DOMINGO DE RAMOS: PASIÓN DEL SEÑOR

Celebramos hoy una fiesta muy simpática, la entrada de Jesús, con toda solemnidad, a Jerusalén. Este Jesús que hoy vemos contento y aclamado por la gente, lo veremos, el Viernes Santo, triste y abucheado por la multitud. La entrada de Jesús a Jerusalén es la antesala de su pasión.

Tratemos de revivir esta entrada de Jesús a Jerusalén. Era la Pascua, y muchos judíos, y no judíos, entre ellos griegos, estaban en Jerusalén y en las cercanías.

Escuchemos al evangelista Mateo cómo describe la entrada de Jesús: Cuando estaban cerca de Jerusalén, llegaron a Betfagé, en la montaña de los Olivos. Jesús envió a dos discípulos con este encargo: Id a la aldea que está enfrente y encontraréis acto seguido una borrica atada con su pollino. Desatadla y traédmelos (Mt 21,1-3) Los discípulos fueron, e hicieron lo que Jesús les había mandado, trajeron la borrica y el pollino, los adornaron con sus mantos, y Jesús se montó en él. Mirad a Jesús, todo contento y dichoso, montado en un pollino, rodeado de niños, de los discípulos, de mucha gente que empezó a extender sus mantos por el camino, cortar ramas de los árboles para alfombrar el camino, y la gente que iba delante y lo seguía gritaba:

!Hosanna al Hijo de David!
!Bendito el que viene en nombre del Señor!
!Hosanna en las alturas
! (Mt 21,1-9)

Maravilloso espectáculo. Jesús montado en un pollino, el camino alfombrado con mantos y una gran multitud que le aclamaba.

En medio de estas aclamaciones y expresiones de alegría, Jesús, al ver la ciudad de Jerusalén, con su templo precioso, adornado de oro y mármoles, lloró.¿por qué lloró? Jesús amaba de verdad a Jerusalén, y pensaba en aquello que dice San Lucas: Vendrán días que tus enemigos construirán a tu alrededor un muro de asedio... y no dejarán piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el momento en qué Dios te visitaba (Lc19,43-44), por esto Jesús lloró.

No todos le aplaudían; algunos le despreciaban, y otros eran indiferentes.

Entre los que le aclamaban, estaban los discípulos que, desde hacía tiempo vivían con El, le habían visto reír y llorar, curar a los enfermos, dar vista a los ciegos, oído a los sordos, movimiento a los paralíticos e incluso, dar vida a los muertos. Ellos habían escuchado sus palabras y quizás no habían entendido del todo el sermón de las Bienaventuranzas, pero habían sido capaces de dejarlo todo y seguirle.

El segundo grupo estaba integrado por aquellos que también habían visto sus milagros y le conocían, pero su conocimiento los había inquietado tan profundamente, que habían decidido eliminarlo. Estos no gritaban, querían que los discípulos callaran, y así lo dijeron al maestro. La respuesta de Jesús fue taxativa y majestuosa: Os lo aseguro; si estos callan, incluso las piedras gritarán (Lc 19,40). Las piedras, en este caso, más sensibles que el corazón de los hombres.

Hay un tercer grupo, muy numeroso y anónimo, el de los indiferentes. El de aquellos que llenaban Jerusalén y a los que les resultaba indiferente aquel hombre llamado Jesús de Nazaret. No conocían a Jesús para manifestarse ni a favor, ni en contra, o sencillamente lo ignoraban y se preocupaban de sus cosas, sin importarles lo que estaba sucediendo.

Aquello que pasaba a la sazón, también pasa ahora. Hay una gran multitud de cristianos y no cristianos a los cuales les importa un pepino la persona de Jesús. La Semana Santa no les dirá absolutamente nada, porque no tienen nada que ver con Jesús, o porque habitualmente no tienen contacto con Él, aunque se llaman cristianos. Él no es la referencia de sus vidas, ni el contraste de sus actitudes. Quizás verán una procesión, como un gran espectáculo, y volverán a casa diciendo que les ha gustado mucho, pero aquella no dejará ningún recuerdo en su corazón. La Semana Santa ha sido, sólo, unos días de diversión y de vacaciones, las de Semana Santa, tan anunciadas por las agencias de viajes.

Podemos preguntarnos, si por casualidad ¿estamos en el grupo de los que intentaban silenciar a los discípulos? No olvidemos que también habían conocido a Jesús. El sermón de las Bienaventuranzas no era para ellos, y el concepto de amor que Jesús predicaba no era aceptado. Hoy también existen muchos cristianos que no pueden aceptar a Jesús, porque tendrían que cambiar de vida, y prefieren gritar contra Jesús y su Iglesia, sin cambiar de conducta.

Si somos cristianos de verdad, tendríamos que estar dispuestos a seguir a Jesucristo, cueste lo que cueste, como hicieron aquellos apóstoles que lo siguieron hasta derramar su sangre. Como el sarmiento está unido a la vid, de este modo tendríamos que estar unidos con Jesucristo, en las alegrías y en las penas, en la cruz y en la resurrección, y seguirlo sin inmutarnos ni por los gritos hostiles, ni por la indiferencia de muchos.

Como buenos feligreses, procuremos estar dispuestos, en este Domingo de Ramos, a entrar como Jesucristo en Jerusalén, con alegría, y con toda sencillez, recorrer su camino de amor, dolor y gloria a su lado; tener los mismos sentimientos que tenía Jesús en estos días de Semana Santa y saber acompañarle como lo hizo su madre, la Virgen Maria, con mucha tristeza, el Viernes Santo, y con mucha alegría y gozo el Domingo de Pascua de Resurrección.