UNA DIFICULTAD DEL SACERDOTE DIOCESANO

Recuerdo que un sacerdote, que me tenía mucha confianza, me dijo que una dificultad del sacerdote diocesano era la soledad.

Me explicó que él había vivido dieciocho años con su madre, que estaba muy contenta de tener un hijo sacerdote y él de poder estar con su madre. Ella murió relativamente joven.
 

Después el sacerdote tuvo una mujer para el servicio de la casa que era andaluza, muy piadosa, y que lo consideraba como a un hijo.

Tenía la casa muy limpia, sabía hacer la comida, le esperaba cuando llegaba tarde de una reunión, era muy respetuosa y algunas noches, antes de ir a dormir bajaba con él a hacer un rato de oración.

Si había alguna queja en la parroquia y ella lo sabía y se lo decía con toda sencillez.

La muerte no perdona, ella murió a los ochenta y dos años y el sacerdote tuvo que buscar otra mujer para el servicio de la casa.

No era lo mismo. Aseaba el piso, hacía la comida y cuidaba bien al sacerdote, siempre con respeto, pero estaba por sus cosas.

El sacerdote sentía la soledad propia de una persona que no se ha casado.

Solamente puede comprender el celibato del sacerdote la persona que tiene presente que el sacerdote lo hace por amor a Jesucristo y para poderse dedicar totalmente a él.

San Pablo dice: El soltero anda solícito de las cosas del Señor y en lo que ha de hacer para agradarle (1 Cor 7,32).

Jesús dice que algunos renuncian al matrimonio voluntariamente “en orden al reino de los cielos” (Mt 19, 12).