VIERNES SANTO
(sólo texto, para imprimir)
Nuestra reunión
es para contemplar la pasión y muerte de Jesús en la cruz. Hemos escuchado con
toda devoción y reverencia, la pasión de Jesús escrita por San Juan, y ahora
nos disponemos a meditarla en esta tarde de Viernes Santo. Con silencio
interior y con gran reverencia, acerquémonos a la cruz de Jesús y elevemos
nuestros ojos, contemplando a Jesús crucificado.
Muchas cosas podrían ser objeto de nuestra
reflexión, pero ya que no las podemos meditar todas, prestemos nuestra atención
a los sufrimientos no físicos, sino morales, de Jesús clavado en la cruz. Pasemos,
pues, por alto: los azotes, la coronación de espinas, sus caídas yendo al
Calvario, la crucifixión y la misma muerte de Cristo, y con toda humildad y
sencillez preguntemos a Jesús cuáles eran sus pensamientos y sentimientos en
aquellas tres horas que estuvo clavado en la cruz.
Seguramente que sus pensamientos se dirigían
hacia Anás y Caifás. Cómo Caifás le había condenado a muerte: "Caifás
era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el
pueblo" (Jn 18,14). Sí, hermanos, Jesús moría por nuestra salvación,
moría por todo el pueblo. Pensaría:
- en Pilato, que le condenó de muerte,
porque se había hecho Rey: "Pilato le dijo: ¿Luego tú eres rey?
Respondió Jesús. Sí como dices: soy rey" (Jn 18,37). Pilato, no te
equivocas en preguntar si Jesús es rey, pero Jesús recalca: "Mi reino
no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido
para que no fuese entregado a los judíos. Pero mi Reino no es de aquí" (Jn
18,36).
- en Barrabás. Dice el evangelista: "Toda
la muchedumbre se puso a gritar a una: ¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!
(Lc 23,18). Qué alegría la de aquel hombre al recuperar la libertad a cambio
del arresto de Jesús.
- en aquellos soldados que se burlaban de
Él, le pusieron la corona de espinas y con una caña le pegaban y "doblando
la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: ¡Salve, rey de los
judíos!" (Mt 27,29).
- en Pedro, que le había negado tres veces.
San Mateo dice: "Pedro, entretanto, estaba sentado fuera en el patio; y
una criada se acercó y le dijo: También tú estabas con Jesús, el Galileo. Pero
él lo negó delante de todos: No sé què dices" (Mt 26,69-70). Si alguna
vez has tenido un amigo que te haya negado, entonces sí que puedes comprender
el dolor de Jesús, cuando su mirada se cruzó con la mirada de Pedro que salía
de la casa de Anás. ¡Tú, Pedro, que me habías dicho que estabas dispuesto a
entregar tu vida por mí y, delante de una criada, dices que jamás me has
conocido!
- en Judas. Era
uno de sus amigos. Jesús recordaría aquellas palabras que él le dijo, cuando
Judas lo entregó: "¿Judas, con un beso entregas al Hijo del
Hombre?" (Lc 22,48). ¿Por qué te ahorcaste? ¿No sabías que yo estaba
dispuesto a perdonarte?
- en el Cirineo, que de mala gana había
ayudado a cargar la cruz. Dice San Lucas: "Cuando le llevaban, echaron
mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz
para que la llevara detrás de Jesús" (Lc 23,26).
- en los apóstoles, en todos ellos, que le habían
abandonado en aquellos momentos de tristeza y dolor, menos Juan.
- en aquellos cojos, ciegos, tullidos,
enfermos, leprosos, muertos, que él había resucitado, etc. ¿Dónde estaban?
Todo esto era motivo de dolor y tristeza,
pero lo que le producía más dolor era el abandono de su Padre: "Y
alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz "¡Elí, Elí!, ¿lemá
sabactani? –esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt
27,46).
Jesús, ¡grande es tu dolor físico y moral!
Haz que, en este Viernes Santo, yo te acompañe con tus sufrimientos y dolores.
Pero Jesús también tiene algunos consuelos
al pie de la cruz. El evangelista Juan dice: "Junto a la cruz de Jesús
estaban su madre, y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María
Magdalena" (Jn 19,25).
- Su madre, María, llena de angustia y
dolor, pero valiente como ella sola.
- San Juan y algunas mujeres, entre ellas,
seguramente, aquella mujer atrevida que le secó su rostro cuando Él subía con
la cruz a cuestas, hacia el calvario, la Verónica.
- José de Arimatea y Nicodemo, que se
preocuparon de su sepultura y con mucha delicadeza le descolgaron de la cruz: "José
tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo
que había hecho excavar en la roca" (Mt 27,59-60).
- muchas otras persona, que, como el
centurión "Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios
diciendo: "Ciertamente, este hombre era justo". Y todas las gentes
que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose
el pecho" (Lc 23,47-48).
La causa de la
pasión y muerte de Jesús son los pecados de los hombres. También, ahora Jesús
es de nuevo crucificado. Existen muchos pecados en el mundo en que vivimos.
Pensemos en las guerras, en los jóvenes que se drogan, en las infidelidades en
el matrimonio, en las parejas que se juntan y se separan como la cosa más
natural del mundo, en los cristianos que faltan a sus obligaciones hacia Dios,
y en tantas personas que han recibido una educación cristiana y un conocimiento
de Jesús y le han abandonado, como los apóstoles lo hicieron. No acabaríamos
nunca, si quisiéramos describir todos los pecados de los hombres de nuestro
siglo.
Para concluir, desearía que permaneciéramos
al pie de la cruz, como estuvieron María, Juan evangelista y otras personas
buenas que acompañaban a Jesús en aquellos momentos terribles. Hagamos nosotros
también el propósito, en este Viernes Santo, de consolar a Jesús durante toda
nuestra vida.
Se puede poner este ejemplo.
Un judío, que se llama Jesús, dijo estas
palabras: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus
amigos" (Jn. 15,13). Nosotros somos los amigos de Jesús. Él ha
entregado la vida por nosotros. Gracias, Jesús.
Estos días se cumplen cincuenta años que un
polaco dio su vida por un judío. Me refiero al padre franciscano Maximiliano
Kolbe. Sucedió en Austria, en un campo de concentración donde miles de
prisioneros judíos y no judíos murieron en el crematorio. Existía una ley que
decía que si alguien se escapaba del campamento, otro prisionero moriría en su
lugar. Un prisionero se escapó, y el oficial alemán, después de hacer formar a
todos los prisioneros, les recordó la ley e hizo un sorteo. Este recayó en un
judío, que comenzó a gritar: "No me matéis os lo imploro por mi esposa
y mis hijos". Un hombre, vestido de prisionero, se adelantó y dijo en
voz alta, para que todos lo escucharan: "En lugar de este judío
sacrificadme a mí". El oficial lo aceptó, y el padre franciscano
Maximiliano Kolbe, después de pasar unos días en una celda sin comer ni beber,
murió. Ahora, el padre Kolbe es un Santo de la Iglesia, y éste judío que murió
a los noventa y cuatro años, estoy seguro de que en el cielo le ha dado
personalmente "las gracias", como tantas veces en su vida ya lo había
dicho.
Decid interiormente, cristianos que me
escucháis: Padre Kolbe, dótanos de fuerza para dar nuestra vida por nuestros
amigos, como Jesús lo hizo.
Acabemos con un himno de acción de gracias al
Señor porque ha ofrendado su vida por nosotros, que es la prueba más grande del
amor de Dios.