NAVIDAD
 

En esta noche santa de Navidad nos hemos reunido no para escuchar una historia que hace años que la sabemos, sino para contemplarla, para vivir el nacimiento de Jesús en la cueva de Belén.

Permitidme que os la presente en tres actos, o cuadros, como queráis. El primero en Nazaret, el segundo en Belén y el tercero en la montaña donde están los pastores guardando sus rebaños.

Nos trasladamos a Nazaret, ahí nos encontramos con una joven llamada María, que ha recibido de parte de Dios la visita de un ángel que le propone ser la madre de Dios. Ella, con toda sencillez le expone al ángel su dificultad, ‘no conocía varón’, pero, después de dialogar con el ángel aceptó y dijo: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).

Después nos encontramos con José, desposado con María. Cuando preparaba sus nupcias, de repente se entera de una noticia que corre por el pueblo: La hija de Ana y Joaquín espera un hijo. ¡José no podía creerlo! Pero, ante la realidad decide, con el corazón lleno de tristeza, abandonarla, hasta que un ángel se le aparece en sueños y le dice: José, no tengas reparo en llevarte a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu santo.

José, lleno de alegría, va a verla. Sólo con mirarse los dos, enseguida María se da cuenta de que José ya sabe el misterio que se obraba en ella, y José en la mirada de María también comprende que lo que le había dicho el ángel era cierto. ¡Su esposa iba a ser la madre de Dios!

San Juan Crisóstomo se pregunta por qué María no dijo nada a José de la aparición del ángel, y se contesta diciendo que, si se lo llega a decir no se lo hubiese creído.

Era tan extraordinario lo que ocurría que José podría pensar que María había perdido la cabeza. Martín Descalzo dice que este encuentro pudo ser uno de los momentos más felices de José y María (Vida y misterios de Jesús de Nazaret).

Dejamos Nazaret y nos vamos a Belén. María está embarazada, faltan pocos días para el nacimiento de Jesús: ‘Hemos de ir a Belén para empadronarnos, como manda Cesar Augusto, dice José, cojamos las cosas más necesarias’. De este modo vemos cómo la mano de Dios se sirve de los hombres y acontecimientos. Seguramente que hicieron el camino de Nazaret a Belén en un asno, porque seguro que no tenían coche.

Como no había sitio para ellos en la posada, se retiraron a un establo y, como a María le llegó el tiempo del parto, dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre (Lc. 2,7).

Preguntémonos, hermanos y hermanas que me escucháis: ¿Quién es este niño reclinado en un pesebre? San Juan nos dice con estas admirables palabras: Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra era Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,1-14). ¡Misterio de los misterios! ¡Un Dios encarnado!

Contemplemos el rostro de María, lleno de alegría, cuando coloca a su hijo en el pesebre diciendo: -Este niño es mío y vuestro, porque lo he concebido para vosotros.

Miremos también el rostro de José, yo diría, temeroso, porque sabía muy bien que Dios ponía en sus manos un gran tesoro: el Hijo de Dios hecho hombre.

Dejamos Belén y nos vamos a la montaña donde están los pastores guardando sus rebaños. Se les aparece un ángel y les dice: Os traigo la buena noticia. Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor (Lc 2,

Ellos, muy contentos fueron deprisa a Belén, se acercaron al establo y encontraron a Jesús recostado en el pesebre, tal como lo había dicho el ángel de Señor.

A vosotros también yo os digo: Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor.

San Bernardo dice que hoy se realiza otro nacimiento muy importante, casi tan importante como el que ha tenido lugar hace dos mil años, y es que hoy nace Jesús en nosotros. Si queremos que Jesús nazca en nuestro corazón hemos de poner en práctica esta oración tan bonita de san Francisco:

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.

Donde haya odio, yo ponga amor.

Donde haya ofensa, yo ponga perdón.

Donde haya discordia, yo ponga unión.

Donde haya error, yo ponga verdad.

Donde haya duda, yo ponga Fe.

Donde haya desesperación, yo ponga esperanza.

Donde haya tinieblas, yo ponga luz.

Donde haya tristeza, yo ponga alegría.

Oh Señor, que no busque tanto ser consolado como consolar,

ser comprendido como comprender,

ser amado, como amar.

Porque dándose es como se recibe,

olvidándose es como uno se encuentra,

perdonando, se es perdonado,

muriendo es como se resucita a la vida eterna.