¿NO HAY NADA QUE DECIR?

Recuerdo que un amigo me explicó que cuando se casó y vivía en matrimonio era muy feliz pero esta felicidad duró poco, porque su esposa se puso enferma y después de una larga enfermedad murió, dejando dos hijos.

Este señor se quedó solo en su casa, puesto que los hijos ya no vivían con él. Su problema era la soledad que tenía.

Llegaba a casa y se encontraba solo. Se hacía él la comida y comía solo.

Un día determinó buscar compañía y fue a una agencia matrimonial para resolver su problema. Le propusieron algunas señoras pero a él no le hicieron el peso, finalmente le propusieron a una señora separada y su marido todavía vivía. Él la aceptó y fue a vivir en la casa de esta señora.

Este señor era muy católico y cumplía con los mandamientos de la ley de Dios. A todo el mundo le extrañó que fuera a vivir en la casa de esta señora y naturalmente hubo algunas críticas.

Las apariencias engañan

Había resuelto el problema de soledad que tenía y quería guardar la promesa de fidelidad a su esposa que había muerto.

A mí me tenía mucha confianza y un día hablando de su vida me dijo que había guardado su compromiso matrimonial y que nunca habían dormido juntos, la señora con que vivía y él.

Naturalmente nadie lo sabía. Por esto he dicho que las apariencias engañan.

Bien mirado no hay nada que decir de su manera de vivir (siempre que, claro está, no hubiera ninguna posibilidad de escándalo).

Jesús dice: No juzguéis y no seréis juzgados (Mt 7,1).