EL
TRABAJO D’UN SACERDOTE
Recuerdo que un día hablando con un obrero que iba a trabajar a las seis de
la mañana y a las ocho almorzaba con sus compañeros y se hablaba de todo, uno
de ellos que era muy
anticlerical, después de criticar a la Iglesia, dijo que los sacerdotes no hacíamos
nada, excepto decir misa y pasarlo bien.
La persona que me lo explicaba era un buen cristiano y le contestó. Si se lo
pasan tan bien haz que tu hijo se haga sacerdote. Aquel hombre dijo una
blasfemia y contestó: crees que
estoy loco, de ninguna manera lo permitiría.
Muchas veces el trabajo de un sacerdote no se ve. Un albañil cuando hace una
pared ve el resultado de su trabajo, un profesor, al final de curso, ve su
esfuerzo y un tendero cuando cuenta el dinero que ha hecho, si ha hecho mucho,
está contento. No pasa lo mismo
con el trabajo de un sacerdote.
La misión del sacerdote es predicar, presentar la admirable persona de Jesús,
echar la semilla, pero esta semilla puede dar fruto o caer sobre roca y no
darlo.
La misión de un sacerdote, principalmente, es predicar, y de sus palabras no
siempre se sigue un buen fruto, depende de la gracia de Dios y a su
correspondencia.
Jesús dijo: Id por toda el mundo, predicad el evangelio a toda criatura (Mc
16,15).
Dice san Pablo: Yo planté, Apolo regó,
pero es Dios quien hace crecer. Por esto no son nada ni quien planta ni quien
riega; sólo cuenta Dios que hace crecer (1Cor 3, 6-7).
Nuestra misión de cristianos es echar la buena semilla, el fruto depende de la
gracia y su correspondencia.