¡MUCHAS GRACIAS, MUCHAS GRACIAS!

Recuerdo que un día estando  en el  despacho parroquial entró una señora que estaba muy nerviosa, y al verla le dije que se sentara y le  pregunté qué le pasaba.

Ella me explicó que tenía un problema muy gordo con su marido y sus hijos. Era un problema económico. Repetía y repetía siempre lo mismo y yo ya estaba cansado de oír siempre la misma canción y, en realidad, no podía hacer nada. Cuando intentaba hablar me cortaba y continuaba hablando.

En mi interior pensaba: “qué mujer más pesada, yo ante  este problema no puedo hacer nada”. En el interior mío una voz me decía: calla y escucha.

Después de un buen rato ella me dijo: “Muchas gracias,  muchas gracias, padre Juan, porque me ha escuchado”.

Delante de Dios, yo no tenía ningún mérito porque le escuchaba a disgusto y pensaba: “con tanto trabajo que tengo, esta mujer me hace perder el tiempo”.

Me hicieron pensar sus palabras: “Muchas gracias, muchas gracias, porque  me ha escuchado”, y me di cuenta que hay personas que necesitan ser escuchadas y lo agradecen.

Recordé entonces la alabanza que hizo Jesús a aquella pobre viuda que había dado al templo de Jerusalén dos monedas de las más pequeñas y Jesús, al verlo, dijo: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado más que todos los que han echado en el gazofilacio. Porque todos han echado de lo que les sobraba; mas ésta, en su indigencia ha echado cuanto poseía, todo su sustento. (Mc 12, 43-44)

Dios agradece las cosas pequeñas que hacemos por las personas. Quizás una sonrisa a una persona que no nos es simpática, una visita a un enfermo, una atención a una persona desconocida, una pequeña limosna, etc. En la vida encontraremos mil ocasiones para hacer cosas pequeñas que delante de Dios tienen mucho mérito.