dónde Dios lo ha plantado.

Señor, haz que los trescientos sesenta y cinco días de este año, que hoy empieza, nuestra vida se asemeje a la vida de María, y que Ella, madre de Jesús y nuestra, vele por todos nosotros y nos ayude a descubrir, amar y seguir Jesús

¡FELIZ AÑO NUEVO!