Viernes Santo

Hacemos, hoy, nuestra reflexión sobre la segunda lectura.

JESÚS, EL GRAN SACERDOTE.

Meditemos, con ojos de fe, las principales ideas sobre el sacerdocio de Jesucristo, extraídas de la carta a los Hebreos: Jesús, que por medio de su propia sangre entró en el eterno santuario, como sacerdote consagrado para siempre por el Padre, ahora se ha sentado a la derecha de la Majestad divina y desde allí intercede por nosotros como medianero, para abrirnos el camino de una vida nueva y eterna. Él nos ama y derramó su sangre para lavar nuestros pecados.

Jesús nunca se presenta, explícitamente, como sacerdote, sin duda, por las circunstancias que le rodeaban, aunque sus acciones son sacerdotales. Sí que lo dice, claramente, la carta a los Hebreos: "Nadie se puede apropiar el honor de ser gran sacerdote: es Dios quien lo llama, tal y como llamó a Aarón. Tampoco Cristo se atribuyó a él mismo la gloria de ser gran sacerdote, sino que la ha recibido de quien le dijo: Tú eres mi Hijo; hoy te he engendrado. Y también dice en otro lugar: Eres sacerdote por siempre, como lo fue Melquisedec" (He. 5,4-6 ).

Todo sacerdote está destinado a ofrecer dones y sacrificios. Jesús ofreció su propio cuerpo y su propia sangre. De esta manera lo dice la carta a los Hebreos: "Pero la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ha ofrecido Él mismo a Dios como víctima sin ningún defecto, con mucha más razón purificará nuestra conciencia de las obras que traigan la muerte y podremos dar culto al Dios vivo" (He.9,14).

Jesús es el gran Pontífice que une a Dios con los hombres y los hombres con Dios. Pontífice viene de puente y la misión del puente es unir las dos orillas. La misión de nuestro Pontífice es la de unir a Dios con los hombres y los hombres con Dios.

Dice San Agustín: Jesús ruega por nosotros como sacerdote nuestro, ruega en nosotros como cabeza nuestra y ruega por nosotros como Dios nuestro. (comentario sobre el salmo 85)

EL SACRIFICIO EN LA BIBLIA

Los hombres siempre han ofrecido sacrificios a Dios. Recordad el sacrificio de Abel, el del patriarca Abraham, el del sumo sacerdote Melquisedec y otros muchos que podemos encontrar en la Biblia.

Pero estos sacrificios, a pesar de que eran agradables a Dios, no podían reparar la falta o el pecado que el hombre había cometido, porque la gravedad de la falta se mide por la persona ofendida. Por esta razón la segunda persona de la Santísima Trinidad , el Verbo, dice al Padre que le dé un cuerpo para poderlo ofrecer como sacrificio de reparación digno. El Verbo toma carne en las purísimas entrañas de María y muere en una cruz.

Recuerdo que, explicando a los niños y niñas de la catequesis que la ofensa se mide por la persona ofendida, les ponía esta comparación: Si un niño o una niña tira una piedra a un niño de la escuela, no es lo mismo que si la tira a su madre o al rey de la nación. Echarla a la madre o al rey es más grave.

NUESTRA PARTICIPACIÓN EN EL SACERCODIO DE JESUCRISTO

Jesucristo en la cruz ofrece su sacrificio, que tiene un valor infinito, y de este sacrificio participamos todos cuando nos reunimos en el templo para ofrecer el sacrificio eucarístico. El sacerdote actualiza el sacerdocio de Jesucristo, ejerciendo la potestad recibida en la ordenación sobre el cuerpo real de Jesucristo, poniéndole presente sobre el altar y ofreciéndole por manos del mismo Jesucristo, como víctima infinitamente agradable a la divina majestad. Cuando el sacerdote pone a Jesucristo sobre el altar lo hace en representación de la Iglesia, como nos enseña el Concilio Vaticano II.

Quienes somos sacerdotes participamos del sacerdocio de Cristo en cuanto lo representamos y ofrecemos dones y sacrificios por nuestros pecados y por los pecados del pueblo. Los bautizados participan por su bautismo.

Además del sacerdocio de Jesucristo y de nuestra participación, querría recalcar que todos formamos una comunidad sacerdotal. De este modo nos lo dice san Pedro: "Vosotros, como piedras vivas, sois edificados por Dios como templo del Espíritu, porque formáis una santa comunidad sacerdotal que ofrezca víctimas espirituales agradables a Dios por Jesucristo" (1Pe 2,5).

NUESTRO SACRIFICIO

Decimos que el sacrificio eucarístico es el nuestro, porque es el sacrificio de la Iglesia, del Pueblo sacerdotal, que Jesús el día antes de su pasión y muerte nos dejó como el de la nueva alianza, que Dios establece entre Él y nosotros. El sacrificio de la misa es el mismo de la cruz, porque el sacerdote principal es Jesús. Los sacerdotes cuando consagran dicen:

"Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre". No dice "el cuerpo de Jesús o la sangre de Jesús", sino "esto es mi cuerpo y mi sangre". La víctima que presentamos al Padre es la misma que estaba en la cruz: el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. La manera de ofrecerse el sacrificio es diferente. En la cruz Jesús se ofrecía de una forma cruenta y en la misa se ofrece de una manera incruenta.

LA EUCARISTÍA EN EL SIGLO SEGUNDO.

En el siglo II, San Justino nos explica: "El día llamado del sol ( el domingo, en inglés se dice todavía ahora el día del sol "sunday") nos reunimos tanto los de la ciudad como los del campo para la lectura de los libros sagrados y la celebración de la Eucaristía. Nos reunimos, precisamente, el día del sol porque éste es el primer día de la creación y también porque es el día en el cual Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó entre los muertos". He aquí, hermanos, la importancia de la Eucaristía, que no hemos de dejar para nada del mundo, el domingo, aunque nos cueste sacrificio. No porque es pecado no oír misa los domingos, sino porque la amamos de verdad y las cosas que se aman no se dejan.

¡Qué tengáis un buen domingo y una buena semana!.