SOBRE LA VEJEZ Y LA JUBILACIÓN
Recuerdo que
un día cuando yo tenía sesenta años y llevaba el coche, hice una maniobra no
del todo correcta y un niño de unos nueve años me dijo: ¿Qué hace este viejo’?
Me sentó muy mal que me dijeran viejo, pero para un niño de unos nueve años un
hombre de sesenta años ya es un viejo, aunque él no lo sienta.
La vida te
desplaza y poco a poco los jóvenes ocupan los lugares que ocupaban las personas
adultas.
Hay personas que a los sesenta años ya
son viejas y otras que a los ochenta ocupan un lugar de mucha responsabilidad y
lo hacen bien. Ahora pienso en el Papa actual, Benedicto XVI, que tiene ochenta
y dos años y viaja al Camerún y a Angola.
La vida se debe tomar tal y como viene y ponerse en las manos de Dios.
La jubilación es buena y como todas las cosas humanas tiene cosas buenas y no
tan buenas.
Se tiene experiencia y le sirve, tiene tiempo para dedicarse a las cosas que le
gustan, por ejemplo leer, para dedicarse más a su oración con tranquilidad y
otras cosas parecidas.
El salmista dice: Las fuerzas me abandonan y se apaga la luz del mis ojos.
Hasta mis amigos se alejan de mí (Ps 37,12).
Ve que sus amigos van desapareciendo.
Recuerdo
que un Párroco que tuve me decía que todos sus amigos habían muerto.
Ve que su vida aquí en la tierra se acaba, aunque no sepa cuando y generalmente
siente la soledad.
Dios nos da la vida para que pasemos una temporada aquí en la tierra, haciendo
el bien, amándole y cumpliendo el mandamiento que Jesús nos ha dado: Este es
mi mandamiento que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Jn
15,12).