SER AGRADECIDOS

Recuerdo que una vez me vino a ver un hombre todo triste y me explicó que había cerrado la fábrica donde trabajaba y se había quedado en la calle. No podía echar adelante la familia y no sabía como seguir adelante con la familia que tenia.

Me dijo que le había salido un trabajo, ir a vender libros por los pisos, pero que le pedían tres mil pesetas, como garantía y que no las tenía. Había pensado venir a la parroquia para que se le hiciera este préstamo. Lo envié a la asistenta social y se le hizo.

No lo vi durante unos años y un día se presentó en el despacho y me preguntó si lo conocía y yo le dije que no lo recordaba. Él me dijo que era aquel hombre que la parroquia le había hecho un préstamo para ir a vender libros por los pisos, había tenido éxito y se había quedado en la librería como dependiente y ahora era el gerente.

Me hizo un talón de una cantidad importante y me dio las gracias. Esto no pasa a menudo.

Me recordó lo que Jesús dijo cuando habiendo curado a diez leprosos  solamente uno que era samaritano volvió a darle las gracias. ¿No han sido curados los diez? ¿Dónde están los nueve? ¿No ha habido quien vuelva a dar gracias a Dios sino este extranjero? (Lc 17,17-18).

Muchas veces también nosotros somos desagradecidos con Dios. San Pablo pregunta: ¿qué tienes que no lo hayas recibido?

De Dios hemos recibido la vida, nos ha dado unos buenos padres, salud, familiares y amigos que nos aman; y nos da también una tierra que fructifique para que nos podamos alimentar y otras muchas cosas.

Que Dios no se pueda quejar de nosotros como Jesús se quejó de los nueve leprosos que no volvieron a darle las gracias y glorificar a  Dios