VIERNES SANTO
Sacerdotes, Hijos e Hijas de Dios.
Nos encontramos hoy, en el día más triste
del año, el Viernes Santo, y acabamos de escuchar la pasión del Señor. Tal vez
sería mejor guardar un buen tiempo de silencio, meditando lo que acabamos de
leer.
Pero, a pesar de tener presente esta
afirmación, me ha parecido mejor exponer brevemente tres ideas fundamentales de
la pasión del Señor y hacer un momento de silencio después de cada exposición.
Para comenzar, hagamos una composición de
lugar. Cristo ha muerto. Al lado de la cruz está su madre, María, San Juan
evangelista, algunas mujeres, José de Arimatea, con las manos ensangrentadas y
Nicodemo, que ayuda a bajar el cuerpo Santísimo de Jesús. Los grandes
sacerdotes, los soldados que jugaban a los dados, Simón el Cirineo, que le
ayudó a cargar la cruz, los ladrones, el centurión, y muchas personas que lo
contemplaban.
Delante de esta consideración, recojámonos y
procuremos que nada nos distraiga. Que nuestra postura sea semejante a la de su
Madre, María, que, profundamente afligida, mira como bajan el cuerpo de Jesús.
Madre, ¡ayúdame a meditar la pasión de tu Hijo amado!
Primera reflexión. ¿Quién es este Jesús que bajan de la cruz? Es el Hijo
de Dios, es la segunda persona de la Santísima Trinidad hecho hombre. En el
bautismo de Jesús, es el Padre quien nos dice que éste es su Hijo muy amado y a
quien nosotros hemos de escuchar. San Pablo, en la carta a los Filipenses,
2,6-7, dice: "El cual siendo de condición divina, no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de
siervo." Y San Juan dice: "Tanto amó Dios al mundo, que dio a
su Hijo único" (Jn 3,16).
San Juan Crisóstomono dice de esta manera:
"Oh Hijo único y Verbo de Dios,
siendo inmortal te has dignado encarnarte, por nuestra salvación en la santa
Madre de Dios y siempre Virgen María "(C.I.C nº. 469) .
Oh Cristo Dios, que juntamente con el Padre
y el Espíritu Santo eres glorificado, sálvanos.
La pasión del Señor es una muestra del gran
amor de Dios a los hombres. Démosle gracias y guardemos unos momentos de
silencio.
Segunda reflexión. Este Jesús que vemos a
los brazos de María, ya muerto, es verdaderamente hombre.
Mirad su cuerpo Santísimo, mirad su sangre
preciosísima. La liturgia nos presenta de esta manera en la primera lectura.
He aquí algunas frases. "Todos se
espantaron al verle tan desfigurado,que ni tan siquiera parecía un hombre, no
tenía nada de humana su presencia".
Señor, tan desfigurado estás que no pareces
ni un hombre. Gracias, Señor.
"No tenía figura ni nada que
admirar, no tenía el aspecto atractivo, era menospreciado, rechazado entre los
hombres, semejante a aquellos que nos repugna mirar". Mirad el cuerpo de Cristo hecho todo él una llaga,
y en la cabeza la corona de espinas; tenía sed y le ofrecen una esponja
empapada en vinagre, y los grandes sacerdotes se reían, diciendo: "Él,
que salvava a los otros, no es capaz de salvarse a sí mismo".
El Señor quiso que el sufrimiento le
triturara, fijaros en esta palabra "triturara", y todo eso porque,
también nos lo dice esta lectura, "él cargaba nuestros males... y por
nuestras faltas moría mal herido, hecho polvo por nuestras culpas".
Señor, gracias, porque nos has amado tanto,
que has muerto por mí de esta manera tan horrible.
En la adoración de la cruz, la liturgia nos
preguntará: Pueblo mío, ¿Qué te he hecho, en qué te he entristecido?
Respóndeme.¿Qué más puedo hacer por ti?Respóndeme.
Guardando unos momentos de silencio,
cristianos que me escucháis, mirad el árbol de la Cruz, donde murió el Salvador
del mundo.
No desearía que salgáis del templo con el
corazón afligido al presentaros la pasión de Jesucristo, por eso, para
terminar, permitidme que os presente a Jesucristo como lo podemos ver ahora en
el cielo, y lo haré con unas palabras en la carta a los Hebreos. Lo presenta
sentado a la diestra del trono de la majestad de Dios. "Este es el
punto capital de cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo sacerdote tal, que
se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, al servicio del
santuario y del tabernáculo verdadero, eregido por el Señor, no por un hombre. (Hb
8,1).
Se presenta, también, como el sacerdote
eterno y santo. "Así es el Sumo Sacerdote que nos convenia: santo,
inocente incontaminado... que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada
día, primero por sus pecados propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por
los del pueblo: esto lo realizó de una vez para siempre. (Hb 7,26-27).
Qué bonita es ésta contemplación de
Jesucristo, arriba en el cielo como sacerdote eterno, intercediendo por
nosotros pecadores; es el mismo de la cruz, pero ahora glorificado.
Escuchemos ahora a un Santo, San Juan
Fisher, obispo y mártir (lunes de la quinta semana de Cuaresma). Jesucristo
es nuestro pontífice, su cuerpo glorioso es sacrificio nuestro, que él va
inmolar al ara de la cruz por la salvación de todos los hombres.
Primero, Cristo inmoló su sacrificio aquí en
la tierra cuando sufrió su sacratísima muerte. Después, lo inmola cuando,
revestido de la inmortalidad, con su propia sangre , penetra en el Santuario,
es decir, en el cielo, donde presentó delante del trono del Padre aquella
sangre de incalculable precio, que había derramado abundantemente por la salvación
de los hombres.
De este sacerdocio de Jesucristo, todos
participamos por el bautismo, ya que somos un pueblo sacerdotal.
Demos gracias a nuestro gran sacerdote
porque nos ha redimido en el sacrificio de la cruz y nos ha hecho partícipes de
su sacerdocio, que lo ejercemos cuando nos reunimos para celebrar la
Eucaristía.
Para acabar guardemos unos momentos de
silencio.