HOMILÍA DEL DÍA 2 DE NOVIEMBRE,
DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS
Hermanos
y hermanas, nos reunimos hoy aquí en la iglesia para recordar y para rezar por
nuestros difuntos y por todos los fieles difuntos. Lo hacemos con fe y con
confianza, porque sabemos que Dios nos ama siempre y nos llena siempre de su
amor. Por esto le podemos pedir, con el corazón lleno de paz, que tenga con Él
para siempre a los familiares y amigos
nuestros que han muerto, y también todos los difuntos, conocidos y
desconocidos, hombres y mujeres de cualquier lugar del mundo, hermanos
nuestros.
Este recuerdo y esta plegaria la hacemos en la celebración de la Eucaristía.
Jesús se hace presente hoy en medio nuestro con su palabra y con su Cuerpo y su
Sangre, que son alimento de vida eterna. Y nosotros nos unimos a Él y renovamos
nuestra fe y nuestra esperanza.
El día de nuestra muerte es incierto
Todos sabemos el día que nacimos, pero no sabemos el día que moriremos. Algunas
personas mueren jóvenes, otras ya tienen edad avanzada, pero todos tenemos el
deseo de vivir para siempre.
Este deseo, Dios lo ha puesto en
nuestro corazón.
Comparación de un árbol y la persona humana
Nuestra vida se puede comparar a la vida de los árboles, a los cuales en otoño le caen
las hojas ya envejecidas. Parece como si la muerte les hubiera tragado; los
frutos desaparecen. Pero después de un largo invierno, la primavera estalla y
los llena de vida nueva exuberante; la esperanza renace y la vida se rehace y
se multiplica.
En la vida de las personas ya adultas, en la mayoría, les caen los dientes y se
las tienen que poner postizas; la vista disminuye y tienen que ponerse gafas; los cabellos
se vuelven blancos o desaparecen. Aquella agilidad que tenían en la juventud
desaparece y tienen que andar despacio y sin correr; y otras cosas más que podríamos
añadir.
Jesucristo nos da esperanza
Cuando el corazón de una persona amada
deja de latir, parece el fin de aquel que ha muerto. Parece que la persona está
condenada a la destrucción total, pero nuestra fe en Jesucristo nos dice que la
vida de la persona no acaba con la muerte, sino que está destinada a vivir
eternamente en la presencia del Señor.
Jesús dijo
Recordamos aquellas palabras de Jesucristo: Yo soy la resurrección y la
vida, quien cree en en mi aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí,
no morirá para siempre (Jn11,25-26).
Y aquellas otras: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn14,6).
Nuestra fe en Jesucristo nos
ilumina
La reflexión de la fe va iluminando la mente y el corazón y vamos encontrando
la serenidad que dan la esperanza y la certeza del amor incondicional de Dios, que
no nos fallará.
Jesús resucitado es la garantía que la muerte nos abrirá las puertas de la vida
eterna con Dios, a todos los hermanos y hermanas.
Será el momento de encuentro definitivo con la familia en la casa del Padre,
donde viviremos plenamente la comunión de los Santos.
Sabemos que el Padre nos acogerá con los brazos abiertos y aunque, como el hijo
pródigo, lleguemos a casa con los vestidos echados a perder y sucios, si
nosotros aceptamos su abrazo, su amor nos revestirá de gracia y entraremos a su
casa , que también es la nuestra.
Jesús tuvo miedo a la muerte
Todos tenemos miedo a la muerte. Jesucristo también tuvo miedo y se muestra
nervioso en Getsemaní.
Jesús pide que pase este cáliz
Aquel hombre que había recorrido los caminos de Palestina haciendo el bien,
curando enfermos, resucitando muertos y poniendo la vida en el corazón y en el
cuerpo de las personas, delante de la muerte siente la necesidad de estar solo
y a la vez de estar con los más íntimos.
Plegaria de Jesús al Padre
Escribe el evangelista san Lucas.
Fue a la montaña de los olivos y lo seguían también los discípulos. Estando en
un lugar apartado se levanta y les dice: Rogad para que no entréis en tentación.
Y él, apartado a una distancia de un tiro de piedra, se puso de hinojos y rogó diciendo:
Padre,
si quieres aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya (Lc 22,39-42).
Los prefacios de los difuntos nos dicen
El prefacio de difuntos segundo nos dice:
Él, uno solo, murió porque no muriéramos todos nosotros. Él solo se dignó sufrir la muerte, porque todos
viviéramos para vos eternamente.
El prefacio primero nos dice:
En él brilla la esperanza de nuestra
feliz resurrección y así, aunque la certeza de morir nos entristece nos
consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma y al
deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo.
He aquí algunas ideas para meditar el día de hoy, día de los Fieles
Difuntos.