Alegrémonos en el Señor al celebrar la fiesta de Todos los Santos, también los ángeles se alegran de su solemnidad y dan alabanza al Hijo de Dios.
El prefacio de la misa de esta festividad nos señala
su sentido y como tenemos que celebrarlo:
Porque hoy nos
concedes celebrar la gloria de tu ciudad santa, la Jerusalén celeste, que es
nuestra madre, donde eternamente te alaba la asamblea festiva de todos los
santos, nuestros hermanos .
Hacia ella,
aunque peregrinos en país extraño, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y
gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia; en ellos encontramos
ejemplo y ayuda para nuestra debilidad.
Comentario al evangelio
¿Hoy es tu santo? Sí y no. Hoy es el santo de todos,
porque celebramos la fiesta de todos los santos. San Bernardo dice, que no
solamente celebramos la fiesta de los santos que están en el cielo, sino
también de los santos que hay en la tierra.
Ante un mundo lleno de maldad, quizás no sabemos ver
que hay muchas personas buenas y santas a nuestro lado. No las podemos alabar y
venerar como hacemos a los santos que están en el cielo, porque nuestra
alabanza les podría hacer daño y desviarlos del camino que siguen. Por esto
solamente alabamos y veneramos los santos que están en el cielo, porque están
confirmados en gracia y no pueden pecar.
Levantemos, hoy, nuestra cabeza, y prescindiendo de
los santos que hay en la tierra, miremos los que están en el cielo.
San Juan en la primera lectura, nos dice que vio una
inmensa multitud, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblos y
lenguas ante el trono del cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas
en las manos, que cantaban. La salvación viene de nuestro Dios, que está
sentado en el trono y del cordero (Ap 7,10).
Entre esta gran multitud, podemos ver a nuestro
santo, a niños que dieron la vida por Jesucristo, y juegan con sus coronas,
como nos dice Tertuliano; como san Tarcíso, que llevaba la sagrada Comunión a
los presos; Maria Goretti, aquella joven, que antes de perder su inocencia
prefirió perder la vida; sacerdotes, como san José Oriol; obispos, como san
Antonio Mª. Claret; papas, como Pio quinto; y matrimonios como san Isidro
Labrador y su esposa. De esta manera podríamos continuar y no acabaríamos
nunca.
San Pablo, en la carta a los cristianos de Éfeso,
nos dice que Dios nos ha destinado a ser santos e inmaculados ante su presencia
(Ef 1,4). La voluntad de Dios es que seamos santos. Jesucristo nos ha dicho:
Sed santos como vuestro Padre celestial es santo (Mt 5,48). Esta es la
voluntad del Señor, que todo el mundo se salve, consiga la vida eterna y
disfrute siempre de su presencia.
La santidad
consiste en vivir las bienaventuranzas que hemos leído en el evangelio de hoy:
ser pobre, manso, misericordioso, luchar por la justicia, ser portadores de la
paz y sufrir por el reino del cielo. Este es el programa que expuso Jesús y sus
seguidores lo tenemos de llevar a la práctica. Santa Teresa dice que la
santidad consiste en una disposición del corazón, que nos hace ser humildes y
pequeños en los brazos de Dios.
Oh Dios, te alabamos por la multitud de hombres y
mujeres, jóvenes y niños que desde la tierra miran de ser testimonios de paz,
confianza y reconciliación. Concédenos que, siguiendo el camino que nos enseñan
los santos, testigos de Jesucristo de todos los tiempos desde la apóstoles y la
Virgen María hasta nuestros días, lleguemos a participar de la vida eterna.
Nosotros, los cristianos, veneramos, no adoramos, a
los santos porque son nuestros intercesores ante Dios y les pedimos que
presenten nuestras suplicas al Señor. Es bueno acudir a los santos cuando
tenemos una necesidad, pero es mejor imitar su amor a Jesucristo, para que un
día nos podamos reunir con ellos en el cielo.
Que paséis un buen día de Todos los Santos.